Jorge Brito, cabeza de pescado

Jorge Brito, cabeza de pescado

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Esta semana el fondo marino respiró aliviado: Jureles, congrios, corvinas y reinetas observaron cómo el diputado Jorge Brito y algunos de sus colegas del Frente Amplio se preocupaban al fin por su bienestar. Su memoria de corto plazo, su facultad de sentir el frío, el calor, la soledad, su capacidad de jugar fútbol incluso, era por fin parte de una indicación en la ley de pesca. El alivio fue aún mayor para los moluscos, que, sin ojos ni cara, pegados a las rocas moviéndose apenas de ellas, solían ser olvidados por todos los legisladores.

Este momento de felicidad duró poco. Muy luego los más informados del cardumen, las mejores conectadas de las almejas, le comunicaron al resto que, con o sin caricia sobre sus escamas o conchas, terminarían igual los pescadores y mariscadores por cortarles la cabeza, o hervirlos, o, peor, crudos echarles limón y ser devorados por los humanos.

Entonces, supieron los habitantes del mar lo mismo que saben los electores de Brito. Que toda esa bondad no es buena, que toda esa preocupación es artificial, que su dolor y su desconcierto es simplemente una excusa ante la incapacidad de abordar el problema de fondo: las cuotas de pesca monopólicas, la falta de transparencia de una industria que ha destruido sin piedad el fondo marino y su equilibrio ecológico.

Hay algo de valentía, sin embargo, en Brito, en usar la terminología del veganismo más ortodoxo después de la derrota del proyecto constitucional de 2022. Habla quizás de la persistencia de unas convicciones que no se le conocían a Jorge Brito Hasbún, especializado hasta ahora en el tema de Palestina. Tema en que tiende a relativizar su piedad con algunos seres sintientes para preferir a otros.

La verdad es que los peces son más fáciles de defender que los israelíes, los palestinos, los votantes de la UDI, de RN, los comunistas díscolos, o los socialistas democráticos. Hasta nuevo aviso, los peces no tienen opiniones políticas o religiosas, aunque muchos de ellos tengan la costumbre de vivir en comunidad y moverse en un solo grupo sin jerarquías precisas.

Por eso mismo llama la atención la insistencia del proyecto de ley en la individualidad de los peces. El veganismo, como otros movimientos de ecología radical, se concibió a sí mismo como una renovación urgente para la izquierda. ¿Pero es realmente de izquierda? Sin duda la idea de que mirar el mundo animal como algo más que fuente de caloría, abrigo o compañía es un avance “civilizatorio”. Extender a los animales leyes que quieren acabar con toda forma de crueldad y explotación, es sin duda algo que la izquierda no puede evitar aplaudir.

Pero es también cierto que el veganismo, al revés de lo que pretende, nace de la conciencia del humano de su superioridad. Mientras los otros animales se alimentan para sobrevivir, crecer y reproducirse, el ser humano puede elegir qué comer y qué no. Podemos prescindir de la carne o el pescado, millones de persona lo hacen por elecciones y otros millones porque no tienen cómo acceder a esas proteínas.

Pero cierto es también que prescindir de la leche o los huevos, de lana o el cuero y reemplazar todo eso por productos químicos o farmacéuticos nada tiene de natural o sano y son comportamientos que nos alejan justamente de lo propiamente animal. Un mundo animal donde la crueldad es por lo demás ley.

Una izquierda consciente de sí misma no puede dejar de ver que el veganismo es también una industria floreciente: la de la leche sin leche, la mayonesa sin huevo, y toda suerte de suplementos alimenticios. Un hijo de ese consumo que siempre piensa en crear consumidores segmentados a los que se le puede cobrar lo que se quiere.

Fruto de la tecnología del primer mundo, propagado y propagandeado por ella, sus beneficios para la ecología y el mundo animal, si llegaran a extenderse lo suficiente para ser mayoritarios y liberar a vacas, gallinas y ovejas a su suerte, son más que dudosos. Eso no impide el ardor con que algunos los viven, porque antes de una forma de cambiar el mundo, es una forma de cambiar tu vida, de sentirte mejor con ella, de armonizar tu conciencia con tu manera de vivir. Y es, en todo eso, plenamente respetable.

Respetable, admirable, necesario, incluso, pero neoliberal también. La izquierda tiene como objetivo confeso conseguir mayor igualdad, proveyendo bienes esenciales a los que carecen de ellos (otra cosa es que lo logre). Para quienes se alimentan mal y acortan sus años de vida porque no pueden elegir qué comer, para otros millones que no tienen qué comer, el “capricho” de quienes se alimentan mal y acortan sus años de vida por ideología no puede ser percibido más que como una especie de burla cruel.

Una burla que convierte en memes y risotadas muchas veces injustos, intolerantes o ignorantes. Memes y risotadas que, utilizadas con habilidad por la derecha populista, han llevado a esta ganar las elecciones en demasiados países donde el votante de izquierda se ha sentido abandonado por dirigentes demasiado preocupados de los sentimientos de mascotas y peces.

Que el diputado Brito no haya sido informado de todo eso, prueba que quizás ha pasado todos estos años bajo el mar. Si bien el presidente parece haber recibido un baño de realidad, esto no se le ha contagiado a muchos de sus diputados. (Ex Ante)

Rafael Gumucio