El triunfo del detractor crónico

El triunfo del detractor crónico

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No cabe duda: José Antonio Kast arrasó en la segunda vuelta. Una diferencia indiscutible, un triunfo inobjetable. La democracia habló con los votos y, por tanto, nada más que agregar. Las encuestas esta vez predijeron este resultado con exactitud.

Sin embargo, sí existían algunas dudas que se despejaron muy rápidamente. Una parte del voto de Matthei se desplazó a Jara y, seguramente, un porcentaje menor de Parisi, pero una primera conclusión es que el sufragio del PDG no pertenece al PDG. De hecho, la inmensa mayoría de quienes apoyaron a Parisi votaron por Kast sin escuchar la “recomendación” de anular la papeleta.

Me imagino que a partir de hoy lunes 15 el equipo del Presidente electo, José Antonio Kast, tendrá que trabajar arduamente en definir cómo será la alianza de gobierno, lo que a su vez impactará en cómo quedará compuesto el oficialismo. ¿Tendremos una coalición amplia desde Republicanos y el PNL a Chile Vamos? ¿Qué rol cumplirán los partidos en disolución, Evópoli, Demócratas y Amarillos, o estos últimos serán un simple agregado?

El segundo gran desafío de Kast será intentar poner la pelota en el piso con las enormes y desmesuradas expectativas que creó durante la campaña. Recordemos que se habló de terminar con la migración ilegal, aumentar el crecimiento –hoy 2.5%–, desbaratar el narcotráfico y lo más complejo: “Terminar con la delincuencia” (sic). Un discurso sin matices, de blanco y negro, ese de “hoy existe el problema, mañana lo solucionamos”. Kast diagnosticó a Chile como un país en ruinas, destrozado –en el cierre de campaña dijo que “todo” se había hecho mal en este Gobierno–, que se caía a pedazos.

Pese a la promesa de cambiar todo –dicho incluso en el eslogan de campaña–, quedó con muchos signos de interrogación en la última fase de campaña. El candidato no fue capaz de explicar cómo y dónde recortaría los 6 mil millones de dólares (aunque a Carter se le salió que mejor lo decían en marzo, porque si no la calle estallaría).

Tampoco quedó claro si a los migrantes ilegales los van a expulsar o si al final se les invitará voluntariamente a abandonar el país. Al comienzo, el ahora Presidente electo señaló que saldrían en aviones de a 100 personas, con un costo de 1 millón por cada ilegal. Eso significaría alrededor de nueve años para cumplirse. Después indicó que los extranjeros deberían pagarse el pasaje y luego que deberían hacerlo sus empleadores.

Si Kast no regula y baja las expectativas creadas, le podría pasar lo mismo que a Sebastián Piñera con “se les acabó la fiesta a los delincuentes” o al mismo Presidente Boric, que llegó al poder con un discurso refundacional, con el cambio de la Constitución como bandera.

¿Pero qué ha pasado en Chile para que en los últimos 16 años, siempre, el Presidente saliente le entregue el bastón al representante de la oposición? Muy atrás quedaron los tiempos en que Aylwin le entregó la banda a Frei y este luego a Lagos y este a Bachelet. Desde 2009 en adelante, Bachelet le pasó el bastón a Piñera –la dupla estuvo 16 años turnándose el poder–, este a Boric y luego Boric a Kast. ¿La diferencia? Que a medida que han ido pasando los años, la entrega del bastón se produce entre personas que representan posiciones más extremas.

En esta campaña vimos un nivel de agresividad, de descalificaciones, de fake news –cómo olvidar la “campaña asquerosa” denunciada por Evelyn– y de polarización que, creo, no refleja el país. También en el Parlamento podemos prever que tendremos un ambiente duro y confrontacional. Aún no asumen y ya hemos visto declaraciones como la de Pamela Jiles, que amenazó a Kast con que le hará la vida imposible, o de Vanessa Kaiser que ya adelantó que podría existir “un nuevo golpe de Estado” por parte de la izquierda (¿?). Pero, insisto, los chilenos no somos parte de esa polarización de la que el mundo político quiere convencernos.

¿Y por qué entonces llevamos 16 años entre un polo y otro? Ya no existen las “lunas de miel” que tenían los gobiernos. A los dos o tres meses la curva de desaprobación ya sobrepasa a la aprobación. Nunca más se repitió el 60% que obtuvieron Piñera y Bachelet en su primer mandato. Recordemos que Piñera alcanzó un 6% en 2019 y que Boric se mantuvo en el 30% promedio, a contar del cuarto mes de su administración.

En ese sentido, he conceptualizado como el “detractor crónico” al chileno característico de esta última década y media. Somos exigentes, de mecha corta, impacientes. Esperamos respuestas rápidas, propio de un mundo global, de las redes sociales, de lo inmediato. Estamos abiertos a los “experimentos”, solo por el hecho de no estar contaminados por el poder, como ocurrió con el Frente Amplio y hoy con el PDG y Republicanos. Y, por supuesto, impulsado por el mundo político.

Si no, no se explica el ciclo Bachelet-Piñera, Boric-Kast y los dos plebiscitos frustrados. Distintos estudios permiten distinguir al detractor crónico. Según la encuesta CEP, el chileno desconfía totalmente (70% de rechazo) de los sistemas judicial, político y económico. Además, desconfiamos de las instituciones, del Parlamento y de quien esté en el Gobierno, no importa el color que tenga.

Este detractor crónico es aquel que no votaba cuando el voto era voluntario (en la última elección municipal con sufragio voluntario se alcanzó el 38%), que encuentra malo todo lo que viene de los políticos, que circuló sin problemas entre la Lista del Pueblo y Republicanos en los plebiscitos y que votó por Boric y hoy lo hace por Kast, con un solo objetivo y mensaje: solucione mis problemas con eficiencia y la rapidez de una liquidación de un centro comercial.

Si no cumplen sus promesas, de inmediato, el detractor crónico se contagia con los políticos que abusan de la farándula y las promesas y termina imitando a Pamela Jiles y dice “te haré la vida imposible”, sea quien sea el que esté en La Moneda. (El Mostrador)

Germán Silva Cuadra