Si la elección fuera este domingo, el próximo presidente de Chile sería José Antonio Kast. A diferencia de lo que ocurrió en 2021, cuando perdió inapelablemente frente a Gabriel Boric, esta vez tiene todas las de ganar. La agenda sigue porfiadamente centrada en orden público, la gente se cansó de la inmigración, se desinfla el sentimiento igualitario, y crece la antipatía por la burocracia estatal. Kast promete mano dura y menos grasa, una mezcla entre Bukele y Milei. Por si fuera poco, al frente tendría a la candidata oficialista, en tiempos en los cuales el que tiene no mantiene.
Ya va siendo hora de que nos hagamos la pregunta ¿Cómo sería un gobierno de Kast?
Recientemente ha dicho que el suyo será “un gobierno de emergencia”, centrado en seguridad ciudadana y crecimiento económico, dejando los debates “valóricos” en segundo plano. Es decir, Kast piensa que no hay espacio para librar una guerra cultural que haga retroceder lo que el progresismo ha avanzado en los últimos lustros. No van a revertir el aborto en tres causales, no van a cerrar el Ministerio de la Mujer, no van a prohibir los libros de Lemebel en las bibliotecas públicas. Tampoco deberían nombrar a un antivacunas en Salud, ni a un negacionista climático en Medio Ambiente.
¿Le creemos? La noche en que Republicanos arrasó en la integración del Consejo Constitucional, Kast hizo una alocución prudente donde sugirió que administrarían parsimoniosamente el texto de los expertos. No fue así. Al rato le metieron rodeo, homeschooling y protección del embrión desde la primera cita. Como en la fábula del escorpión y la rana, Republicanos no pudo traicionar su naturaleza y buscó inseminar la propuesta con su propio ADN ideológico.
Del mismo modo que Boric aprendió la lección más importante de su mandato la noche del 4S, Kast pudo haber aprendido del 17D. Quizás eso explica su aparente moderación, la forma en que ha esquivado escaramuzas de medio pelo, su inteligencia para no pisar el palito. Probablemente, Kast entiende que una ofensiva conservadora reactiva a la izquierda, y le llena la calle de pipiolos enojados que le pueden aguar la fiesta.
Podría partir por mirar el error de diagnóstico que cometió Sebastián Piñera en 2017. Envalentado por su holgado triunfo sobre Alejandro Guillier, Piñera salió a jugar con cinco delanteros. Aunque le hizo bullying permanente al movimiento estudiantil a través de sus columnas, instaló a Gerardo Varela en Educación. Aunque se declaró contraria al mayor avance civilizatorio del movimiento feminista chileno, puso a Isabel Plá en Mujer. Aunque nada odia más la izquierda que un converso que denuncia a Cuba, Nicaragua y Venezuela, nombró a Roberto Ampuero en Cancillería.
¿Podrá José Antonio Kast resistir la tentación de dar la pelea cultural en todo los frentes posibles, como seguramente quieren sus huestes más fanáticas pero ciertamente menos estratégicas?
Pero aunque la resista, la expresión “gobierno de emergencia” tampoco anticipa un mandato termal. Una cosa es concentrarse en economía y orden público, y otra bien distinta es estresar los mecanismos legales y constitucionales para revertir la percibida crisis de criminalidad. Vivir bajo las normas de un estado de sitio no es jauja. Muchos chilenos dicen estar dispuestos a sacrificar libertades individuales por seguridad. ¿Es el tipo de autoridad que busca representar Kast?
Acá ya nos metemos a terreno fangoso. La democracia liberal es una combinación de instituciones que no solo encarnan la soberanía popular y la igualdad política, sino también el estado de derecho, la separación de poderes, la protección de las minorías, el debido proceso y las libertades individuales. El temor de algunos es que Kast, en la senda de sus socios internacionales de la derecha populista radical, debilite el pilar liberal de la democracia.
Tampoco hay que ser alarmistas. Las instituciones chilenas son relativamente sólidas. El poder judicial es independiente, la prensa es libre, y la oposición puede hacer su pega sin temor. Una cosa es discrepar de las reformas que propone el gobierno, y otra distinta es que el presidente desnivele la cancha para evitar la alternancia. Una cosa es que promueva políticas que nos parecen un retroceso, y otra distinta es que viole la constitución para ensanchar su poder.
Hasta ahora, Kast no ha dado muestras de ser un peligro para la democracia en un sentido minimalista. La pregunta en Chile no es si acaso el presidente entregará la banda al finalizar su período, sino a quién se la va a entregar. Por lo demás, las condiciones objetivas de un eventual gobierno de Kast tampoco serán sencillas: luna de miel corta, Congreso fragmentado, necesidad de alianzas con ChileVamos, dificultad efectiva de cumplir las promesas. No es el escenario ideal para concentrar el poder, sino más bien para hacer lo que se puede. Como Boric, Kast aprenderá que otra cosa es con guitarra. (Ex Ante)
Cristóbal Bellolio



