La derecha, en sus distintas versiones, se está enclaustrando. Es un efecto inevitable. Considera un hecho la derrota de la continuidad de este gobierno. Tiene tres candidaturas competitivas en la elección presidencial y la distancia entre ellas no es inalcanzable, por lo que la incertidumbre se mantendrá hasta el final. Todavía más si Kaiser sigue acortando distancia.
La estrecha competencia electoral en la oposición produce un importante efecto político. Cualquiera de los tres que pase a segunda vuelta se puede encontrar en la situación de que los otros dos candidatos, sumando sus votaciones, pueden tener más votos. Esto obliga al ganador a no poder enojarse con nadie porque tiene que pedirles el apoyo para lo que viene.
Se podría pensar que esto importa poco porque los electores de la oposición van a respaldar a cualquiera que pase a la última ronda y tendrán razón, pero sólo a medias. Nadie querrá un conflicto abierto antes del cierre del proceso. El apoyo al elegido en primera vuelta se puede imponer, pero sería una torpeza.
No se puede escapar a la necesidad de obtener un apoyo en positivo de los otros dos. Ganar el gobierno es una cosa y dar gobernabilidad otra bien distinta. Este último aspecto tiene cada vez más preponderancia.
Solo la derecha unida puede aspirar a tener mayoría parlamentaria, y eso no es únicamente un asunto de número de escaños obtenidos. Asegurar el respaldo en el parlamento pasa por una negociación, se quiera o no.
La derecha no se prepara para una visita corta a La Moneda, sino para una larga estadía. La centroizquierda se presenta en primera vuelta con casi todo lo que tiene y la oposición inicia la segunda vuelta con todo lo que puede reunir que es mayoría.
Es un buen momento, pero en este sector se interpreta como el inicio de un ciclo largo de varios períodos. Que llegue a ser cierto importa menos que sea un convencimiento compartido que determina las conductas que se asumen.
Tres apostaron, solo uno acertó
Las tres candidaturas opositoras se han diferenciado, pero no están en pugna abierta. Cada uno ha hecho su apuesta y su éxito o fracaso se deberá a la cercanía que logren con sus electores.
Matthei estima que los votantes quieren un buen gobierno, alguien que pueda hacer que “las cosas funcionen bien”. Si es así, sabe que es quien más experiencia de gestión puede exhibir y quien cuenta con los equipos para garantizar eficiencia.
Kaiser estima que hoy los electores lo que menos quieren es moderación, que buscan mano dura contra la delincuencia y que prefieren respuestas rotundas y cortantes frente a cada tema. No ofrece gestión, sino resolución.
Kast, sorprendentemente, quedó en una posición intermedia. Busca ser rotundo, pero enfocándose en las principales preocupaciones ciudadanas. Ha querido responder a los cuestionamientos a su programa manteniendo sus respuestas exclusivamente en el ámbito político.
En esta competencia entre el buen gobierno y canalizar las angustias y el enojo ciudadano, está predominando la apelación a los sentimientos. De otro modo no se entendería que, por primera vez en nuestra historia política, estén compitiendo con posibilidades dos representantes de la derecha dura y que resulte posible pensar que la centroderecha quedara en cuarta posición.
Las encuestas entraron en veda en momentos en que el único candidato que se movía ascendiendo era Kaiser, acortando distancia de Kast.
El tiempo que queda es muy breve como para que cambien las posiciones, con una sola condición: que los indecisos, que son votantes no politizados, se distribuyan entre los candidatos principales sin grandes diferencias. Si los que se resuelven al final se bandean mayoritariamente por uno solo, la historia cambiaría.
En este reino, San Pedro es republicano
Las dirigencias políticas opositoras no han esperado al veredicto de las urnas. Unos se están preparando para asumir la conducción y otros para negociar con quienes conducirán. Y eso está ocurriendo ahora.
Las relaciones de poder han cambiado, porque se reconoce explícitamente las posiciones en que cada uno se encuentra. La seguridad en el triunfo hace que este tipo de asuntos se estén preparando con anticipación.
La centroderecha cree que perderá la elección presidencial, pero no duda de que será imprescindible su incorporación al próximo gobierno. Solo que teme que esta integración se produzca de forma desequilibrada.
Kast ha anticipado que escogerá a los mejores, sin distingo de partidos, pero que no negociará con las directivas partidarias. Esto representa una gran amenaza para Chile Vamos porque los desarma en el punto de partida.
Si la derecha gana la presidencial, no todos en la derecha se podrán considerar igualmente ganadores. Las agrupaciones y los pesos internos de los líderes experimentarán cambios mayores. En la oposición se reconoce la existencia de dos proyectos políticos distintos y lo que puede suceder ahora es que se transite bruscamente del predominio de uno al otro.
Chile Vamos ha representado la voluntad de establecer acuerdos nacionales amplios que se expresa en todas las negociaciones importantes que se han realizado con la centroizquierda. Republicanos ha encarnado la crítica a este comportamiento y lo que busca es la conformación de una mayoría suficiente en la derecha como para gobernar con respaldo en el parlamento.
El cambio de hegemonía deja a los partidos de Chile Vamos sin razón suficiente para seguir constituyendo un bloque que ya no conduce al resto. Será permeado, desde el primer momento, por un nuevo centro de atracción que hará que varios se replanteen si no existe ahora un partido que los representa mejor.
La autodefensa de Chile Vamos será la de intentar impedir que Kast seleccione de sus filas a los que estime conveniente, tal como él reconozca a su arbitrio los méritos personales. Al término de la primera vuelta, la centroderecha pondrá el acento en la elaboración de un programa de gobierno que integre sus puntos de vista.
Es un comportamiento entendible y salvará las apariencias. El cambio en la estrategia básica importa más que las precisiones programáticas, porque es lo que está pasando ahora y porque hay que considerar no solo a los moderados.
Importarán mucho los que, con Kaiser, reclamarán la preservación de los principios. Lo único que se puede adelantar es que ser considerado un “octubrista de derecha” no va a ser ningún halago. Mucho dependerá de que la centroderecha encuentre la fuerza de mantener cierta autonomía porque si no, en esencia desaparece. (El Líbero)
Víctor Maldonado



