Apareció con el Movimiento Militar de 1924 para acelerar el desarrollo económico y social del país. Curiosamente, su impulso se debió a un colosal error de diagnóstico respecto de la realidad del país de entonces, que distaba de ser como se la pintaba. Muy pronto se transformó en un gran suplantador de la acción de las personas, tanto en las actividades económicas como en las de protección social.
Es en este fenómeno donde radica la base del presidencialismo chileno. Las reparticiones públicas se fueron dotando de crecientes facultades normativas y jurisdiccionales, que significaron una disminución de la trascendencia de los poderes Legislativo y Judicial. Hoy contamos con más de doscientas mil normas plenamente vigentes de origen administrativo.
En los años sesenta, cuando el país fue envuelto en la Guerra Fría, el estatismo se viró hacia un dirigismo social con el objeto de reformular a la sociedad conforme al dictado de las ideologías revolucionarias, que terminaron demostrando su fracaso en todo el mundo. Sin embargo, ahora se las trata de replicar negando toda la funesta experiencia vivida. Las reformas que impulsa el gobierno de la Nueva Mayoría apelan a aquellos postulados sin el menor rubor. Sus numerosos defectos no son errores ni apresuramientos, sino revelan el premeditado afán de sojuzgar a las personas.
El viaje semiclandestino de la Presidenta a La Araucanía es el remate perfecto. Para eludir encuentros complicados se saltó a todo el país, comenzando por su ministro del Interior. Fue una clara demostración de desprecio a la institucionalidad y, por este camino, a la sociedad civil. La oscuridad de ese viaje más las campañas mediáticas de desprestigio de lo existente desnudan las torcidas intenciones de quienes nos gobiernan y anuncian que continuarán en este pernicioso encadenamiento. Es preciso contrarrestarlo aunando fuerzas para evitar la frustración de millones de chilenos y nuestro fracaso como país.


