Fortalecimiento de alianza anglosajona en el Pacífico

Fortalecimiento de alianza anglosajona en el Pacífico

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El 15 de septiembre de 2021 el presidente de los Estados Unidos, Joseph Biden y los primeros ministros del Reino Unido, Boris Johnson, y Australia, Scott Morrison, escenificaron, durante una cumbre en línea, el reforzamiento de la alianza anglosajona en el Pacífico.

El Pacto AUKUS (por Australia, Reino Unido y los Estados Unidos en inglés) trae, además, la sorpresa estratégica de la nuclearización militar de Australia –que no, posesión de armas nucleares–.

Dentro de la gran estrategia del Pacífico que emprendieron los responsables de la política exterior americana al final de la presidencia de Bush hijo y que se fue pergeñando y ampliando bajo las Administraciones de Obama y Trump, los Estados Unidos dan un paso más para unir formalmente a tres de los cuatro países anglosajones con intereses en el Pacífico; solo la pequeña e insignificante Nueva Zelanda se ha quedado al margen, al menos por ahora.

Se trata de un pacto win-win, en términos anglosajones y nunca mejor empleados. Washington gana porque une formalmente a Australia y Reino Unido a la gran coalición informal que han levantado en el Pacífico y el Sudeste Asiático –donde están también Japón, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia, Filipinas y la India–; y refuerza las capacidad militares de los países que realmente van a la guerra cuando es necesario –véase su actuación durante la Guerra Global contra el Terrorismo, la guerra de Afganistán, la guerra de Irak o la misma operación para sacar a su personal y colaboradores de Kabul, durante la segunda quincena de agosto de 2021–; además, las empresas del complejo militar-industrial americano consiguen un contrato de extraordinario valor, no solo en término económicos, sino de colaboración estable para un período de cuarenta o cincuenta años.

Reino Unido gana, porque después de su “desastrosa” -seguimos debatiendo sobre este término- retirada de la Unión Europa, demuestra que es capaz de erigir acuerdos y formar parte de alianzas que no solo mantienen su estatuto de gran potencia, sino que, además, confirman que puede seguir su propio camino a pesar de su “oprobiosa pequeñez”, como se enfatizó en todo el proceso del Brexit desde el lado europeo.

Finalmente, Australia gana porque formaliza una nueva alianza con sus pares anglosajones, porque quiere desempeñar un papel relevante en la estrategia del Pacífico y porque su Marina de guerra se convertirá en un factor de poder en la región. Esto es así porque, después de décadas de intentos frustrados, el gobierno australiano ha tomado la decisión de dotarse de una fuerza submarina al nivel de las grandes potencias nucleares –véase el Statement del primer ministro australiano de 16 de septiembre de 2021–.

La Marina australiana recibirá ocho submarinos nucleares de ataque (SSN) desarrollados con asistencia tecnológica americana, que permitirán patrullar grandes extensiones marítimas, hacer frente a cualquier adversario naval en la región y disponer de la capacidad de golpear en profundidad el territorio enemigo, porque, no lo dudemos, los SSN australianos estarán equipados con misiles de crucero Tomahawk de ataque a tierra, armamento avanzado con el que solo cuentan, hasta ahora, además de los Estados Unidos, los SSN de la Royal Navy.

No hay perdedores.

Las autoridades francesas se quejan de la cancelación del contrato de exportación de armas más importante de su historia –véase la entrada SUBMARINOS DEMASIADO CAROS de abril de 2016–, pero en términos estratégicos eso no es significativo.

Los dirigentes europeos continúan con el discurso vacío de una futura defensa europea que surgió al calor del Tratado de Maastricht y no es posible extraer consecuencias estratégicas de discursos y declaraciones intrascendentes –un ejemplo más lo tenemos en el discurso del estado de la Unión de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pronunciado el mismo día 15 de septiembre de 2021 ante el parlamento europeo, que se basó en el triunfalismo europeo frente a la pandemia, la ausencia pasmosa de autocrítica y seguir fantaseando con un ejército europeo, que jamás existirá, a raíz de los acontecimientos recientes en Kabul–.

Con el pacto AUKUS los anglosajones demuestran la distancia sideral que existe entre sus decisiones y las de los dirigentes europeos, convertidos en testigos silenciosos de las decisiones que toman otros. Lo dijo muy claro el primer ministro Morrison: “como primer ministro debo tomar decisiones que respondan a los intereses de seguridad nacional de Australia”. Esto no lo oiremos a ninguno de los correctísimos, en términos políticos, líderes de la Unión Europea, amparados en ideas que, ahora mismo, escapan a los intereses de los propios Estados miembros, como hemos comentado en otros sitios –véase por todos el ensayo «La Unión Europea y las grandes potencias en un sistema internacional e inestable», de 28 de junio de 2021–.

Y no esperemos que las cercanísimas elecciones alemanas para elegir a un nuevo canciller (26 de septiembre de 2021) vayan a cambiar nada, ningún candidato quiere sacar a Alemania de la comodidad de su estatuto de potencia benévola.

Por tanto, el Bloque Occidental se refuerza en el Pacífico para hacer frente a su cada vez más evidente adversario (la China comunista), el escenario estratégico evoluciona rápidamente –esta semana cuatro buques de guerra de la Marina china navegaron por el Pacífico Norte, cerca de las costas de Alaska- hacia un inevitable enfrentamiento decisivo, que cada vez es más evidente que se producirá en un plazo de tiempo muy inferior al que planificaron los militares chinos. (Derecho y Política Internacional-Universidad de la Laguna-Tenerife)

Luis Pérez Gil

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