La ciencia amenazada, un riesgo para la democracia

La ciencia amenazada, un riesgo para la democracia

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La ciencia es uno de los pilares de la democracia. Sin buena ciencia, la democracia se debilita. Se pierde la deliberación racional, el diseño de políticas públicas basadas en evidencia y una ciudadanía que exija transparencia y que cuestione la desinformación.

Hoy, la ciencia está amenazada. Desde fuera, por el negacionismo científico (e.g., desconocer el efecto protector de vacunas, el origen humano del cambio climático). Y desde las comunidades científicas, por los fraudes, faltas a la ética y posturas científicas reduccionistas, que afirman que la ciencia explica todo, olvidando las humanidades y las artes.

Una ciencia amenazada refleja la pérdida de confianza de la sociedad. Por ello es necesario proteger la ciencia, entendiendo qué es y cuánto confiar en ella, comprendiendo su función en la democracia, y desarrollando una ciencia ética y basada en valores.

La ciencia como actividad humana busca la verdad mediante la comprensión de la realidad. Se basa principalmente, aunque no únicamente, en la evidencia empírica. Entendida como conocimiento incluye a las humanidades y las artes. Debe estar siempre abierta a la crítica y a revisar sus conclusiones ante nueva evidencia. La ciencia puede llegar a proveer altos grados de certeza, pero estos nunca llegarán a ser absolutos, ya que de serlos no podrían ser revisados.

La certeza y confianza en los resultados científicos es un proceso gradual. El primer nivel de certeza corresponde a los hallazgos fruto de un trabajo riguroso y honesto de los investigadores (e.g., el informe reciente del Banco Central sobre el impacto de políticas laborales). Cuando esa investigación es revisada y corregida de forma crítica por otros expertos, lo que puede traducirse en una publicación científica, los resultados progresan a un mayor nivel de certeza. Finalmente, si los hallazgos son replicados por otros investigadores y de forma extendida en el tiempo, tendremos un alto nivel de certeza y confiabilidad (e.g., vacunas, cambio climático).

Respecto del papel de la ciencia en la democracia y el diseño de políticas públicas, es importante considerar que la ciencia es una actividad descriptiva y no prescriptiva. Por lo tanto, de sus resultados no se derivan automáticamente normas, sino que estos constituyen un valioso insumo para la toma de decisiones por parte de la institucionalidad democrática. La relevancia que se otorgue a la ciencia en el diseño de una política pública dependerá de los niveles de certeza. Ante altos grados de certidumbre, la ciencia tiende a tener un carácter casi normativo. Si las certezas son menores, es legítimo que los valores éticos, sociales y políticos influyan en la toma de decisiones. No reconocerlo es confundir cuál es el papel de la ciencia.

Finalmente, se deben combatir con fuerza las amenazas internas. Los fraudes, faltas éticas, las publicaciones fabricadas y las revistas predatorias afectan la credibilidad de la ciencia. Por ello, las comunidades científicas deben practicar las virtudes intelectuales, y las políticas científicas deben promover y reconocer la búsqueda de la verdad. Para esto es necesario recordar que el objetivo de las publicaciones científicas es comunicar lo que se hace para someterlo a la crítica y corrección.

Una ciencia amenazada, que carece de la confianza del cuerpo social, debilita uno de los pilares de la democracia y la pone en riesgo. Por ello es necesario robustecer la importancia de la ciencia y llevarla a cabo con estándares éticos. Desafío que es responsabilidad de toda la sociedad, pero en especial de quienes nos dedicamos a la investigación científica. (El Mercurio)

Juan Larraín C.

Instituto de Éticas Aplicadas

Facultad de Ciencias Biológicas, P. Universidad Católica de Chile