Cada vez que ciertos parlamentarios opinan sobre esto o aquello en los medios de comunicación, es imposible no preguntarse cómo llegaron a serlo. Sus carencias prueban que no están habilitados para ejercer el cargo, pero lo ejercen de todas maneras e incluso con desparpajo. Se dirá que son los riesgos del sufragio universal, pero el régimen democrático no está obligado a validar la ineptitud, la ignorancia ni mucho menos la dejadez moral. Por desgracia, el sistema binominal favoreció la permanencia en sus cargos de numerosos parlamentarios que no lo merecían.
Por cierto que hay senadores y diputados a los que vale la pena escuchar, que demuestran preocupación por el país y se esfuerzan por aprobar leyes bien concebidas. Son una minoría. Quizás más minoría que nunca en este período en el que ha abundado la liviandad. Un ejemplo fue la aprobación a toda carrera del proyecto original de reforma tributaria por parte de los soldados de la Nueva Mayoría en la Cámara, en 2014. Otro, la formación de la “bancada por la asamblea constituyente”, un increíble caso de aventurerismo protagonizado por un grupo de diputados aparentemente rupturistas, pero que nunca han temido por la estabilidad de sus cargos (y dietas).
¿Y los ex dirigentes estudiantiles? Hasta hoy, su desempeño ha sido una prolongación de su experiencia de agitación y protesta. No sabemos si se convertirán en parlamentarios respetables. Como seguramente buscarán ser reelegidos, deberían saber que el glamour envejecerá rápido, que dejarán de hacer noticia con un par de tuits y que tendrán que estudiar mucho.
Las nuevas normas legales sobre los partidos y el financiamiento de la política pueden volverse irrelevantes si falla la selección de las personas que representarán a los ciudadanos. Lo decisivo es el factor humano y, lamentablemente, hoy no existen verdaderos filtros en los partidos y prevalecen los cálculos de poder de los caciques.
Los títulos o diplomas que exhiban los postulantes solo son una referencia de los estudios hechos, pero en ningún caso garantía de luces, integridad o buenas costumbres, que es lo que realmente importa. Si aspiran a integrar un poder del Estado que tiene altas responsabilidades, deben demostrar aptitudes y competencias que les permitan desenvolverse dignamente. El Congreso no es una plaza pública que funciona sobre la base de eslóganes.
Al elegir a sus candidatos, los partidos piensan ante todo en juntar votos, lo cual es comprensible, pero tienen el deber de pensar también en las capacidades de esos candidatos. No pueden proponer el nombre de alguien solo por el hecho de ser un rostro de la TV, figura del espectáculo o algo parecido.
Es imperioso sanear las prácticas políticas y fortalecer la legitimidad de las instituciones democráticas. Chile necesita un Parlamento de excelencia, que actúe con autonomía frente al Ejecutivo, que no ceda ante las presiones corporativas, que defienda eficazmente el interés colectivo y apruebe leyes bien concebidas. Solo así se ganará el respeto de los ciudadanos. Ojalá que la elección del próximo año ayude a oxigenar el Congreso.


