Johannes Kaiser: doble o nada

Johannes Kaiser: doble o nada

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El centro de gravedad de la elección presidencial es Johannes Kaiser. No dio su brazo a torcer cuando parecía más sensato cobrar lo ganado e irse al Senado. Esa insistencia -ese desprecio del cálculo, esa cruda autenticidad- se ha convertido en su principal activo. Kaiser no se achica porque siente que tiene una misión: recuperar Chile del payaseo posmoderno y defender sus blasones como si en ello se jugara el porvenir de la civilización judeocristiana.

Su reciente incordio con el presidente boliviano es pura ganancia. No hay nada muy original en ello: inventarse un conflicto con un país limítrofe para inflamar las pasiones nacionalistas es más viejo que el hilo negro. Pero funciona. Concentra la atención y escala el interés mediático. Kaiser se presenta como el candidato con testículos de hierro. Como en el sketch de Les Luthiers, sería capaz de declararle la guerra a Oslo solo para mostrar los dientes.

En algunas encuestas, Kaiser le pelea a Matthei el tercer lugar. En otras, le respira en la nuca a Kast. Más de alguno cree que su curva ascendente podría alcanzarle para llegar a segunda vuelta. Si fuera así, se configuraría el escenario más imprevisto e incierto a la vez. Matthei y Kast le ganan a Jara mirando para atrás, en pantuflas, fumándose un pucho. Con Kaiser, la cosa sería más estrecha.

Ahí radica, de hecho, la única esperanza del oficialismo: que la derecha llegue al balotaje con su ejemplar más radical. Tras el proceso de derechización que ha vivido Chile en los últimos años, Kast ya es mainstream. Kaiser es otra cueca. No sólo por su transgresividad, sino porque un gobierno suyo sería un salto al vacío. Si hay dudas respecto del equipo de Kast, ¿qué queda para Kaiser y sus nacional-libertarios?

Sin embargo, a la gente le importa un pepino la solidez de los equipos o el pedigree académico de los ministros. Al contrario: en el entorno de Kaiser se respira resentimiento anti-paper, más conocido como populismo epistémico. Los foros de derecha que pueblan el Internet profundo usan la metáfora de la píldora roja que -como en Matrix- permite ver el mundo tal como es: una perversión del Sapere Aude que reclama autonomía cognitiva frente a las conspiraciones de la élite globalista.

Pero Kaiser es más que eso. En estos meses se ha hecho cargo de la batalla cultural que Kast -por convicción o por estrategia- no quiso dar. Cuestiona la política nacional de vacunas, le hace asco a las energías renovables, advierte a los educadores que se acabó la literatura zurda y huequereque, y promete salirse de Escazú, del Acuerdo de París y de la Corte Interamericana de Derechos Humanos el primerísimo día de su mandato. Todo lo que Kast decía en 2021, Kaiser lo heredó en 2025.

Y vaya que la ha administrado bien. Kast pudo haber subestimado la importancia de esa batalla cultural dentro de su propio sector. A fin de cuentas, Kaiser le está robando votos. El diputado entendió que había que doblar la apuesta para acortar terreno con el líder republicano.

Más allá de la batalla cultural, Kaiser tiene otras gracias. En primer lugar, es un buen vehículo para que los votantes no habituales manden su tradicional mensaje de bronca contra la “casta” política. Al menos, mucho mejor vehículo que Matthei, y posiblemente mejor que Kast, que después de tres campañas presidenciales ya destiñó su rol de outsider.

En segundo lugar, Kaiser se ha granjeado la chapa del más duro contra la delincuencia. Su denuncia al garantismo buenista es coherente con su resoluta tosquedad: que tiemblen los criminales, porque los vamos a ir a buscar a sus madrigueras. Parafraseando patudamente a Gisèle Pelicot, Kaiser promete que el miedo cambiará de bando. Y en eso, es creíble.

En tercer lugar, Kaiser busca arrebatarle a Kast el podio del anti-boricismo. Kast creció en las encuestas por varios factores, entre ellos su capacidad de erigirse como la némesis de un presidente problemático y mayoritariamente impopular. Ese puesto lo quieren todos ahora, como demuestra el nuevo giro en la campaña de Matthei, esta vez tratando al gobierno de “atorrante”. Si Kaiser logra ser más y mejor anti-Boric que Kast, será el próximo presidente de Chile.

Por supuesto, las otras fichas también se mueven. El temor de que Kaiser hipoteque un triunfo que parece escrito para la derecha puede motivar algo de voto útil a favor de Kast o Matthei. Pero ese voto estratégico tiende a ser marginal. No mueve la aguja. Puede que la dispersión de votos del Batallón Germania termine catapultando a segunda vuelta al candidato menos pensado. Y ahí la contienda se abre —apenas un poco— pero se abre.

Kaiser está jugando, en jerga PlayStation, con la flechita pa’ arriba. Bruto pero creíble, marcial pero ameno, un bálsamo sincero de testosterona tras la fatiga feminista y el retroceso woke. Un hombrón que reivindica la buena práctica de pegarle un tiro al ladrón que se asoma por el balcón. Es un discurso simple, pero con tracción. Como Ícaro, está volando cerca del sol. Y todos sabemos cómo termina esa historia. (Ex Ante)

Cristóbal Bellolio

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