El resultado de la elección presidencial depende de una cosa, y de solo una cosa: del éxito que tenga Jeannette Jara en instalar la idea de que es socialdemócrata.
El asunto es que si Jara llegara a la elección representando al Partido Comunista, perdería de forma automática.
Simplemente no hay suficientes votantes en el extremo izquierdo del espectro ideológico para conseguirle al menos el segundo lugar, y no hay indicios de que la población de votantes se haya “corrido” lo suficiente a la izquierda como para que el punto de equilibrio impulse su votación. Quizás haber sido comunista en medio del estallido social hubiese entregado un bonus electoral, pero hoy parece ser todo lo contrario, con un péndulo que se columpia hacia el otro lado.
Por lo tanto, es más importante para Jara correrse al medio que para Kast o Matthei, quienes, por un fenómeno natural, aunque transitorio, se encuentran más cerca del votante mediano de 2025.
De todas maneras, la expectativa es que todos los contendores importantes se correrán hacia el centro, eventualmente. Es, si nada más, la ley de Hotelling, que predice que en mercados poblados los productores terminan ofreciendo productos similares, una idea que, en el modelo de la ciudad lineal, ayuda a entender por qué las farmacias, las bencineras o los locales de comida rápida tienden a instalarse uno al lado del otro.
Presumiblemente, la candidatura de Jara sabe que se debe mover hacia el centro, pero también sabe que es un dilema, no solo porque lleva años presentándose como parte de una izquierda pura, sino porque cualquier cosa que pueda asimilarse a un giro hacia la derecha puede ser malinterpretada por los propios.
En consecuencia, tiene sentido la idea de presentar a Jeannette Jara como socialdemócrata. Es la mejor, si no la única, forma de sacarla de la trinchera comunista y dejarla posicionada en el centro de la población de votantes sectorial más grande del país (hay más votantes fieles a la centroizquierda en Chile que a la centroderecha o cualquier otro nicho).
En la tradición chilena, ser socialdemócrata es sinónimo de estabilidad. Puede generar rechazo en algunos sectores, pero siempre será preferible a sus alternativas de izquierda. Es, si nada más, una ficha de garantía cuando hay dudas razonables. Para no ir más lejos, es la movida que hizo Boric cuando nombró a algunos ex Concertación, entre ellos Mario Marcel, para dar una señal de desaceleración ideológica a los mercados.
Sabiendo que Jara no es socialdemócrata, se debe pensar el dilema en mayor profundidad. No solo podría tratarse de una estrategia de marketing electoral, sino que además, si resulta exitosa, traería profundas consecuencias.
En efecto, si su candidatura se percibe como socialdemócrata de forma convincente, podría perfectamente hasta ganar en segunda vuelta. Si, en cambio, se instala la idea de que no es más que un artilugio para entrar de forma sigilosa al poder con credenciales falsas, podría incluso quedar fuera de los dos primeros lugares en la primera vuelta.
Por eso llama tanto la atención el aparente desorden que se dio esta semana, luego de la disputa entre el presidente del PC, Lautaro Carmona, que vela por la honestidad y la consistencia ideológica de su partido ante todo, y facciones más moderadas de la coalición, como Lagos Weber, que entienden que moderar a Jara no solo es la única forma de potenciar su candidatura, sino que además, si no lo hacen, podrían terminar hasta ellos mismos perjudicados y removidos de sus cómodas posiciones de poder.
Lo interesante, sin embargo, no es la disputa en sí, sino lo que está detrás de ella, y si la diferencia pública es intencional.
Así, la idea de que haya dos bandos instala implícitamente la noción de que la candidata está tironeada y obligada a elegir entre el extremo y el centro. Y si en la tensión la candidata finalmente termina escogiendo a los socialdemócratas, se zanjará la disputa favorablemente. Se estará enviando una amplia e importante señal identitaria, de la cual no se podrá echar pie atrás más adelante.
En este marco, Carmona y su partido no solo sirven como referencia de extremo, sino también como una herramienta que la candidata puede usar para mostrar su distancia de aquello y, más bien, cercanía con el centro. La disputa, en ese sentido, es simplemente una vara de medición con la cual la candidata puede medir y manifestar la distancia que ha recorrido desde su partido hacia el centro.
De ahí que sea tan importante para Jara plantear el tránsito como natural. El tironeo entre el dogmatismo comunista y el pragmatismo de la centroizquierda le conviene a Jara en la medida en que pueda instalar la idea de que tiende a escoger lo segundo. Pues, sin eso, sin una puesta en escena que la obligue a decidir, estaría condenada a vivir con las restricciones de haber militado 40 años en el PC.
Para la derecha, la tarea es clara: exponer lo obvio que resulta lo anterior. Tanto a Kast como a Matthei les conviene denunciar el giro de Jara como un caballo de Troya, que no busca más que entrar al poder con pretensiones falsas, solo para quemarlo todo una vez adentro.
Por lo demás, la derecha no es la única que gana con la revelación. También Marco Enríquez-Ominami y hasta Harold Mayne-Nicholls, por ejemplo. Ambos son receptores naturales de los votos que se fugarían de Jara, de cobrar sentido la denuncia del artilugio.
En última instancia, la elección no depende de Carmona, Lagos Weber o la derecha. Depende de si los votantes perciben su tránsito al centro como una evolución genuina o como una maniobra oportunista. (Ex Ante)
Kenneth Bunker



