En algún momento las emergencias se vuelven crisis, lo terrible imparable, cunde la alarma, y de ahí, se salta al colapso sistémico, puede que en un santiamén. ¿Es eso lo que ha estado ocurriendo?
Cerca de un centenar de incendios dantescos en siete regiones, sin la mitad siquiera apagados (¿intencionales cuántos?), es una catástrofe nacional mayúscula, nadie lo duda. Pero, de tratarse de incendios posiblemente concatenados (escenario más grave), no es lo único que podría inflamarse. El gobierno se ha visto sobrepasado; otros menos indulgentes le han calificado de inepto, paralizado -las redes sociales, ardiendo como nunca, haciendo que la política del asunto se torne también incendiaria-. Arrinconado, el gobierno ha debido recurrir a la supuesta figura de la “unidad nacional” que debe congregarnos en situaciones funestas, intentando extinguir las críticas y no ahogarse en medio del humo.
El contexto -admitámoslo-no le ha sido propicio. Un gobierno sumido en menoscabo creciente: Bachelet, a pesar de todo, insistiendo en sus reformas, para aprovechar el poco más de un año que le queda. Con una oposición al frente que, justificadamente o no, la oportunidad de criticar no la va a desechar (es año electoral), y menos si la Nueva Mayoría puede perpetuarse gracias al populismo, razones para temerlo no faltándole. Más aun, tratándose de un gobierno lento en admitir la realidad; recién ahora, el ministro del Interior ha concedido que en La Araucanía existe terrorismo (palabra todavía tabú en Chile donde todavía se cree que prima el respeto institucional). Y, para más, el subsecretario Aleuy ha estado apareciendo en televisión escoltado por militares, mientras informa medidas para apagar los incendios. Días después, declarándose estado de catástrofe en cuatro regiones.
Todo lo cual no termina por desmentir la desgastada “unidad nacional” y la incapacidad gubernamental para resolver la situación. No estamos ante un terremoto, como el 27F, ahí el único causante posible fue la naturaleza. El “no pudiendo unos, pueden otros manejar la crisis”, conocida historia en este país, exige que se expliciten las razones para decretar un estado de excepción constitucional y delegar en jefaturas militares las zonas comprendidas, despejando cualquier duda, de lo contrario se presta para toda suerte de lucubraciones que en estos días han proliferado.
Vivimos en un mundo, ya no de rumores (siempre los ha habido), sino de “hechos alternativos”, según el “Newspeak” orwelliano-trumpista, doctrina propuesta por asesores del presidente en la actual Casa Blanca. También él un gobernante discutido (similar a nuestro gobierno) y con menos apoyo que el que lo llevó a tan alta función (aunque en su caso antes de asumir), pero que, sin embargo, igual, debe gobernar el país porque se supone que es capaz de hacerlo, o si no ¿qué hace ahí? Inquietud política que no puede no atenderse. Gobiernos sobrepasados que recurren a estados de excepción para salvar sus crisis los hemos tenido en Chile ya antes. (La Tercera)
Alfredo Joselyn-Holt


