Guillier vs Guillier

Guillier vs Guillier

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Se vive (según recuerda Juan Emar) con el dedo de Dios apuntando en la nuca. Siempre al borde del desastre.

Especialmente en política.

Lo acaba de constatar ayer, en plena campaña, el candidato Alejandro Guillier.

Según reveló Radio Bío Bío, Guillier en su calidad de senador pagó al menos cuatro informes, que resultaron ser copias exactas de la información que el propio Senado provee públicamente . Cada línea y cada palabra de cada uno de esos cuatro informes (seguramente por un extraño azar del tipo que soñó Borges, en Pierre Menard, autor del Quijote) coinciden línea por línea y palabra por palabra con algún texto público que es posible encontrar en la página del Senado. Ni más ni menos. O sea, el senador empleó dinero público para pagar por una información que estaba disponible y era gratuita . Como si usted pagara a un asesor externo, y con fondos públicos, para que le informara cotidianamente los titulares de Emol o algo así.

Al explicar la situación, la oficina del senador, y él mismo, señalaron que esos textos no eran más que parte de una asesoría «personal y telefónica» que él recibía mes a mes con puntualidad religiosa. El copy paste entonces no era más que un añadido a una asesoría personal que, salvo la palabra de quien es escrutado, es decir el propio Guillier, no hay forma de acreditar.

¿Suena bien esa explicación del candidato?

No hay manera más imparcial de juzgar la conducta de un político que confrontarla con su conducta previa. Es lo que los abogados llaman doctrina de los actos propios: según esta doctrina, no es lícito que una persona contravenga el sentido objetivo de su propia conducta. No hay regla más imparcial que esa: el umbral de lo que es correcto y lo que no lo es surge de la propia conducta del político sometido a escrutinio, no del tercero que observa.

Veamos.

Alejandro Guillier debe buena parte de su reputación pública a su labor como periodista, a su trabajo como ejecutor de un oficio inquisitivo que pide cuentas, mira bajo el agua, escruta y desconfía. Todas sus virtudes, como la capacidad de empatía con parte de las audiencias, y todos sus defectos, como la exasperante generalidad con que habla (como si en vez de reflexionar improvisara comentarios fugaces) se debe a ese oficio suyo. No parece sensato que ahora desconozca o niegue las reglas del quehacer que le permitió construir su prestigio. Siendo así cabe preguntarse si acaso el Alejandro Guillier periodista, el de ayer, hubiera aceptado la explicación del Alejandro Guillier senador, el de hoy.

Por supuesto que no.

Y la razón es obvia: todos quienes han sido imputados de conductas semejantes, y más tarde sometidos a la luz escrutadora de un fiscal, han dado explicaciones también semejantes a las que ahora proporciona Alejandro Guillier. Y todos ellos han sido víctimas de sospechas también semejantes.

Y es que su explicación sencillamente no es razonable.

Porque lo que el senador Guillier ha explicado es que él tiene la misma actitud desaprensiva y ligera en el cumplimiento de su quehacer que la que han mantenido muchas veces la mayor parte de sus colegas . Una cierta dejación en el manejo del dinero público (empleado en este caso para comprar humo), el cumplimiento puramente ritual de los deberes (creer que se informa calificadamente cuando recibe un texto que es simple copy paste) y una actitud casi soñolienta a la hora de dar las explicaciones del caso (como si en vez de dar explicaciones buscara anestesiar a los periodistas y las audiencias).

Si en política se vive siempre con el dedo de Dios apuntando en la nuca, en las campañas presidenciales, como se ve, la cosa es peor.

Porque en las campañas son la ciudadanía y las audiencias las que, apoyadas en el mismo oficio que hasta anteayer ejecutaba Guillier, miran, desconfían y escrutan a quienes aspiran a conducirla. Y, como lo está mostrando esta campaña(si no que lo diga Beatriz Sánchez que acaba de experimentar cuán fugaces son los apoyos) la ciudadanía y las audiencias están compuestas por personas infieles, gentes que restan el apoyo al menor tropiezo, a la menor revelación que el candidato, que se presentaba a sí mismo como una excepción, como alguien que rehusaba ser político para así ganarse el favor ciudadano, tenía las mismas o parecidas conductas de aquellos de los que decía huir como de la peste.

Esa leve desaprensión al gastar el dinero que corresponde a su cargo; ese leve desgano a la hora de juzgarse a sí mismo.

Carlos Peña

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