La contienda presidencial se adelantó y a falta de un serio debate de ideas y la concentración de dimes y diretes entre prácticamente todos los precandidatos de ambas coaliciones, la derecha encontró un nuevo caballo de batalla: la inmigración. Haciendo especial énfasis en el supuesto vínculo inmigrante-criminalidad, que se asienta más en las películas y los documentales de netflix que en la realidad de los datos en Chile.
Aumento de castigos, expulsión, limitación de ingreso son solo algunos temas que se han literalmente tirado a la mesa o a los medios en las últimas semanas y el terreno ha sido fértil para debates mediáticos mal intencionados, estigmatizadores cuando no directamente racistas. Preguntas como ¿hay que expulsar a los extranjeros? ¿aportan los extranjeros a Chile? ¿Hay más delincuencia por que llegan extranjeros? Son solo algunos ejemplos de la forma como se está discutiendo este tema en el país. Algunas encuestas de opinión han ayudado a enlodar aún más la cancha ¿la migración en chile es alta o normal? Pregunta una encuesta que se publica semanalmente. ¿Alta? ¿Normal? Qué quiere decir esto? Será que responden a “veo mucho extranjero en la calle”? o “Santiago se ha llenado de haitianos y colombianos”? o “he perdido el trabajo por culpa de ellos”? Nadie sabe.
Ese es el problema principal. La migración como temática de política pública requiere de debates serios, definiciones de política pública de largo aliento y el dialogo entre el gobierno y la sociedad civil y no rings de boxeo mediático. El debate del populismo punitivo es altamente peligroso por que profundiza el clasismo, el racismo y la sexofobia de algunos y define un camino de difícil derrotero. No han sido pocos los representantes políticos que han retrocedido en sus iniciales inflamadas declaraciones y hoy hablan de la migración ilegal como el centro del problema y dejando en claro que los “legales” son bienvenidos.
Las acciones del gobierno y sus declaraciones han sido erráticas. Evidentemente modificar la ley de migración es de especial urgencia. No solo por que la actual ley es antigua, poco ajustada a los desafíos actuales y además deja abierto espacios importantes de discrecionalidad en, por ejemplo, las causales de no ingreso de aquellos que quieren entrar al país. Sino también por que la globalización impone desafíos que requieren ser enfrentados en el marco del estado de derecho reconociendo el derecho a migrar pero también sentando las bases de lo que Chile quiere de estos procesos. En otras palabras hoy no hay una política migratoria.
Dejar esta discusión para un año electoral es posiblemente la peor de las decisiones. Tal vez fue una no-decisión basada en la percepción que este era otro tema más que se podía patear para la próxima administración. Pero los consultivos desarrollados con la sociedad civil en el 2014 que abrieron espacios de debate, el Consejo de Política Migratoria creado en el 2015 así como el instructivo presidencial del mismo año dejaban entrever otro camino. ¿Qué pasó con todo ese proceso? Nadie sabe.
Ahora tocará legislar en el peor de los escenarios, el debate presidencial donde difícilmente se podrá pensar en la forma como Chile se vincula con el mundo. Más allá de los tratados comerciales y el intercambio económico, los desafíos de la inmigración nos presentan un escenario de cómo se quiere desarrollar el país. Regulación es clave para evitar el discurso del muro y la expulsión. Nadie está hablando de puertas abiertas pero la situación actual solo abre espacios para el contrabando de contratos de trabajo, la trata de personas, el abuso de migrantes irregulares, es decir un mal escenario.
Sobre el discurso racista y clasista no queda mucho más por decir salvo que es urgente recuperar las clases de educación cívica. Reconocer además que el otro, el distinto, el extranjero no es un potencial enemigo sino por el contrario, una potencial fuente de fortalecimiento de las capacidades de entendimiento, tolerancia y desarrollo del país. (La Tercera)
Lucía Dammert


