Las imágenes fueron virales: el presidente de Chile fue a votar a Punta Arenas el pasado domingo 7, y al pasear por una plaza con juegos quedó atascado dentro de un tobogán para niños del cual precisó ayuda para poder salir. Nadie lo sabía aún, pero los resultados de esa noche mostrarían que esa era una buena imagen del atasco que ha terminado representando la tarea de Boric en el poder.
Todo el mundo recordará la esperanza melosa con la cual la izquierda en general y la uruguaya en particular recibieron el triunfo en el balotaje de Boric en diciembre de 2021: el presidente más joven del continente; con una agenda realmente izquierdista y un pasado de militancia social y juvenil comprometido con los cambios; vencedor de la rancia derecha que quería poco menos que instaurar un nuevo tiempo pinochetista que, extendido en la región desde Bolsonaro a Manini Ríos, cualquier zurdo con veleidad de analista político encontraba peligrosamente neofascista; y protagonista de un renacimiento izquierdista lleno de mocos y lágrimas que recordaban a Allende.
La realidad liquidó rápidamente aquella sensiblería. Las volteretas del presidente dejaron atrás todas las consignas idealistas. Boric pasó a aplicar cierta realpolitik que cortó con tanta dulzura: empezó a mirar con mejores ojos los legados del período de la concertación de izquierdas que luego de 1990 encaminaron a Chile en un camino de crecimiento impar; cambió su gabinete buscando mejorar gestiones que empezaron a mostrar graves dificultades; y, sobre todo, tuvo que enfrentar el duro y amplísimo rechazo de la ciudadanía chilena a la propuesta de constitución que había surgido como salida a la revuelta iniciada en octubre de 2019.
Siguiendo cierto terco impulso reformista, el oficialismo logró acuerdos para una nueva propuesta que implicaba la elección de una constituyente mejor estructurada que la anterior, esa que había terminado en un verdadero fiasco. Fue así que Chile terminó yendo a las urnas el pasado 7 de mayo, con el objetivo de elegir a 51 constituyentes responsables de proponer un nuevo texto que suplante al hoy en día vigente, ese que fuera puesto a consideración en 1980 por la dictadura de Pinochet y que tuvo luego varias modificaciones sustanciales – entre las cuales las de 2005 bajo la presidencia del socialista Lagos -.
Y aquí es cuando llegó el atasco de Boric. De los 51 constituyentes, 23 fueron electos bajo el signo del partido republicano, es decir, del partido de José Antonio Kast, el rival de Boric en el balotaje de 2021 y que tan fieramente es valorado por toda la izquierda. Luego, la derecha más tradicional de Chile, es decir la que apoyó la presidencia de Piñera entre 2018 y 2022, se quedó con 11 escaños. Y para el bloque pro- presidencial, el conjunto de escaños fue de un menguado número de 16 en total.
Se trata de una paliza histórica. No solamente el rechazo a la constitución que planteaba la izquierda aliada de Boric en setiembre de 2022 fue de casi dos de cada tres chilenos, sino que llamado nuevamente a las urnas menos de un año más tarde, el pueblo decidió contundentemente darle una gran parte del poder constitucional a la derecha más convencida y dura de Chile, con casi la mitad del total de los constituyentes. El presidente volvió a sufrir una enorme derrota electoral: a solamente poco más de un año de haber llegado a La Moneda, ya es un presidente muy desprestigiado.
Hay una interpretación sencilla de todo esto: los chilenos se cansaron de tanto desorden. En efecto, desde octubre de 2019 que se vive una especie de espíritu refundacional izquierdista con ideas completamente alejadas de las verdaderas preocupaciones populares: desde las tonterías azuzadas por las organizaciones internacionales en torno a la plurinacionalidad y el etnicismo como base de la convivencia para Chile, que es algo completamente a contramano de su mejor historia, hasta las discusiones más bizantinas que pretenden cambiar lo que hoy en día está funcionando bien, es decir, una arquitectura institucional hecha de separación de poderes, centralismo estatal clave para la organización de un territorio tan extendido, y elecciones democráticas con alternancia en el poder que han dado al país sus 30 mejores años sociales y económicos.
Boric entró así en un atardecer temprano de su presidencia. La derecha deberá actuar con templanza y cautela, de forma de cerrar con sentido común un texto constitucional que defienda los valores del orden y el progreso, que es lo que realmente preocupa a la mayoría de los chilenos. (El País.com.uy)
Editorial de El País de Uruguay



