Es claro que, sin el fracaso de la Convención, no habríamos llegado a este punto: los expertos y límites que se impusieron al Consejo Constitucional tienen por finalidad encauzar la discusión y evitar que los excesos, la temeridad o la ingenuidad vuelvan a frustrar la tarea.
Diríase que como sociedad estamos recorriendo en un brevísimo espacio de tiempo las etapas de la evolución de la democracia: después de comprobar que esta puede, en efecto, conducir a decisiones disparatadas, caemos en cuenta de que hay que arbitrar mecanismos que garanticen la racionalidad de sus decisiones.
Idealmente, esos mecanismos deberían ser endógenos: los propios participantes se contienen, muestran disposición al diálogo y a los acuerdos, etcétera. Como eso ya no ocurrió, se disponen mecanismos exógenos para que eso ahora sí ocurra. Pero es difícil que la Constitución confeccionada con tales mecanismos permita superar el impasse constitucional, si estos tienen que operar en un contexto de polarización. Una cosa es que los interlocutores sepan que ciertos mecanismos artificiales moderan el debate y otra que crean que sencillamente lo adulteran.
Así, por ejemplo, no hay nada que puedan hacer los expertos que pueda suplir en la ciudadanía la disposición dialógica y reflexiva por la que se los incluyó en la discusión. Asimismo, su papel tiene más sentido cuando las partes están de acuerdo —o más o menos de acuerdo— en los fines y disputan más bien sobre los medios. Preguntas como “¿Debe preferirse la igualdad formal o la sustantiva?” o “¿Debe haber Estado subsidiario o de bienestar?”, versan acerca de los fines y no pueden ser zanjadas por los expertos.
Dado que el consenso en torno a los fines se ha tornado más difícil, la salida del atolladero constitucional depende de la convergencia en las reglas formales de la democracia. Es claro que el Acuerdo por Chile no es del gusto de parte importante de la izquierda. Pero es una muy mala señal que uno de sus partidos y varias de sus figuras ya hayan salido a criticarlo, sobre todo si antes se avinieron a sus reglas. A veces lo más valiente y sensato es hacer política en la medida de lo posible. Y lo que hay que tener en cuenta ahora es que probablemente no haya tercera oportunidad.
Pareciera que estamos recorriendo todas las etapas de la evolución de la democracia. Pero aún nos queda una por quemar: falta que los que todavía creen en la política en la medida de lo imposible abracen la verdad de la política en la medida de lo posible. (El Mercurio)
Felipe Schwember



