En las aguas del Caribe, la presencia de destructores estadounidenses vuelve a colocarse en el centro del tablero regional. Bajo el argumento de combatir el narcotráfico, Washington despliega buques y marines cerca de Venezuela. Sin embargo, detrás de la narrativa antidrogas, se perfila un objetivo más profundo: socavar —e incluso propiciar la caída— del gobierno de Nicolás Maduro.
El eje estratégico: desestabilizar al chavismo
Desde que el Departamento de Justicia acusó formalmente a Maduro en 2020 y ofreció una recompensa por su captura, la presión estadounidense no ha disminuido. Hoy, con la recompensa elevada a 50 millones de dólares y la presencia naval reforzada, el mensaje es inequívoco: la administración Trump no se conforma con gestos simbólicos. Busca resultados concretos, y entre ellos, la desestabilización o eventual sustitución del régimen chavista ocupa el centro de la estrategia.
Más allá del narcotráfico: un pulso global
La narrativa antidrogas cumple un papel clave en la política interna de Estados Unidos, pero la dimensión real del despliegue excede lo criminal. China, Rusia e Irán han ampliado su influencia en América Latina en materia energética, tecnológica y militar. Frente a ello, Trump recurre a la proyección de fuerza como un recordatorio de que Washington sigue siendo el garante del orden en su “patio trasero”. La lucha contra el narcotráfico se convierte así en el rostro público de una pugna geopolítica mucho más amplia.
Advertencia a la región
La presión estadounidense también se dirige hacia los gobiernos de la región. El despliegue naval es un recordatorio a las administraciones de izquierda —y en especial al Brasil de Lula— de que los márgenes de autonomía tienen límites marcados por Washington. La impronta ideológica de la política exterior estadounidense, reforzada por figuras como el secretario de Estado Marco Rubio, subraya que no se trata únicamente de seguridad, sino también de un pulso político contra el eje progresista latinoamericano.
Entre la disuasión y lo imprevisible
El cálculo predominante sugiere que una invasión directa o un operativo de “decapitación” es improbable, dado el costo militar y político. No obstante, el estilo político de Trump —imprevisible y ajeno a las convenciones— impide descartar por completo cualquier escenario. Lo más plausible es que Washington mantenga una combinación de presión militar, sanciones financieras y aislamiento diplomático, en busca de erosionar gradualmente las bases del chavismo y abrir una ventana a la transición.
Perspectivas
Trump articula su estrategia en torno a un binomio: narcotráfico y cambio de régimen. El primero le otorga justificación legal y legitimidad interna; el segundo, la posibilidad de un logro histórico en el hemisferio occidental. Para Venezuela, ello significa mayor asedio y aislamiento; para América Latina, un escenario de incertidumbre donde la pugna entre Estados Unidos y las potencias extrarregionales se intensifica. Cada movimiento naval y cada nueva sanción no son simples gestos: son pasos en la construcción de una narrativa en la que Trump busca consolidar su huella en la historia a través de resultados tangibles.
Andrés Liang
Experto en Geopolítica y Seguridad



