El primer conocimiento que tuve del Valparaíso Sporting Club fue a través de los dibujos de Mundo Searle con sus distinguidos hípicos y los Derby de tiempos en que él era joven, comienzos del siglo XX.
Luego, hace más de 30 años, la grata experiencia de un moderno Derby en el Sporting de siempre (declarado en 2017 Monumento Histórico), en un alegre domingo de verano.
Este, el domingo 2, volví nuevamente allí, a invitación de un socio, en un grupo de dos familias con hijos y amigos. El que pudo ocupó algunos de los pocos asientos vacíos en las antiguas graderías de madera del Sporting, no exclusivas para socios, llenas de un público hoy similar al de cualquier estadio, galería y tribuna.
La entretención común de los asistentes, de todos los tipos y edades, es, como siempre, apostar a un caballo. En la fila, papá, mamá y pequeña hijita, cada uno pone un par de “lucas”, que a veces rinden. En el choclón de la salida escucharé a uno, de igual pinta que su cabro chico, gozar con este por las 34 lucas que se ganaron y discurrir en qué las gastarán o invertirán.
Pasadas las 19 hrs., ha llegado el esperado momento de la carrera 22, el clásico Derby, y vienen los aprestos para izar la bandera, mientras Américo va a entonar desde la pista el Himno Nacional acompañado por el público. Organizados y bien distribuidos, algunos treintañeros comienzan entonces a vociferar el conocido jingle que injuria al Presidente y son seguidos, como en el estadio, por una cantidad minoritaria pero apreciable de los “apostadores”.
Ya iniciado el himno, sin ninguna vergüenza e impertérritos, retrucan su letra, cambiando por ejemplo “opresión” por “revolución”, y así.
Nunca hoy será igual que ayer y las culturas y civilizaciones mutan. Pero es bueno hurgar en qué es lo que esencialmente cambió en esos hípicos que ocuparon y ocupan esas mismas graderías —antes y ahora, como en los casos referidos— de donde forzosamente llegamos, por su conducta, a una cuestión de educación. No de educación en el sentido de que los anteriores conocían Europa y los actuales no, pues hoy todos habrán viajado; o que los anteriores iban a la universidad y estos no, pues probablemente sea al revés.
La diferencia está en otra cosa. En que los anteriores, cualquiera fuese el formato y grado de su educación, comenzaron por hacer fila y pararse cuando entraba el profesor a la sala. Estos jamás. Lo cual sería poco si no fuese el hecho que, igual vacío educacional, sufren la mayor parte de nuestros parlamentarios.
Cuando en un conjunto humano, sociedad o país, sus individuos no saben pararse en el momento debido, terminan sin saber dónde están parados. Y cuando no saben hacer fila, terminan probablemente en dislates tales como aplaudir a los mal llamados “primera fila”. (El Mercurio)
Jaime Antúnez Aldunate



