Visitando escuelas, como San Antonio de Matilla en Alto Hospicio, se aprende que lo que necesita un buen colegio es lo mismo que cualquier organización humana exitosa: alineamiento en torno a un proyecto común, conocido y compartido por la comunidad (sostenedores, padres, profesores, alumnos, etcétera); el liderazgo de un director profesional con vocación y empoderado; una cultura de altas expectativas en que a los niños los motiven y les den esperanza; y una sana convivencia escolar donde todos se sientan bienvenidos. En educación, lo importante es el factor humano. Como en toda actividad; los recursos y el financiamiento importan pero mucho más necesarios son la gestión y la vocación.
Existe consenso en que la educación parvularia es la más importante. Hay que mejorar la gestión de Junji e Integra, que educan con un costo muy superior al de los jardines privados Vía Transferencia de Fondos (VTF), pero sin mostrar evidencia de mejores resultados. Hay que avanzar en cobertura con un sistema de subvención que financie parte del costo fijo; premie la asistencia, pero mejore la calidad educativa para que las salas cuna y jardines infantiles no sean meras guarderías, sino centros educativos. Hay que facilitar el financiamiento compartido de los padres y empresas, especialmente en jardines y escuelas para niños con necesidades especiales. Pero por sobre todo, se debe ayudar y enseñar a los padres a estimular a sus hijos, leyendo y jugando con ellos. Deben impulsarse los programas Hippy; Niños Primero y la biblioteca digital porque pueden generar un cambio copernicano.
No fue mala idea desmunicipalizar la educación. En muchos casos, servía para pagar favores políticos y había poco foco en calidad. La ineficiencia campeaba. En 10 años, el número de alumnos por asistentes de la educación pasó de 49 a 17 y su matrícula ha caído dramáticamente, repuntando gracias a los inmigrantes y a algunas iniciativas más demagógicas que pedagógicas como el regalo de laptops que cuesta US$70 millones al año y no tiene efecto pedagógico. Lo que sí es insensato es obligar a todas las municipalidades a devolver la educación al Estado (cerca de 50 lo hacen bien). El desafío para la Nueva Educación Pública es no repetir los vicios municipales y reencantar a la ciudadanía con una propuesta de valor de calidad. Si no, todo habrá cambiado para seguir siendo igual.
El proyecto «Aula Segura» es necesario. Existe una alta correlación entre una buena convivencia escolar y buenos resultados académicos. De ahí que la seguridad sea una razón fundamental para los padres de familias vulnerables al momento de elegir colegios. Por eso, el 70% de los escolares de Providencia provienen de otras comunas. La educación pública ha perdido terreno frente a la subvencionada y los liceos emblemáticos frente a los bicentenarios (a pesar de la falta de apoyo del gobierno pasado), fundamentalmente por problemas de orden, disciplina y el consiguiente deterioro del ambiente de estudio. Aquí, honrando a Nicanor Parra, la izquierda que quiere más educación estatal y la derecha que quiere mejor calidad, debieran estar unidas.
El problema de nuestra educación no son los docentes (Chile lidera los ranking regionales de calidad de educación). Por supuesto que tienen desafíos de actualización y capacitación, eso nos pasa a todos. El problema está en las regulaciones que rigen el sector. Hay que revisarlas para poner la calidad y los niños en el centro de esa normativa. El programa «Todos al Aula» apunta en ese sentido y debemos apoyarlo.
La gratuidad universitaria es popular pero no es una buena idea. Que la educación sea un derecho no implica que podamos abstraerla de las leyes de la economía. La fijación de aranceles a que obliga la ley, será subóptima por definición y lesionará la autonomía universitaria. La fijación de precios tendrá el efecto que tendría en cualquier otra actividad: disuadir entrantes; deteriorar calidad, desfinanciar a los partícipes, etc. No todas las universidades se afectan igual. La Universidad Católica y la Universidad de Chile sufrirán menos porque los estudiantes más vulnerables, por sus puntajes, no se concentran en ellas (aproximadamente 20% de la matrícula), pero la Diego Portales y Alberto Hurtado (más del 50% de su matrícula) sentirán el impacto financiero. Lo positivo es que las universidades deberán buscar otras formas de financiamiento en el sector privado y no en el Estado.
Debe estudiarse el efecto de la gratuidad en Argentina y Australia, y responsablemente seguir el camino australiano (país 4 veces más rico que Chile) de transitar gradualmente hacia un sistema de crédito blando, solidario y que no agobie al estudiante ni su familia, similar al que presentamos al Congreso. Ese sistema, hoy es un buen complemento, pero mañana debe ser un buen sustituto, porque compatibiliza mejor el derecho a educarse; la autonomía universitaria; la calidad de la educación y la sanidad financiera del Estado y universidades.
En educación técnica las empresas pueden cooperar mucho más por avanzar hacia modelos duales (que combinan trabajo y estudio). Ganan todos, las empresas, los liceos, los alumnos y las familias. No tienen que inventar la rueda, basta que copien lo que hacen empresas como SKBergé, Viña Pérez Cruz o Coyahuasi o gremios como Asimet o Sofofa.
La creación de Centros de Formación Técnica (CFT) estatales es una política pública cara y de dudosa efectividad. Se ubican donde la demanda es baja (Lautaro) o donde existe oferta privada (Ovalle), su oferta técnica será mediocre y su costo de operación por alumno ruinoso. Son objetivo de captura política y corren el riesgo de ser el patio trasero de las universidades que los patrocinan. Esos recursos debieran destinarse a la educación media pública técnico-profesional.
Parte importante de los fondos de educación se los consumen la institucionalidad y la burocracia. Por eso hay que dar créditos tributarios para facilitar la canalización directa de ahorro y gestión privada a la educación. Escuelas para Chile de Teletón, con 120 millones de dólares de todos los chilenos, fue capaz de arreglar y construir 300 escuelas para 125 mil alumnos en 11 meses. Los Jardines Meta de Bachelet con 1.000 millones de dólares no llegaron a 40 mil alumnos en 4 años. Una mala política pública que resume lo que debemos evitar en educación: grandes anuncios, mal diseño, peor ejecución y sin que nadie se ruborice.
Hay que fomentar la participación de las fundaciones privadas, como Araucanía Aprende, Telefónica o Levantemos Chile, en la solución de desafíos educacionales. En general lo hacen mejor, más rápido y a menor costo que el Estado.
Debemos mejorar la educación cívica y económica. La mejor defensa de nuestra democracia frente al populismo es que nuestros jóvenes sepan cómo funcionan los poderes públicos y qué se puede esperar y exigir de cada uno. Lo mismo es válido para la economía, los estudiantes deben aprender conceptos como la escasez, la eficiencia, el costo alternativo y la diferencia entre causalidad y correlación. De lo contrario, siempre estarán expuestos a dejarse engañar por utopías que prometen el paraíso y entregan el infierno.
La educación no es una actividad exenta de racionalidad y se requiere experiencia docente, conocimiento técnico y evidencia para entender sus problemas, sus soluciones y diseñar políticas públicas efectivas. Debemos escuchar más a los profesionales y menos a los diletantes, pero sobre todo no mirar tanto hacia afuera sino ver en Chile las experiencias exitosas que hay.
La educación masiva, igual que la hogareña, requiere consistencia y perseverancia en el tiempo. La política educacional debe trascender el ciclo electoral. La buena noticia es que Chile tiene los recursos humanos y económicos para tener una educación mejor que nuestro nivel de desarrollo, pero para eso debemos hacer todo bien, subordinando la política y la burocracia a la docencia y la gestión. Es moralmente inaceptable hacer experimentos ideológicos con la educación, los errores tienen efectos permanentes e irreversibles y afectan a terceros inocentes. Los niños están primero y deben ser fuera de cancha en la lucha política. (El Mercurio)
Gerardo Varela
Exministro de Educación


