Kast: las palabras y las cosas

Kast: las palabras y las cosas

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Para ser sinceros, no sorprende del todo que buena parte de los analistas que durante los últimos cuatro años repitieron hasta el hartazgo, con desparpajo y ligereza, frases del tipo “José Antonio Kast tiene techo” o “jamás alguien como Kast será electo Presidente de la República” sean los mismos a quienes el primer discurso del Presidente electo les haya parecido aburrido, poco articulado y carente de profundidad.

Se juntan dos cosas: miopía o incapacidad para visualizar adecuadamente el objeto de estudio, una dosis no menor de renuencia a la objetividad a la hora de evaluar el liderazgo de Kast y cierta desconexión -o desconocimiento- de las formas, códigos y estilos con los que opera la política en la actualidad.

Aristóteles, en La Retórica, señaló que los componentes de un discurso político son logos (argumentos), ethos (carácter) y pathos (emociones). Diseccionamos el discurso en estos tres ámbitos.

Partamos por el contenido. La línea argumental de Kast relevó algo que está en la esencia del pensamiento de derecha: que la responsabilidad individual está en el centro de toda posibilidad de cambio, porque el individuo es anterior al Estado y porque los grandes cambios están casi siempre antecedidos de pequeñas grandes decisiones individuales.

En este sentido, es evidente el contraste con el pensamiento de izquierda, que ha instalado la idea de que son las grandes estructuras de poder y las condiciones materiales de existencia las que determinan la conciencia. El Presidente electo no entró en disquisiciones teóricas ni filosóficas, pero con simpleza y a través de ejemplos concretos dio a entender que la virtud de un buen gobierno depende también de las virtudes de sus ciudadanos.

En ese sentido, ser respetuoso de la ley, cuidar al prójimo, cuidar a los miembros de la familia, integrarse de modo colaborativo con la sociedad civil y que esta contribuya activamente en la solución de problemas públicos forman parte de un relato que había sido relegado en desmedro de grandes narrativas, cargadas de ideología con componentes de jerigonza académica y progresía, pero con escasos resultados.

Luego, pasando al carácter de la alocución, las palabras de Kast contribuyeron a desmantelar la orquestada campaña que, durante todo el ciclo eleccionario, intentó encasillarlo como un exponente más de lo que la academia políticamente comprometida conceptualiza como “ultraderecha”.

Sin embargo, si algo estuvo lejos de ese arquetipo ultraderechista fue, precisamente, su discurso como mandatario electo, con un llamado explícito a sus seguidores a guardar respeto y silencio para así reconocer el mérito de su adversaria derrotada, con independencia de la notoria distancia ideológica que los separa. No hubo retórica de amigo/enemigo, no hubo estridencia, no hubo ánimo de imposición. Así, el peso de cada una de las palabras de Kast fue desmoronando el bloque de prejuicios sobre su persona.

Vamos ahora a las emociones. Quizás, como efecto no esperado de relevar un ethos de templanza, el discurso pudo haber desarrollado una épica más robusta. Pero venimos precisamente de un gobierno que colmó la paciencia del electorado con grandilocuencia oratoria, malacostumbrándonos a que los problemas de los chilenos estén en boca de todos los líderes políticos, pero en manos de nadie: a decir, pero no a hacer; a que las palabras representen más que las cosas. Pero la épica del gobierno de Kast estará dada más por el conjunto de acciones a tomar que por las palabras a enunciar.

La gente no votó por Kast por sus palabras bonitas; votó por él para que los hechos vuelvan a tener peso frente a las consignas. Votó por una política menos performática y más funcional, menos preocupada de narrarse a sí misma y más orientada a producir resultados. En tiempos de inflación retórica y fatiga ciudadana, la sobriedad ya no es un defecto, sino una señal. El Presidente electo parece haber entendido que su verdadero examen no será discursivo, sino práctico: no en el terreno de lo que se dice, sino en el de lo que efectivamente se hace.

Y quizás ahí radique la clave de este nuevo ciclo político: después de años en que las palabras intentaron reemplazar a la realidad, la ciudadanía optó por devolverle a la política su función más elemental, que no es emocionar, sino gobernar. (Ex Ante)

Jorge Ramírez

Cientista Político L&D

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