¿Hay que cambiar a Felipe Bulnes?

¿Hay que cambiar a Felipe Bulnes?

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El aspecto más notorio del caso de La Haya es la emergencia de rencores de diversa índole. Uno obvio, pero no el único, es el que, envuelto en eufemismos de diverso tono, el más usado de los cuales es el concepto de «reforzamiento», tiene por objeto sacar de la condición de agente a Felipe Bulnes o cambiar la composición del equipo que de él, hasta ahora, depende.

¿Es razonable hacerlo?

Aparentemente sí.

Después de todo, la objeción preliminar que los abogados de Chile -liderados por Bulnes- presentaron fue derrotada.

El argumento de Chile (que Bolivia al reclamar una negociación para una salida al mar estaba desconociendo el Tratado de 1904, motivo por el cual la Corte carecía de competencia) fue descartado. La Corte dijo, en cambio, que lo que Bolivia reclamaba era la existencia de una obligación de negociar surgida de la conducta que Chile había mantenido por más de un siglo.

En otras palabras, la Corte dijo que la conducta de Chile pudo haber generado, para Bolivia, una expectativa de negociación que debiera, si se cumplen algunas condiciones, ser protegida. Ese criterio de la Corte -cuya aplicación se discutirá ahora- no tiene nada de sorpresivo ni de raro. En la tradición jurídica (al menos desde Ihering) se reconoce que las personas a la hora de llevar adelante negociaciones preliminares deben mantener una conducta de buena fe que, si se abandona, genera responsabilidad. Eso es más o menos lo que alega Bolivia: que Chile ha emprendido numerosas negociaciones tendientes a conferir a Bolivia una salida soberana al mar; que esas negociaciones han generado a Bolivia expectativas razonables, y que esas expectativas, que Chile habría traicionado, deben ser protegidas ordenando llevar adelante un proceso de negociación de buena fe.

La Corte admitió ese alegato como objeto del litigio.

No cabe duda entonces que la objeción preliminar fue derrotada. Pero ¿cuán relevante es eso?

Es relevante. Pero esa relevancia es más política que jurídica.

Desde el punto de vista jurídico, una objeción preliminar como la que lideró Felipe Bulnes es una decisión táctica que poseía una alta tasa de ganancia (nada menos que acabar tempranamente con el juicio) y un costo neutro (si se pierde el litigio queda igual antes que después de la objeción). Interponer la objeción fue, pues, perfectamente racional. Y el equipo jurídico, dirigido por Bulnes, lo hizo muy bien -de manera inmejorable, a decir verdad- a la hora de presentar los mejores argumentos de que Chile disponía para apoyarla.

El resultado no es, entonces, sorprendente ni reprochable desde el punto de vista jurídico, sino que lo es desde el punto de vista político.

El Gobierno lo advirtió desde temprano (que el asunto era político y no jurídico a la hora de las consecuencias) y por eso ha vacilado por estos días entre presentar el fallo de la Corte como un triunfo disfrazado de derrota (Chile, a pesar de haber perdido la objeción preliminar, habría obtenido una limitación de lo que Bolivia pretendía) o como una derrota cuyos culpables serían los integrantes del equipo jurídico (motivo por el cual habría que reforzarlos).

Así, o no habría responsabilidad política porque el fallo, a pesar de las apariencias, sería un triunfo y no una derrota, o porque si hubiera una derrota los culpables serían los abogados liderados por Felipe Bulnes.

En cualquier caso el Gobierno quedaría incólume.

Pero, como saben los abogados y los expertos en derecho internacional, ninguna de esas dos alternativas es necesaria: el fallo es una derrota que no daña y de ella no son culpables los abogados. La mejor reacción frente a este fallo es, entonces, reconocer la racionalidad de la decisión que se adoptó al presentar la objeción; recordar que el resultado era previsible pero de bajo costo; conferir autonomía técnica de aquí en adelante al equipo jurídico que, liderado por Felipe Bulnes, lleva adelante el proceso; sugerir a los parlamentarios que no interfieran con sus efluvios retóricos, y persuadir al canciller y la Presidenta que no hagan malabares para decir que este fracaso -previsible, transitorio y de bajo costo- es en realidad un éxito disfrazado.

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