El último día de Néstor Kirchner fue confuso. Poco se ha investigado sobre lo que realmente ocurrió en aquel fatídico momento. Hay chismes de tipo conyugal. También habladurías domésticas. Incluso, una que otra versión policial. Se ha dicho que nunca hubo pericias médicas, al estimarse innecesarias ante un infarto tan fulminante. A varios periodistas les llamó la atención que el féretro era muy pequeño para el metro 88 que tenía de estatura. Murió en medio de mucho comidillo, que, sin embargo, poco o nada importa.
Lo verdaderamente crucial es que “Él”, como lo llamaba su esposa hasta hace pocos años, trascendió por una vida política tan intensa, que nadie cuestiona lo central. Néstor Kirchner dio nuevos bríos al peronismo. Lo reinventó. Lo actualizó.
Curiosamente, esto no se tradujo en un legado en materia de ideas o de propuestas. Tampoco heredó grandes piezas oratorias. No era precisamente un tribuno. Kirchner fue un hombre de acción política. Generó un método. Su herencia es más bien una pulsión.
Por eso, y por haber interpretado el momento político que le tocó vivir, su vigencia perdura, aunque su gobierno haya sido relativamente breve. La verdad es que Néstor Kirchner lleva ya 23 años impregnando la vida política del país, desde aquel lejano 2003, cuando arribó a la Casa Rosada de la mano del gran caudillo bonaerense de aquellos años, Eduardo Duhalde. Formalmente, su gobierno terminó en 2007. Desde entonces ejerció el poder tras las bambalinas en una oficina instalada en Puerto Madero. Allí estuvo hasta su muerte en 2010. En ese instante se produjo el exitoso re-branding de la marca peronista. La artífice, su viuda.
El arcano kirchnerista esconde innumerables secretos, imposible de enumerar con precisión. Y es que con suma rapidez adquirió viscosidades diversas, muy poco definibles, y que sólo empezaron a ser distribuidas por todo el país (con irradiaciones hacia el exterior) a través de su viuda.
Pese a las diferencias entre marido y mujer, el kirchnerismo es en realidad un todo que perfectamente puede ser caracterizado como un eslabón muy distintivo dentro de esa policromática familia del populismo latinoamericano.
Él fue ante todo un tipo pragmático, con una trayectoria política y personal algo oscura y tortuosa, pero tremendamente exitosa, pues consiguió apagar ese voraz incendio provocado por la renuncia de De la Rúa y que amenazaba con convertir en cenizas la institucionalidad. A poco andar, desató un populismo tan desbocado que todo lo anterior pareció austero. Creó una burbuja económica y elevó a niveles astronómicos el endeudamiento externo. Su “estabilidad” se la debió en gran medida a la mano generosa de Hugo Chávez.
Ella, en cambio, generó un liderazgo más apegado a las ideas de Ernesto Laclau, cultivando la noción de adversarialidad total. Generó así un esquema de poder donde las lealtades personales pasaron a tener un valor absoluto y se caracterizó por un intrincado tejido de organizaciones sociales con perfiles muy ambiguos. Promovió una narrativa basada en una fuerte división. “Nosotros” versus “ellos”. Su inspiración fue más Eva Duarte que el propio Perón. La “abanderada de los humildes y dama de la esperanza”, representa su regresión sacrificial. La convirtió en un santo laico. En lo internacional, se conectó de manera profunda con toda clase de discursos denostadores del neoliberalismo. El kirchnerismo terminó desarrollando un dialecto propio al interior del populismo latinoamericano.
Hay quienes creen que ella consiguió en su vida política mucho más que él. Y claro, la proyección del movimiento se debe a ella. Sin embargo, sin ser tampoco una gran oradora y hablar con gruesas imprecisiones conceptuales, puede afirmarse -como solía decir el periodista Carlos Monsiváis sobre los populistas latinoamericanos- que, sin ser una persona de ideas, ha sido una de grandes ocurrencias. Por eso se las ha ingeniado para sortear coyunturas difíciles. Muchas veces por medios inverosímiles. En la cúspide de su carrera, consiguió siempre dar la sensación de gran manejo de poder y de irradiar seguridad en sí misma. Sus admiradores se refieren a ella como la “líder del espacio”.
Ante tal cuadro, cabe preguntarse si las prácticas kirchneristas pueden o no ser artículos de exportación. ¿Serán susceptibles de adaptación en otros países? Se trata de una duda muy pertinente. No por casualidad, la madrileña Isabel Díaz Ayuso ha logrado mantener a raya a Podemos y a los sectores no socialdemócratas del PSOE, justamente resaltando la negatividad de los rasgos kirchneristas. En muchas de sus alocuciones ha sido explícita.
Eso sugiere que tentaciones hay y puede haber más hacia el futuro. El kirchnerismo tiene trazos modélicos. Sin duda.
A vuelo de pájaro, los matices que bien podrían ser adoptados en otros países son las siguientes.
Uno: la adversarialidad extrema como método de acción doméstica. Esta línea de antinomia permanente seduce a quienes han perdido orientación vital tras el declive de la lucha de clases. Gusta también a quienes propugnan resquebrajar el sistema de partidos y vulnerar los principios de una democracia representativa. También a quienes buscan introducir los agravios personales como parte de la cotidianeidad política. El kirchnerismo es un verdadero imán para los interesados en lo que Andrés Malamud denomina democracia por default. Es decir, un juego de apariencias democráticas, pero donde se anulan las alternativas viables.
Dos: la adversarialidad extrema como método de acción en el plano internacional. El kirchnerismo hechiza a aquellos que satanizan el FMI, el Banco Mundial, la banca privada internacional, las agencias clasificadoras de riesgo y a cuanto organismo sea visto como imperialista. También a quienes ponen su destino en manos de la hermandad latinoamericana y se desviven con las eternas vicisitudes de Venezuela, Cuba o de personajes como Correa y Evo.
Tres: la desafección de la sociedad civil respecto a sus instituciones armadas. Esta alteridad kirchnerista provoca tremenda fascinación entre promotores de la des-potenciación de las FF.AA., o de su cooptación, o se empeñan en anular su capacidad de interlocución insistiendo en fantasmas negativos.
Cuatro: pérdida del rubor ante el debilitamiento de la institucionalidad. Hay quienes se plantean el objetivo de hacer lo más híbrido posible el régimen democrático, alterando el affecto societatis, fundamento de la vida tolerante y liberal. El embrujo K se extiende también a los que planifican la integración de grupos anacrónicos o el levantamiento de banderas identitarias corrosivas para la democracia burguesa.
Cinco: la tensión con los medios de comunicación. El kirchnerismo es admirado en algunos corrillos, tipo Foro de Sao Paulo, por haber desatado enfrentamientos “épicos” con periodistas y/o medios, sin reparar que nada de eso robustece la democracia.
Podría decirse que se trata de una sumatoria de métodos cargados con gustillos anticapitalistas y antiliberales. Por eso, aunque sus respectivas oratorias hayan sido grises, atrae su verborragia y pachorra escénica. Las tentaciones y acicates están ahí. A la vuelta de la esquina.
El problema es que entre sus seguidores no se piensa en los estragos objetivos. Los resultados definitivos están a la vista. Una inflación al borde del descontrol y, quizás lo más difícil de revertir, una gran desconfianza empresarial. Lo más duro acaba de ocurrir. Una grande y popular trasnacional de ropa, que, en la ciudad que sea del mundo suele estar repleta de personas ansiosas por consumir ese elemento tan diferenciador de los seres humanos como es la ropa, anunció su abandono del paraíso K. No fue una decisión apresurada. Algo del negocio se mantendrá por medio de una franquicia, pero en su esencia su salida responde a los sinsabores del modelo.
Octubre será la prueba de fuego para los K. Se mira con azoro y preocupación las elecciones generales. (El Líbero)
Iván Witker



