El hermano del Presidente

El hermano del Presidente

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La golpiza que recibió Simón Boric es sintomática de muchas cosas. Desde luego, del grado de desorden cotidiano e inseguridad que experimenta Santiago (y que el Gobierno no logra controlar); pero además, es una muestra de la forma extraña con que este tipo de incidentes es abordado en la esfera pública.

Porque ocurre que, como es obvio, la agresión de que esa persona fue objeto no lo fue a la institución en la que trabaja ni tampoco en su carácter de hermano del Presidente, rasgos esos que, con toda seguridad, quienes se esmeraron en propinarle patadas y puñetes hasta dejarlo en la clínica, ignoraban. ¿Por qué entonces puede ser relevante que se trate del hermano del Presidente o de un funcionario de la Universidad de Chile? Si al rector de una universidad cualquiera lo asaltan mientras transita, o lo estafan o lo golpean en medio de un atraco, sería sencillamente ridículo y hasta tonto transformar eso en un asalto, una estafa o un atraco a la institución donde se desempeña, como sería también ridículo describir el acto en cuestión como una violencia ejercida a la supuesta dignidad de la función que ejercita.

Pero así y todo, a pesar de lo absurdo de esa inferencia, y no obstante que basta la menor reflexión para advertir que ni el parentesco, ni el lugar donde trabajaba, ni la función que ejercitaba tenían relación alguna con ninguno de los golpes que recibió, la golpiza que padeció esa persona (luego de dar también él algunos golpes) fue de pronto casi transformada en una agresión a la universidad en la que se gana la vida e indirectamente, en casi un atentado al Presidente.

Y, bien mirado, obviamente no fue nada de eso.

Fue la muestra inequívoca de algo peor. Mucho peor.

Porque lo preocupante de todo esto es que en los días que corren y cada vez más, no se requiere ser hermano, amigo, primo en algún grado, cercano o no, conocido o funcionario cercano al Presidente para arriesgar una golpiza callejera. Si fuera así, si se tratara de eso, si fuera la cercanía con la autoridad o la pertenencia institucional lo relevante, el asunto sería controlable y predecible por la ojeriza que la cercanía al poder causa y por el resentimiento que los cargos de autoridad despiertan. Y las demás personas, esas que son comunes y corrientes, podrían así estar tranquilas y consoladas sabiendo que la lejanía de la autoridad y la falta de parientes importantes reporta, después de todo, alguna ventaja. Pero las cosas desgraciadamente no son así, sino que son harto más graves que todo eso, puesto que la verdad es que basta ser un transeúnte, un hijo de vecino, una persona cualquiera que camina por Santiago, por el centro cívico de Santiago, para estar expuesto, con una probabilidad que día a día se acrecienta, a una agresión violenta a pretexto de cualquier cosa, de un saqueo disfrazado de protesta o de una protesta que sirve de oportunidad a un saqueo, o de un simple saqueo o de una simple protesta escolar o lo que fuera.

Se dirá que la relevancia del asunto deriva del hecho de que esta persona (el hermano del Presidente, como se encargan algunos medios de repetir) intentó oponerse a un saqueo. Bien; pero en tal caso, es el valor intrínseco de ese acto lo que habría que subrayar y no el parentesco de quien lo ejecutó. Algo que en cualquier caso sería aún más digno de consideración y de estima si quien lo ejecuta es, de nuevo, una persona común y corriente, alguien que pasaba por allí, un ciudadano de a pie que sintió (al revés de lo que sienten los encargados de la seguridad y el orden público) que era su deber cívico impedir que se consumara un delito o se privara a una persona de sus bienes o se le agrediera. Es un signo alarmante de lo que está ocurriendo en la esfera pública (y en quienes participan de ella) que la noticia y lo que llama la atención ya no sea que una persona que camina por el centro de Santiago y mientras vuelve de su almuerzo sea golpeada por una turba, a metros, además, de La Moneda (rodeada de carpas habitadas por personas de las que nadie parece querer ocuparse, algo que desde hace algún tiempo tampoco llama la atención), sino que la noticia, lo excepcional, lo raro, lo llamativo, sea que se trate ¡del hermano del Presidente! Esto es una muestra de hasta qué punto las audiencias y quienes las informan se han acostumbrado a la violencia y la inseguridad cotidianas.

Lo único que faltaría es que hoy día o mañana se ocupen algunas páginas en informar cómo evolucionan los hematomas y las fracturas de la persona golpeada (en vez de hacer el escrutinio de la forma en que los encargados de la seguridad incumplen su tarea) y que en la bajada de la crónica relativa a su salud se enfatice lo que, de creer lo que se escuchó o leyó por estos días, parece lo más importante de todo: que se trata ¡del hermano del Presidente! (El Mercurio)

Carlos Peña