El funeral de los sepultureros del neoliberalismo

El funeral de los sepultureros del neoliberalismo

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Si el Presidente Gabriel Boric no se decide pronto a hacer lo que más le conviene a él y al país, el funeral del neoliberalismo que algunos esperaban con su llegada al poder, va a ser remplazado por un triste sepelio de un gobierno que habló demasiado y logró hacer muy poco para poner a Chile por el sendero del crecimiento sostenido y del desarrollo inclusivo.

El 18 de julio de 2021, cuando derrotó al candidato comunista y alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, el entonces diputado y aspirante presidencial Gabriel Boric dijo, con falta de precisión y exceso de optimismo que, “si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba”. Argumentando que el deseo de los chilenos de tener una vida digna no había sido posible porque “el modelo se los ha negado permanentemente”, Boric estaba convencido de que el problema del país era el modelo económico y que la solución era adoptar un modelo más estatista. Como Presidente, apoyó con entusiasmo y dedicación el intento fundacional llevado a cabo, de forma ineficiente, irresponsable y autodestructiva, por la Convención Constitucional. La derrota del 4 de septiembre en el primer plebiscito fue también la derrota del gobierno que encabeza Boric y de su proyecto fundacional.

Desde entonces, el gobierno ha sido una seguidilla de errores no forzados (los indultos presidenciales), insensatas y fracasadas batallas legislativas, llamados al diálogo que duraron poco, y estertores revolucionarios que resultan insuficientes para levantar el entusiasmo de unas bases que antes soñaban con la revolución y ahora se esconden en sus casas por temor a la delincuencia.

La buena noticia para el gobierno, y para el país, es que hay una salida razonable y expedita a la situación actual de estancamiento. Es cosa de que el gobierno se dé un baño de realidad y entienda que, desde su posición de debilidad, puede negociar un acuerdo razonable de reforma a las pensiones. Luego, a partir de ese éxito, se pueden forjar acuerdos tanto en la reforma tributaria como en la agenda para dar más seguridad a la población. Las reformas serán razonables y moderadas, no revolucionarias, pero le permitirán al gobierno mostrar que fue capaz de entregar un país en mejor estado que el que tenía cuando lo recibió hace ya dos años y medio.

La cercanía de las elecciones municipales y regionales de octubre representan una oportunidad para que el gobierno muestre resultados y para que la oposición muestre que es capaz de dar gobernabilidad al país. Aunque algunos en la oposición pudieran equivocadamente creer que negarle la sal y el agua al gobierno es la mejor estrategia, la amenaza de un ejército de independientes que competirán con un discurso antisistema y anti-élite debiera ser suficiente incentivo para lograr que la oposición y el oficialismo se sienten a negociar acuerdos.

Es verdad que la gente siempre castiga más a la coalición que está en La Moneda que a la oposición cuando la economía no crece y cuando aumenta la inseguridad. Pero cuando el descontento popular es demasiado alto, el tsunami de voto de protesta puede llevarse por delante tanto a los candidatos del oficialismo como a los de la oposición tradicional.

Si bien el descontento que expresaron los chilenos en octubre de 2019 tenía poco que ver con la Constitución, es innegable que la gente estaba molesta. Hoy, casi cinco años después, las razones que explicaron el estallido social -incluida la falta de oportunidades, la cancha dispareja y el abuso- siguen alimentando el malestar en la sociedad. Hay buenas razones para que el oficialismo y la oposición se sienten a la mesa a buscar acuerdos que permitan abordar algunos de esos problemas. Esos acuerdos deben partir de la base que la gente no quiere un nuevo modelo, sino que quiere que el modelo actual funcione mejor y funcione para todos.

Así como van las cosas, parece razonable esperar que el modelo económico que hizo que Chile tuviera sus mejores 20 años entre 1990 y 2010, va a sobrevivir los ímpetus refundacionales que llevaron al poder a Boric en medio de la irresponsable borrachera del momento constituyente. Arrinconado contra la pared de la realidad económica del país e incapaz de tomar las decisiones razonables que pueden ayudarlo a terminar su periodo con logros concretos y avances significativos, el gobierno del Presidente Boric parece indeciso entre radicalizar el discurso para hablarle a esa base leal a todo evento que es cada vez menos numerosa o tomar la valiente y también correcta decisión de seguir la hoja de ruta que permitió que Chile dejar de ser un país del montón en América Latina a convertirse en una historia de éxito en crecimiento económico, inclusión social y reducción de la pobreza.

Si Boric no se anima a aceptar que el modelo en el que siempre ha creído está muerto hace rato, el neoliberalismo será testigo del triste sepelio de este gobierno desahuciado que ya está en esa etapa de que cuesta verificar si todavía respira. (El Líbero)

Patricio Navia