¿Irse o no irse? – Alfredo Jocelyn-Holt

¿Irse o no irse? – Alfredo Jocelyn-Holt

Compartir

Decíamos la semana pasada que, aunque tenga razón Büchi sobre la incerteza jurídica, esto de irse no se entiende. La inquietud, en sí, no es infundada, tiene que ver con cómo nos va por estos lados, desde siempre. Tampoco debiera sorprender su radicalidad. Según Camus no hay sino una pregunta filosófica seria: suicidarse. Por qué no pensar, entonces, igual de al callo, que en Chile habría un solo problema histórico: irse o no irse, “to be, or not to be” en clave chilena.

La duda data de cuando Almagro vino, vio y se fue. Pedro de Valdivia, contra toda evidencia empírica a la fecha, porfió, y vean ustedes como le fue. Los españoles, sin embargo, no abandonaron Chile. Ercilla se marchará pero seguirá pegado, de vuelta en España, a la espera que alguno de los dos bandos ganara la guerra para luego terminar su poema se supone que épico; al final, igual, empataron, y por eso sus versos, maravillosos todo lo que quieran, se leen, como el país, en tono frustrado. Y, de ahí, en adelante, todo se volverá “déjà vu”: orden/ desorden, por la razón/ o la fuerza, bonanzas económicas/ desarrollo frustrado, “todas íbamos a ser reinas”/ “No quiero ir a Chile porque allí me llamarán la Gaby…” Enrique Lihn actualizó el problema, afirmando que, para al menos él (obviamente hablaba en plural), nunca se sale del “horroroso Chile”, se viaja (tardíamente o no), y el efecto es el mismo: todo exilio deviene “imposible”/ “Nunca salí de nada”. Determinante ese “nada”; pareciera aludir al desenlace inevitable como también a ese dónde del cual se pretende salir. Ya antes, había descrito al país como “eriazo remoto y presuntuoso”.

Hasta aquí el asunto es como para cortarse las venas y enterrarse en algún parque del recuerdo, paseo dominical, si no fuera que cuenta la historia a medias. Chile es el lugar más utópico -del continente más utópico- por ubicarse en zona de naufragios. Al “sálvese lo que se pueda” se le suma el salto utópico esperanzado, el “donde no hay nada, puede haberlo todo” que nos ha llevado a seguir apostando. Recordemos que a América, al no estar en los mapas (un lugar que existe pero no se le ubica), se la cree prodigiosa, no sólo rica. Y, a diferencia de los demás continentes (África, Asia, Oceanía y Europa, generadores de emigrantes), se viene para acá, desde donde uno no se va habiendo recién llegado. Se puede “hacer la América” llevándose unos doblones de vuelta, pero esa fortuna -se sabe-, al carecer de otro horizonte que el puramente metálico efímero, se esfuma. Gran parte no figura siquiera en los anales de los que en verdad hicieron la América (no se queda en España), sí quizá lo atesoran “middlemen”, encerrados en sí mismos ellos también, gente algo “suiza” en sus expectativas, y a quienes, así como vienen y se van, se les olvida.

Falta por hacer la historia de exiliados voluntarios americanos. Puede que sea hasta más triste que la de expatriados forzados. Sospechosamente, suelen esgrimir razones políticas, con o sin razón; de lo contrario, se condenan a un limbo. (La Tercera)

Alfredo Jocelyn-Holt

Dejar una respuesta