La vieja Concertación mantuvo ‘dos almas’ durante toda su existencia como bloque gobernante. La Nueva Mayoría, en cambio, adolece de un problema mayor, un mal que la psiquiatría denomina ‘trastorno disociativo de identidad’ y que la somete a una tensión interna cada día más difícil de resolver.
Así, igual que en la célebre novela escrita por Stevenson a fines del siglo XIX, la dualidad simbolizada por el doctor Jekyll y mister Hyde tiene en la actualidad al oficialismo sumido en una crisis de identidad, un impasse estructural entre dos posiciones que no sólo se niegan legitimidad recíproca, sino que han perdido en el último tiempo incluso la capacidad de dialogar entre sí.
El reciente cónclave de la Nueva Mayoría terminó en un inocultable fracaso precisamente por la imposibilidad de definir una identidad y una hoja de ruta común. Se esperaba que la Presidenta Bachelet dirimiera las diferencias y atenuara la ambigüedad reinante hasta ahora, pero decidió no hacerlo. Optó más bien por las señales difusas, dejando abierta una disputa que cada vez con más fuerza va mermando el proyecto político que ella encarna.
En un primer momento pareció que el imperativo de no renunciar al programa había derrotado al realismo que representan dentro del gobierno los ministros Burgos y Valdés. Dos días más tarde, la propia Mandataria tuvo que salir a dar una señal de respaldo a la dupla que encabeza su comité político. Y en entrevista concedida ayer a La Tercera remata afirmando que si alguien pensó que el ingreso de ambos personeros al gabinete significaba un ‘cambio de rumbo’, simplemente se equivocó.
El mar de fondo de esta disociación un poco enervante es la ausencia de un diagnóstico claro respecto a las causas que explican los inéditos niveles de rechazo al gobierno y a sus principales reformas. Esta debilidad impide definir un curso de acción preciso y mantiene vigentes posiciones abiertamente incompatibles: el senador Ignacio Walker terminó reconociendo que en el cónclave ‘el PC se salió con la suya’; los comunistas y la presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa, consideraron a su vez ‘impresentable’ que el ministro Valdés ahora esté abogando por una reforma laboral más ‘equilibrada’, es decir, abierta a la posibilidad del remplazo en caso de huelga; y el senador Navarro concluyó que el titular de Hacienda ‘sólo escucha a los empresarios y a sí mismo’.
En resumen, toda la secuencia de opiniones, a la que ahora se agrega también esta entrevista en que Bachelet sostiene que el supuesto ‘giro hacia el centro’ no era más que una expresión de deseos, sólo han venido a confirmar que en el escenario post-cónclave Jekyll y Hyde siguen absolutamente incólumes.
Esta ambigüedad e indefinición ya crónicas son los peores ingredientes para encarar la incertidumbre que hoy genera la gestión del Ejecutivo. Pero en rigor el problema no tiene solución fácil. En un par de semanas más se despachará finalmente la reforma laboral y la izquierda del conglomerado o el ministro Valdés saldrán derrotados. Ambos no pueden terminar triunfantes en esta contienda porque la brecha que separa sus posiciones es sencillamente infranqueable.
En definitiva, el arte de la política tiene un límite y el intento de conjugar lo irreductible trae como consecuencia proyectos muy deficientes. Es lo que ocurrió con la reforma tributaria, que ahora será necesario enmendar sobre la marcha, aún antes de entrar plenamente en vigencia. Y es lo que con seguridad seguirá ocurriendo con otras iniciativas, mientras el gobierno no tome una decisión precisa sobre lo que quiere y sobre lo que puede hacer.
Continuar jugando a Jekyll y Hyde es sin duda desafiante para la labor interpretativa que realizan los columnistas de izquierda y derecha. Lo malo es que al país este ‘juego’ le está costando demasiado caro.


