Kast y el tercio olvidado-Juan Ignacio Brito

Kast y el tercio olvidado-Juan Ignacio Brito

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Entre las versiones que circulan para explicar el triunfo de José Antonio Kast figura con prominencia aquella que apunta a un cambio del electorado como producto del voto obligatorio.

Se afirma que los cinco millones de personas adicionales que concurrieron a las urnas (respecto de los comicios de 2021) votaron mayoritariamente por el candidato republicano.

Este “nuevo” electorado sería apolítico, desideologizado, pragmático y el principal afectado por esos problemas de larga duración que todos diagnostican, pero que nadie ha sabido —o querido— resolver: alza en la delincuencia, falta de atención de salud, decadencia de la educación pública, inmigración masiva, menor movilidad social.

El mérito de Kast es que logró atraer a esos votantes, probablemente por dos razones. Primero, centró su discurso en aliviar las carencias que deterioran la calidad de vida de esos sectores. Segundo, la irrupción de Kast representa un desafío para los partidos tradicionales, lo cual le da ventaja entre un electorado que desconfía de la vieja política.

Juan Pablo Lavín, de Panel Ciudadano-UDD, señala (Ex-Ante, 17.12.25) que siete de cada diez nuevos electores se inclinaron por Kast. Si la elección se hubiera dado según el patrón de los últimos 30 años, es decir, si hubieran votado alrededor de siete millones de electores en lugar de los más de doce millones que lo hicieron el domingo, el resultado habría sido estrecho y habría continuado expresando el clivaje del Sí y el No de 1988. En cambio, el 58/42 se explica porque la gente que se incorporó al padrón rompió esa lógica.

Esta lectura abona lo que hemos afirmado: lo sucedido en este ciclo electoral sugiere que existen tres tercios bien definidos, aunque con votación dispar. Uno de izquierda, otro de derecha, y un tercero populista, compuesto principalmente por los votantes reticentes incorporados al patrón por la reforma constitucional de 2022 que introdujo el voto obligatorio y la inscripción automática.

Además de la consolidación de nuevos equilibrios de poder al interior de los bloques tradicionales (en la izquierda pierde protagonismo el Socialismo Democrático y ganan espacio el Frente Amplio y el PC; en la derecha, retroceden ChileVamos y sus liberales y avanzan el Partido Republicano, los nacional libertarios y los conservadores), una diferencia significativa es que ahora los invisibilizados de siempre han cobrado importancia y sus reclamos no podrán seguir siendo postergados.

Durante décadas, el país giró en torno a las obsesiones de una élite incapaz de salir de su ensimismamiento que se acostumbró a hablarles a los dos tercios que conocía y a ignorar al restante. Un grupo que creía que estábamos al borde del desarrollo y se desgastaba en debates y reformas que impactaban a minorías movilizadas.

Mientras tanto, un tercio cada vez más numeroso e impaciente se veía forzado a observar desde la distancia cómo sus problemas cotidianos eran comentados, pero jamás resueltos, por aquellos que insistían en que Chile era un “oasis de tranquilidad” o que los problemas derivados del estallido de 2019 se arreglaban cambiando la Constitución. Una casta que se contentaba con elegir presidentes que ganaban con el apoyo real de apenas 30% del universo potencial de electores, como ocurrió con Gabriel Boric en 2021.

El tercio olvidado cobra ahora el protagonismo que una democracia que se precie de tal jamás debió negarle. Por primera vez en décadas, es parte de la ecuación y tendrá que ser, al menos, considerado en la toma de decisiones. Quienes gobiernen o quieran ser alternativa deberán tomar nota y dejar de mirarse el ombligo.

Esa gran novedad que trajo la elección de 2025 es una muy buena noticia. Constituye una oportunidad para iniciar un nuevo ciclo y avanzar en la recuperación de la cohesión social. (NP-Gemini-Emol)

Juan Ignacio Brito