La corbata del Presidente-Vanessa Kaiser

La corbata del Presidente-Vanessa Kaiser

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¿Es posible que el abandono del traje “socialdemócrata” que ha hecho el Presidente Boric y su genuflexión al PC estén generando una fuga de lealtades y que, finalmente, la balanza termine por inclinarse a favor del Partido Republicano en el Consejo Constitucional?

Nadie diría hoy que Chile es un oasis; tampoco que es un caos total. Lo que sí podemos decir es que ha perdido su identidad fundada en el orden, la meritocracia, el respeto (al menos aparente) de las élites a la legalidad, la solidez de sus instituciones y una economía próspera si se la comparaba con los demás países del barrio. ¿Qué nos queda del Chile que fuimos? ¿Qué ha sobrevivido a la política de llegar acuerdos con sectores antidemocráticos que se han propuesto refundar el país?

El amor por Chile y el respeto a los emblemas patrios de parte de esa gran mayoría que rechazó el proyecto refundacional. También conservamos la alta valoración de las FF.AA. y de Orden, siempre en los primeros lugares del ranking, salvo durante el golpe de Estado octubrista. ¿Cómo se produjo el derrumbe de las fronteras, la cesión, en los hechos, de cientos de hectáreas en el sur al narcoterrorismo y la entrega de nuestra Constitución?

Detallar las causas nos tomaría mucho tiempo pero hay un factor común: debilidad o incapacidad para oponer resistencia, reinterpretada convenientemente como “política de los acuerdos”. El problema de quienes son favorables a esta política -también llamada noviembrista- es que recurren a una experiencia pasada, la de los 30 años de gobiernos de la Concertación. Se confunden porque con la izquierda “antidemocrática” no se puede negociar, por su esencia. Contribuye a la desorientación la confección de disfraces de superioridad moral, jóvenes idealistas con apoyo de organismos internacionales y de una ciudadanía que, desde Bachelet en adelante, clamaba por más oportunidades y creyó las tendría con una educación de calidad. Así fue como se ataron lealtades entre manipuladores y manipulados, fuertes y débiles, mentirosos y crédulos.

El show de los jóvenes buenos, indicando con el dedo a los viejos corruptos aliados con poderes fácticos, saltándose siempre las reglas del juego y negociando platas para campañas y un sinfín de otros oscuros asuntos, duró lo suficiente como para llegar al poder, indultar con pensiones de gracia al “brazo armado”, llenarse los bolsillos y destruir la moral, la educación, la economía, la seguridad y la institucionalidad. Todo comenzó con el grito por la educación que este gobierno ha arruinado y culminó en la emergencia de un candidato revolucionario que se puso el traje de socialdemócrata -aunque sin corbata- encandilando a élites y muchedumbres, prometiendo reabrir las grandes alamedas. Todos felices. ¿Por qué? Desde las élites, porque nada les genera más placer que ver a quien los apunta con el dedo acusador y odia su sistema, hacer la genuflexión. El verbo que se aplica a los revolucionarios es “aburguesar”, integrarlos con buen corazón socialcristiano a la repartija de la torta que el Estado recauda de los ciudadanos. Así es como el revolucionario termina por convencerse de que ningún mundo es preferible al que las élites han construido.

Desde la ciudadanía el asunto es más triste. Mientras lo que a las clases altas regocija -ejercer su voluntad de poder-, las clases medias y bajas se alimentan de genuinas ilusiones: ese querer creer que en algún apartado lugar de la humanidad hay personas superiores, incorruptibles, capaces de amar a sus congéneres aún a pesar de su miseria espiritual. La sola existencia de ese tipo de humanos justificaría todas las tragedias de las mujeres y hombres de esfuerzo y renovaría las esperanzas marchitas de quienes viven en la pobreza. Este escenario lo hemos visto tantas veces en la historia… Sobre estas esperanzas Hannah Arendt reflexiona: “En esta sociedad que es igualitaria porque esa es la manera de hacer que los hombres vivan juntos, no quedan clases, ninguna aristocracia de naturaleza política o espiritual a partir de la que pudiera iniciarse de nuevo una restauración de las otras capacidades del hombre”.

La política pervierte hasta a los mejores. Quizás fue Maquiavelo el que afirmaba que ningún hombre bueno tiene éxito político sino se transforma en un hombre malo. ¿Y qué es “ser malo”? Simple, sólo para establecer un mínimo, podemos decir que es malo quien no respeta los derechos fundamentales -vida, libertad y bienes- del prójimo. Es precisamente lo que se radicalizaba en el “mamarracho” y que, como ha dicho el Presidente en reiteradas ocasiones, sigue siendo el norte del gobierno. Muchos están sorprendidos porque sumaron sus lealtades a esta juventud de moral superior esperando que cambiaran la boina revolucionaria por el disfraz de socialdemócrata y eso no sucedió.

“Ilusos”, estará usted pensando. Pero hay otra explicación. Y es que la mayor parte de los juicios en los asuntos humanos dicen relación con matices. Usted puede castigar a un niño sin televisión o con una agresión física. Ambos son “castigos”, pero de naturaleza muy distinta.

Si aplicamos la teoría de los matices al gobierno actual, es posible que podamos explicar la fuga de lealtades de quienes hoy parecen más convencidos de apoyar al Partido Republicano en el Consejo Constitucional que al oficialismo. Y es que, en buen chileno, los octubristas “se pasaron veinte pueblos”, es decir, se fueron al extremo. No bastó con entregarles la Constitución, ellos crearon un documento que destruía al país; tampoco con el presupuesto nacional, tejieron una red a través de las agencias con platas públicas para otros propósitos. Les dieron el poder, pero les “da lata” gestionar las políticas públicas que necesitamos con urgencia y, además, les regalaron una segunda oportunidad tras el Rechazo. Pero no, no fue suficiente. También querían quedarse con este proceso. Y eso no habría sido posible gracias a que republicanos es mayoría.

En suma, el problema de los octubristas es que corren demasiado rápido arrasando con todo a su paso y nadie los puede seguir. La señal decisiva es el desgaste del FA y el empoderamiento definitivo del PC, un partido antidemocrático que jamás ha dado garantías de no repetición. De hecho, el 18-O fue prueba fehaciente de su total desprecio por las reglas democráticas.

Es de esperar que la fuga de lealtades termine por consumarse, los sectores antidemocráticos queden aislados, que los buenos de hoy no se transformen en los malos del mañana y que las élites y los ciudadanos no le vuelvan a creer a los octubristas, aunque el Presidente se ponga corbata. (El Líbero)

Vanessa Kaiser