Esperando el fracaso-Iris Boeninger

Esperando el fracaso-Iris Boeninger

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Nada peor le podría ocurrir a Chile que al nuevo gobierno le vaya mal.

Y, sin embargo, eso es exactamente lo que algunos parecen estar esperando.

El gobierno saliente no debiera retirarse apostando al fracaso de José Antonio Kast. Tampoco sus detractores, que buscan diferenciarse en todo, como si la negación permanente otorgara superioridad moral. No lo hace. Al contrario, profundiza la desconexión entre la política y las personas.

Dar vuelta la página y luchar por el futuro de Chile requiere coraje. Requiere más democracia, más diálogo, más empatía y comprensión de la enorme tarea que se inicia. Gobernar —y también oponerse— exige responsabilidad histórica.

El actual gobierno no está mostrando lo mejor en estas circunstancias.

Gran legado sería que no hagan declaraciones , que faciliten la transición y no se envuelvan en una ideología que nubla la posibilidad de hacer el bien a Chile.

Respetar las reglas de la democracia , ni más ni menos .

Tradicionalmente, las transiciones de gobierno en Chile han sido impecables. Hoy, en cambio, asistimos a decisiones que tensionan ese espíritu. La reciente discusión y tramitación de la llamada “ley del amarre” es un ejemplo elocuente: iniciativas impulsadas al final de un período, con evidente carga política, que parecen buscar condicionar al gobierno entrante más que servir al país.

Si se actuó mal políticamente antes, corresponde repararlo, no perpetuar el error por orgullo, revancha o cálculo. La democracia no se fortalece amarrando al que llega, sino permitiéndole gobernar con reglas claras y responsabilidad compartida.

La ética pública es crucial en este momento .

La estrategia y sensibilidad política son más importantes que nunca por parte del gobierno entrante y el saliente en este periodo de transición hasta el 11 de marzo.

Hoy se trata de ayudar a la gente. A quienes no quieren más una política que pelea, discute y complica. Están cansados.

Humberto Maturana lo decía con claridad: si él fuera oposición, se llamaría cooperación. Una idea simple, profunda y muy vigente.

La calidad de la política define la calidad de la democracia. Y si tanto se habla de defenderla, entonces hay que cuidarla. Porque las confianzas se han perdido.

Cada palabra pronunciada, cada gesto de lealtad, cada pacto implícito construye —o destruye— puentes hacia el futuro. Sin confianza, ese futuro se vuelve un laberinto de dudas, como caminar sobre una cuerda floja sin red. Confiar es, al mismo tiempo, el acto más valiente y el más necesario para que una sociedad funcione.

Hoy los partidos políticos y los parlamentarios enfrentan un rechazo amplio y persistente. Esto es grave. La gente no confía en ellos, y sin confianza ninguna democracia se sostiene.

Edgardo Boeninger advirtió tempranamente este deterioro. Ya en 2009 identificó síntomas que hoy resultan inquietantemente actuales: cuando los conflictos entre políticos se ventilan por la prensa en lugar de resolverse con diálogo directo; cuando los intereses partidarios se anteponen al bien común; y cuando se pierde el sentido de proyecto colectivo, reemplazado por el cálculo inmediato.

No se trata de atribuirle adhesiones ni respaldos contingentes. Boeninger fue —y sigue siendo— un referente ético e institucional, no un actor de la coyuntura. Su aporte trasciende gobiernos, coaliciones y liderazgos específicos. Como escribió: “La democracia no se sostiene solo en reglas, sino en confianzas y conductas compartidas”. Para él, gobernar —y también oponerse— implicaba autocontención, responsabilidad y una lealtad básica con el país, incluso —y sobre todo— cuando se pierde.

La mayor responsabilidad de todos —gobierno, oposición, partidos y líderes— es sacar a Chile adelante, especialmente a quienes peor lo están pasando. Reparar lo que se hizo mal, cuidar las instituciones y volver a confiar. No se construye país esperando el fracaso del otro. Se construye asumiendo, cada uno desde su lugar, la responsabilidad de que a Chile le vaya bien. (El Líbero)

Iris Boeninger