Gabriel versus Boric-Roberto Munita

Gabriel versus Boric-Roberto Munita

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Aunque cueste creerlo, en menos de cuatro años pasamos de ver a un joven diputado llamado Gabriel Boric increpando a un grupo de militares que custodiaban el orden público en Plaza Baquedano, en el marco del estallido social de 2019, a presenciar a un joven Presidente llamado Gabriel Boric tarareando “Los viejos estandartes” en la Parada Militar. Y no, no es alcance de nombre.

La gran pregunta es: ¿Hubo una evolución, un cambio de tendencia? ¿Será simplemente que el joven líder estudiantil maduró? ¿O que se reencontró con sus raíces democristianas, las que son, hay que decirlo, bastante más conservadoras que las de su tribu?

Quizás, es un caso de lo que Max Weber ha llamado la tensión entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Uno podría pensar que el joven diputado que alegaba contra “los milicos en la calle” era movido únicamente por la convicción, y ahora el Presidente actúa bajo los parámetros de la responsabilidad.

Pero no. Me parece la respuesta no está en ninguna de las tesis anteriores.

En Boric (y no sólo en él, como explicaré al final) conviven dos mundos, dos quimeras, dos ideas muy distintas de sociedad. A un lado, está la utopía refundacional, basada en códigos identitarios, que busca deconstruir la sociedad tal como la conocemos. Es la doctrina en la que el Presidente se ha formado, y que lo acompaña desde que era un joven estudiante de la Izquierda Autónoma (estas ideas están muy presentes en la génesis del autonomismo, como bien explica Alfredo Jocelyn-Holt en su libro “La escuela tomada”). Al otro lado, están las raíces socialdemócratas de Boric, que vienen tanto de su familia, como de otros viejos sabios a los que el Presidente ha comenzado a escuchar, cada vez con más atención: es cosa de verificar el grado de influencia que hoy tiene el Socialismo Democrático, en comparación al que tenía cuando comenzó el Gobierno: el PS y el PPD (más el PC) hoy dominan La Moneda, mientras el Frente Amplio ha pasado a un segundo plano.

Vuelvo entonces a Weber: ¿no es esto, precisamente, convicción versus responsabilidad?

No, porque el joven diputado Boric demostró, en su momento, altas dosis de liderazgo, yendo incluso contra la corriente de su propio partido o conglomerado (dispuesto a asumir costos políticos por ello) y eso no lo hizo, probablemente, por responsabilidad, sino por convicción. Pienso, por ejemplo, en la integración de una mesa de trabajo del Presidente Piñera para la infancia, al comienzo de su segundo mandato, pese a que el Frente Amplio notificó que se restaría, o en la firma del diputado Boric como persona natural en el famoso acuerdo del 15 de noviembre.

Esta idea de dos mundos, a ratos irreconciliables (recordemos, por ejemplo, que los peores verdugos en contra del ex ministro Jackson no fueron personeros de derecha, sino senadores socialistas), gobierna hoy en La Moneda, con todos los costos que eso pueda traer. El asunto no es menor: si para autores como Taagepera o Colomer ya era complejo caracterizar el sistema de gobierno de Chile, por ser un presidencialismo con gobierno de coalición (las coaliciones son más bien propias de los sistemas parlamentarios) hoy es aún más difícil comprender un gobierno en el cohabitan dos coaliciones. Con historias, trayectorias e historias muy distintas.

El problema radica, al final del día, en que Boric no está dispuesto a dejar caer a ninguna de las coaliciones, para gobernar con un solo equipo, lo que le permitiría tener visión de Estado, cohesión y control de la agenda. Y lo que es peor: desde su entorno validan esta estrategia. Sin ir más lejos, hace algunos días, la vocera de Gobierno dijo que “no son excluyentes” los duros dichos de Boric contra Piñera en campaña, frente a las palabras de elogio que le dedicó hace algunas semanas.

No deja de ser grave que, para La Moneda, no sea excluyente intentar caminar hacia delante con un pie, mientras el otro transita decididamente hacia atrás. Buscar acuerdos y diálogos transversales en un asunto como los 50 años del golpe, mientras un sector (el PC) logra echar a Patricio Fernández y a Jaime de Aguirre por tibios. Comprometerse a poner mano dura en La Araucanía, y al mismo tiempo ingresar un cuestionado veto en el proyecto de usurpaciones. Es Gabriel versus Boric, señoras y señores.

Al final del día, esta profunda contradicción existencial no es sólo boriciana, sino de toda una generación: el Frente Amplio nació principalmente de dirigentes hijos de la Concertación que miraban con malos ojos la moderación de esos 20 años, y por eso proponían una Revolución Democrática. Y, como tantas otras veces en la historia, debían matar al padre. Pero en este caso -y he ahí la contradicción- después de matar al padre se le invita nuevamente a la casa y se le rinde pleitesía. Pero por un rato no más, ya que esto causa rabia en los sectores más extremos (el PC, Comunes) y por tanto, hay que dar señales en contra. Para que no se note tibieza. Como la señal que deberá hacer ahora el Presidente a la izquierda más dura, en compensación por haber tarareado «Los viejos estandartes». (El Líbero)

Roberto Munita