Como es bien sabido, desde los 90 en adelante, la llamada agenda progresista sufrió una importante transformación. Los grandes relatos ideológicos fueron reemplazados por demandas identitarias que, hasta ese momento, ocupaban lugares marginales o brillaban por su ausencia. Género, etnia, animalismo e “interseccionalidades” del más variado tipo se instalaron en el centro del debate y conminaban a interpretar al mundo a través del lente de la “justicia social”.
En América Latina, el Movimiento al Socialismo boliviano (MAS) captó con agudeza esta tendencia y consiguió darle forma de partido a las “ancestrales” demandas de los indígenas del país. Su lógica irradió con enorme velocidad hacia el resto de la región. Se convirtió en el estandarte de un inusitado compromiso político-electoral con “la diversidad”. Hubo júbilo. El MAS parecía encarnar de veras aquello que Lenin llamaba “partido de nuevo tipo”.
El nombre lo decía todo. El MAS pasó a representar el tránsito desde la antigua agenda, ideologizada y obsoleta, a una idea prometedora y vital. El edén seguía en el horizonte y adquiría nuevas formas. El nombre sugería que el avance rumbo hacia el socialismo seguía impertérrito. Lo ocurrido en la URSS podía verse sólo como un simple tropezón.
El MAS se convirtió así en una especie de “hiper-objeto” de las izquierdas latinoamericanas, como denomina Y. Harari a aquellas entidades o fenómenos que obligan a reflexionar sobre el lugar del ser humano en la Tierra y en el cosmos. En este caso, parecía haberse descubierto una pieza única, útil para ver a los desamparados de la región de manera distinta, manteniéndose observante en el culto al materialismo dialéctico. Ideas nuevas. Sería la prueba definitiva que el proletariado podía ser reemplazado por los indígenas, por los LGTBIQ+ (la gente del alfabeto) o los pro-animalistas. Un abanico bien variopinto.
Sin embargo, la semana pasada todo tuvo un aterrizaje forzoso. La segunda vuelta de la elección presidencial boliviana mostró los límites del experimento. La suerte del otrora poderoso MAS quedó sellada.
Previamente hubo señales sombrías. Por ejemplo, con los resultados de la primera vuelta. Se habían inscrito varios candidatos que soñaban con re-componer las cosas internas y salir de la fragmentación. Para desgracia, ninguno tuvo votaciones significativas. Hubo uno, aquel que conservó la denominación MAS, con una votación rozando el 3%. Al otro le fue algo mejor; obtuvo el 8%. En el Congreso, la debacle fue aún más estrepitosa. Consiguió sólo dos escaños de diputado. Pero lo más significativo, fue la derrota del fundador, y expresidente, quien llamó a anular el voto. En primera vuelta había alcanzado 19%, pero el fracaso definitivo ocurrió ahora. En la segunda vuelta sólo 4.6%.
La trayectoria hacia el descalabro de la colectividad parece marcada por unos cuantos hitos gravitantes.
Por un lado, el indigenismo mostró las mismas peleas intestinas de toda colectividad política. Esta vez, entre el líder histórico y su sucesor en el Palacio Quemado. Fue tan virulenta que quebró al partido. Por otro, exhibió una total carencia de idoneidad para ejercer los cargos gubernativos. Eso provocó rencillas múltiples y culpabilidades cruzadas, ante una gestión cuyo resultado fue una crisis social y económica de enormes dimensiones. Escasez de combustible, inflación y… falta de dólares.
Fue la falta de esa bendita moneda del imperialismo -esa misma que dispone la curiosa cualidad de ser sine qua none para proyectos revolucionarios y antiestadounidenses-, pese a ser vilipendiada en la retórica oficial. En eso, el proyecto del MAS no se diferenció de los experimentos ideológicos previos. Basta ver Cuba y Nicaragua.
Luego, un lugar muy destacado merece ese listado de ocurrencias disparatadas y conductas poco edificantes que hicieron famoso a su líder. En este punto se puede decir que el MAS hizo una contribución sustantiva a aumentar esa opinión tan extendida que considera a los caudillos latinoamericanos como artefactos de parques temáticos.
Letras Libres recopiló hace algún tiempo algunas de las más desopilantes del exmandatario. Por ejemplo, afirmó que el 60% de los divorcios se debe a la adicción a las telenovelas, ya que “por los culebrones, hombres y mujeres nos ponemos los cuernos”. Propuso suprimirlas, pero la voz del pueblo pudo más y hubo marcha atrás. Luego, no se ruborizó al sostener que la homosexualidad se debía al consumo de pollos. Sugirió repetidas veces volver a la vida en comunidades rurales, “donde nada sobra y todos viven con lo justo”. Demás está recordar los escándalos con menores de edad y sus aficiones al poliamor. Varias veces se jactó de bajarle prendas íntimas a sus ministras, sin que motivara alguna crítica de parte del movimiento feminista.
En un plano más político, durante sus períodos de gobierno, el MAS trató de copar todos los poderes del Estado, hubo ambiciones personales desmedidas, falta de escrúpulos a la hora de velar por las libertades y un claro deseo de humillar a sus rivales. La prisión de Jeanine Áñez lo grafica con claridad.
En el plano internacional, el MAS se hizo de amigos poco recomendables, como los ayatollas iraníes. Una “escuela militar antiimperialista”, formada por oficiales iraníes, y sucesivos viajes de altos personeros entre ambos países eran el rostro de una relación poco convencional. Bastante misteriosa. Nunca se develó qué pudiera tener en común el indigenismo con el chiísmo.
En 2009, el régimen masista avaló una intervención armada de extranjeros que asesinaron a otros extranjeros en el hotel Las Américas de Santa Cruz. La policía boliviana concluyó que el grupo atacante estaba compuesto por extranjeros con marcado acento caribeño, el cual desapareció sin dejar rastros.
También dio luz verde a los consabidos experimentos ideológicos, como estatizaciones generalizadas. Pusieron el ojo en las de recursos naturales, con el resultado esperado; quiebras masivas. Los años del MAS finalizarán el 8 de noviembre con las arcas fiscales vacías. La administración se despide dejando la economía en recesión. Prácticamente no hay inversiones, y los fondos de pensiones son desviados para financiar el déficit público.
En un país marcado por el caos y violencia inaudita, toda esta trayectoria concluye con un final algo difícil de haber sido vaticinado. Mediante voto secreto, informado y universal (conviene recordar que la democracia boliviana no es la suiza), el MAS ha sido lanzado al vacío. Con ello, su propuesta de indofanías latinoamericanas ha perdido corpulencia y orquestación.
Es un cuadro que describe algo indesmentible. El indigenismo parece responder a las lógicas de la transitoriedad y bien podría decirse que ha empezado a liquidar saldos. (El Líbero)
Iván Witker



