El incurable individualismo del FA

El incurable individualismo del FA

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Roberto Izikson (Cadem) ha explicado cómo la popularidad de la pasada Convención Constitucional se vio sensiblemente afectada cuando decidió incluir en el borrador el aborto libre, la plurinacionalidad, y dejó en duda la propiedad de los fondos de pensiones. La mayoría de los convencionales ignoró la advertencia de esas encuestas. Así les fue.

En este contexto, alguien podría sorprenderse de que el Gobierno insista ahora en la propuesta del aborto libre, que había sido derrotada en sede legislativa hace menos de un año. ¿Se trata de un error político inadvertido? En ningún caso: atendida su carga genética doctrinal, resulta inevitable que este Gobierno proponga esta iniciativa, aunque provoque un rechazo importante en la ciudadanía. ¿Cómo explicarlo? Me parece que aquí confluyen al menos tres razones.

La primera es que el mundo frenteamplista recibió hace varios años una “iluminación”. Cuando un grupo de personas tiene el privilegio de contar con una luz que les permite conocer el sentido profundo de la realidad, los resultados de las encuestas o de un plebiscito se tornan irrelevantes. La fuente de ese saber privilegiado no es alguna divinidad, ¿quién, entonces, los ilumina? Obviamente, el futuro histórico, para decirlo en jerga progresista. La historia va hacia allá y ellos se encargarán de conducirnos.

También existe una razón más práctica. Llevamos siete meses de gobierno y no parece que puedan exhibir muchos resultados: ni en seguridad pública ni en economía, principales preocupaciones de la ciudadanía. Para enfrentar este escenario adverso, necesitan contar con el fervor de sus bases incondicionales, ese 25,83% de la primera vuelta. ¿Cómo encontrar un regalo barato que permita mostrarles que el programa se cumple? El aborto y otras medidas semejantes constituyen el recurso favorito de cierta izquierda, y el Frente Amplio (FA) no ha sido una excepción. Además, así se compensan las molestias que pueden producir la aprobación del TPP11 u otras decisiones exigidas por el ala sensata del Gobierno.

Existe también una última razón, que es probablemente la más poderosa. El FA es el prototipo de la nueva izquierda y ella se caracteriza por ser, a la vez, individualista y estatista. Ambos rasgos parecen contradictorios, pero son perfectamente complementarios. La izquierda tradicional, en cambio, aunque era estatista, abominaba del individualismo. Esa es la diferencia fundamental entre ambas izquierdas.

Si se examinan los argumentos que el frenteamplismo utiliza para promover el aborto, se verá que están impregnados del “yo”, “mi” y “mío”: “yo soy dueña de mi cuerpo y, por tanto, hago con él lo que quiero”. Desde esa perspectiva, el estatuto del feto no es muy distinto del de una verruga. El aborto pierde cualquier dimensión trágica, es un puro asunto de derechos individuales. El otro no existe. Por eso, para este tipo de izquierda resulta fundamental “avanzar” hacia una situación en que el aborto no esté sometido a ninguna exigencia.

Para que esta operación legislativa tenga éxito, resulta necesaria una activa intervención del Estado. Como no se trata simplemente de despenalizar, habrá que poner todo el aparato público al servicio de estas prácticas, se limitará o desaparecerá la objeción de conciencia, y la ley pondrá todo de su parte para impulsarlo. Así, ya hay países donde se prohíbe mostrar el rostro del bebé en la ecografía, para que la madre no desarrolle apego con ese hijo, y ni siquiera puede escuchar sus latidos, ya que eso podría perjudicar su “objetividad” en la decisión.

La idea de que el estatismo puede convivir con una mentalidad profundamente individualista no es nueva. Ya en “La democracia en América” (1840), Alexis de Tocqueville advirtió sobre este fenómeno cuando describió cómo imaginaba el despotismo del futuro. Por una parte, veía una muchedumbre de hombres muy parecidos que “giran sin cesar sobre ellos mismos para procurarse placeres pequeños y vulgares”: aquí tenemos el individualismo. Al mismo tiempo, “por encima de esa masa se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga en exclusiva de garantizar los goces de todos y controlar su destino”: este es el estatismo que maneja todo no con un látigo, sino con un suave despotismo.

De este modo, no puede extrañarnos que el Frente Amplio exalte la soberanía del individuo y, a la vez, se esfuerce por mostrarnos una visión idílica del Estado, donde esta entidad absorbe esferas que hasta ahora pertenecían a la sociedad civil y adquiere el monopolio de la solidaridad.

Para hacerle frente, no tiene sentido endurecer las penas o protestar por la supuesta maldad de quienes proponen iniciativas como esta. El drama del aborto no puede abordarse a palos, ni de un lado ni de otro. Más bien, se trata de mostrar que no somos unos individuos aislados que se relacionan solo con el Estado y el mercado, sino seres que alcanzan su plenitud en la medida en que se abren al otro, particularmente al más débil. En suma, al individualismo estatista del FA tenemos que oponer algo mucho más interesante: el sentido de comunidad, el protagonismo de la sociedad civil y el valor de la responsabilidad. Es posible que el Chile profundo entienda esto mucho mejor que las élites progresistas. (El Mercurio)

Joaquín García Huidobro