En un partido tradicionalmente unitario en las vocerías públicas, llamó enormemente la atención las críticas de Daniel Jadue a la expresidenta Bachelet por su informe sobre Venezuela. Aunque el alcalde desmintió que lo conminaran a arrepentirse, los hechos posteriores mostraron que fue así y que, fiel a su tradición, el comunismo criollo fue hábil en lograr un arrepentimiento y posterior silencio. Pero también es novedosa la aparición pública de Karol Cariola donde habló de renovación de rostros, o Camila Vallejo, dejando claro que la apuesta del PC es hacia el Frente Amplio y no sus excompañeros de coalición.
A ambas se les suele comparar con Gladys Marín, que en plena dictadura echó abajo la dirección de entonces dándole espacio a un grupo duro en la lucha contra Pinochet. Pero a diferencia de la líder histórica, las diputadas han preferido los medios para su estrategia. La lectura de este grupo es que el PC ha perdido influencia en los movimientos sociales, ha pagado altos costos por defender a una dictadura totalitaria como Maduro, y requiere una pronta actualización si requiere seguir siendo influyente en la política chilena.
El PC chileno es una particularidad. A lo largo de su vida ha apostado por una lucha democrática en Chile, que contrasta con su política internacional, donde nunca se ha desviado del canon. Ha defendido con la misma pasión las represiones de la Primavera de Praga y la dictadura de Maduro.
En contraste, su desempeño en Chile ha sido de una larga tradición parlamentaria y de respeto a las instituciones. Fueron el partido más razonable en los años de la Unidad Popular, donde el Partido Socialista y otros presionaban a Allende para romper la institucionalidad burguesa. Aunque tuvieron mucha fuerza en los movimientos sociales, no apostaron nunca a romper el tablero en los difíciles años de la transición. Ellos mismos desarticularon a su gente que apostó a la lucha armada contra la dictadura. En cada una de las segundas vueltas, pese a los desaires recibidos desde la Concertación, contribuyeron con su voto a la centroizquierda.
En el gobierno de Bachelet se les culpó injustamente de ser los impulsores de un giro alocado hacia la izquierda, cuando las responsabilidades apuntan más a sus exmilitantes en el Ministerio de Educación y a los ideólogos del Segundo Piso. Salieron de los espacios de poder que tenían en el movimiento social, por su lealtad, siendo criticados con rudeza por la derecha, pero también desde el Frente Amplio. Ahí pensaban como el ultramontano de Podemos, Iñigo Errejón, que repite como loro que la alianza entre socialdemócratas y comunistas es algo demodé.
Por esta misma cosa errejoniana que campea en la izquierda, las nuevas generaciones del PC ven que el viejo partido puede, al igual que en otras democracias occidentales, caer en la irrelevancia. El mundo que dicen representar desprecia el madurismo, se enfrentan a un mundo con trabajos precarios, rudezas medioambientales y relaciones sociales blackmirrorianas. Para la nueva clase trabajadora, el viejo partido leninista no les vale nada. Esa es la lectura que hace la diputada Camila Vallejo al irrumpir con su proyecto de reducción de horas laborales, que más allá de las razones económicas, ha abierto nuevos debates. Ella y su generación leen que, salvo una actualización urgente, el PC y sus viejas banderas parecen más destinados al museo de cera de Lavín.
Carlos Correa/La Tercera



