Editorial NP: Retorno al centro

Editorial NP: Retorno al centro

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A menos de un mes del 18 de agosto, fecha límite para la inscripción de las listas parlamentarias ante el Servel, la política chilena atraviesa un momento de ajustes y negociaciones vertiginoso. Parlamentarios y aspirantes, siempre atentos al soplo de las encuestas y al mapa de poder que aquellas muestran, han comenzado a revisar sus lealtades a sus respectivos comandos presidenciales originales -en especial aquellos que presentan señales de debilidad- y evalúan su migración hacia opciones que, aunque ideológicamente disonantes, prometen mejores probabilidades de sobrevivencia electoral.

En efecto, el fenómeno se observa con especial nitidez en los dos frentes que atraen el mayor interés en los sondeos: el comando de Evelyn Matthei en la derecha tradicional y la compleja articulación del oficialismo en torno a Jeannette Jara.

En la derecha, los temores sobre un eventual derrumbe de última hora de la candidatura de Matthei han escalado al punto de generar alarmas entre los estrategas de Chile Vamos. Como se sabe, las encuestas después de la primaria de izquierda no solo indican un rezago creciente de la exalcaldesa respecto a José Antonio Kast, sino que en sectores de la UDI ya se asume que una diferencia de 10 puntos, en este contexto de polarización, sería prácticamente irreversible.

Otros, empero, estiman que dado que es precisamente el contexto de polarización el que ha dado ventajas al republicano, pues el votante promedio de derecha lo asume como mejor competidor ante una peligrosa candidata comunista, si el cuadro político se centra por cualquier contingencia y fortalece una candidatura emergente de centroizquierda -que compita abriendo más espacios al Congreso que la ya copada lista del oficialismo PC-FA- las posibilidades de la aspirante de centroderecha crecen, al tiempo que las preferencias ciudadanas por los polos se temperan.

Así y todo, la reacción inmediata en la derecha tradicional ha sido la negociación subterránea y luego explícita con el Partido Republicano para establecer pactos por omisión con el objetivo de asegurar un control parlamentario, ante el temor de no estar presentes no solo en la carrera presidencial, sino para alcanzar una mayoría legislativa. Como se sabe, de acuerdo a versiones de analistas, hay al menos cuatro circunscripciones senatoriales y ocho distritos donde este pacto puede realizarse con menores costos para los negociadores, especialmente en territorios de baja rentabilidad para la “Derecha Unida”, conformada por Republicanos, Nacional Libertarios y Social Cristianos, y en donde la izquierda tiene la ventaja.

Lo paradójico es que esta reingeniería significa sacrificar a figuras destacadas de partidos como Evópoli, tradicionalmente contrarios a pactar con la «ultraderecha», al tiempo que la aceptación de un acuerdo con Republicanos implica dar por cierto prematuramente el derrumbe de las tesis de centro, tanto a la derecha como a la izquierda, cuando aún ni siquiera se cumplen los plazos para inscribir las carreras.

Dicha perspectiva no es trivial en la medida que una elección presidencial polarizada favorece ánimos más agresivos en ambos bandos, augurando un período presidencial que, encabezado, según las encuestas, por José A. Kast, con una oposición de izquierda extrema derrotada y empujada fuera del aparato estatal, se transformará -como ha sucedido con el alcalde de Santiago y la toma de liceos emblemáticos- en un adversario formidable junto a los movimientos sociales que protagonizaron el 18-O, en años en que, a nivel global, “estaremos en peligro” como han advertido analistas internacionales.

Por lo demás, si la tendencia al desplazamiento parlamentario tomara cuerpo y la centroderecha aceptara sin más la imposibilidad de cambiar el escenario político actual, es posible que la unidad de Chile Vamos se fracture públicamente con descuelgues desde sectores más conservadores de la UDI y RN, acelerando el proceso como «profecía autocumplida». Hasta ahora, la voluntad política del liderazgo de Matthei y su comando, así como el rol activo de grupos económicos e intelectuales liberales ha impedido que la «rendición» se haga efectiva apresuradamente, y mientras los últimos han exigido poner fin a la lucha por la hegemonía sectorial enfatizando en la unidad de los partidos del sector, tanto en lo parlamentario como en una eventual única (o) candidatura presidencial, Matthei ha reiterado su confianza en que el votante moderado es mayoritario en el universo electoral y será quien la favorezca, tanto en primera, como segunda vuelta, tal como mostraron sistemáticamente las encuestas antes de la primaria de izquierda.

Del otro lado del espectro, la situación no era menos incierta. La presidente del PS, Paulina Vodanovic, puso sobre la mesa una condición no negociable: no habrá lista parlamentaria única sin el respaldo explícito de los partidos participantes a la candidatura presidencial comunista de Jeannette Jara. En otras palabras, se exigió apoyar a la vencedora de la primaria sectorial como requisito para la unidad en lo parlamentario afirmando que una campaña con una presidenciable y dos listas al Congreso no era posible. Sin embargo, en las elecciones de 2009, el PC celebró un inédito pacto electoral de cara a la parlamentaria de ese año con los partidos de la Concertación, el que unía prácticamente a toda la izquierda y la centroizquierda, aunque con dos candidatos presidenciales: Eduardo Frei Ruiz-Tagle (DC) y Jorge Arrate -actual militante del Frente Amplio-quien representó al PC en la papeleta.

La exigencia de Vodanovic colisionó con la estrategia del presidente de la DC, Alberto Undurraga, quien apostó tempranamente por una libertad de acción a los militantes y adherentes que permitiera evitar una fractura interna que repita escenarios históricos en los que el PC terminó por dividir a la DC, como los casos del Mapu y la Izquierda Cristiana. La precaución era legítima en la medida que antes de la Junta hubo grupos locales en fuga que promovieron el voto pro Jara, mientras que otros de alta influencia interna y mayor consistencia ideológica como sus expresidentes, impulsaban la independencia.

Así las cosas, en la reunión del sábado pasado, la DC decidió respaldar la candidatura presidencial de Jara. La determinación fue aprobada por el 63% de la Junta Nacional de la DC, que también, por cierto, optó por ir en una lista única parlamentaria con el resto del oficialismo. Como debería ser obvio, la votación augura una división en el sufragio de base de ese partido, nacido a la vida política como adversario por antonomasia del comunismo, tanto para las elecciones presidenciales como parlamentarias. Se trata de una decisión de sus incumbentes de tal naturaleza que hizo explicarla al nuevo presidente de la DC, Francisco Huenchumilla, con el curioso aserto de que el PC «se ha vuelto capitalista»

Así y todo, la inclusión de la DC en la lista parlamentaria mejora el rendimiento electoral del bloque, aunque, no necesariamente en los  volúmenes estimados por promotores electorales que asumen un sufragio disciplinado, dado que, tal como en el caso de la derecha, en el oficialismo conviven dos estrategias. En el gobierno, los modos distintos de entender la democracia lo llevan a una centroizquierda que acata las normas de la “burguesa” liberal, con énfasis en lo social; mientras que en la izquierda marxista y la nueva izquierda FA declaran creer en una democracia “distinta”, es decir, una “popular” o iliberal autoritaria, encarnada en lo que el marxismo leninismo definía el siglo pasado como la “dictadura del proletariado”.

Estas diferencias no aseguran que la ingeniería electoral detrás del acuerdo DC Oficialismo PC-FA entregue los resultados que esperan sus gestores y lo que habría que suponer es un natural flujo de votantes de aquel porcentaje que no votó el convenio hacia otras preferencias parlamentarias y presidenciales, así como hacia votos nulos y blancos.

Es decir, más allá de los discursos cifrados en las demandas de sus clientelas electorales que asumen las candidaturas en este primer cuarto de siglo XXI, lo cierto es que las viejas “ideologías” siguen impulsando buena parte de su actuar programático o reivindicaciones y, como hemos visto, no obstante que el actual Presidente ha trocado la mayoría de sus iniciales maximalismos por un duro pragmatismo, al punto que su continuadora comunista autodefine su oferta administrativa como “socialdemócrata” (mote que en el PC es usado aún por muchos como insulto) en sus estertores, tanto el propio mandatario como sus seguidores en los ministerios y órganos de Gobierno siguen buscando imponer desvencijadas recetas que afectan el crecimiento y el empleo, la seguridad pública y mantienen una inmigración sin control.

La política chilena y la del orbe vive tiempos en los que las concepciones de mundo que caracterizaron a partidos del siglo XIX y XX ceden ante la necesidad pragmática de sus incumbentes y las “fugas estratégicas” se ven como declaraciones racionales, justas y necesarias para el grupo de poder en torno al candidato. Estas conductas añaden aún más golpes a los que ya ha sufrido el sistema político liberal democrático y amenaza con la reinstalación de facto de orgánicas identitarias que logran más poder representativo ciudadano -como ocurrió en 2021 con la Convención Constitucional-, tanto fuera, como al interior de las orgánicas partidarias, debilitando la democracia liberal y fortaleciendo partidos y movimientos de variada extracción, pero con líderes fuertes, de corte autoritario iliberal que ya copan más del 50% de los gobiernos del orbe.

La decisión adoptada por la Junta Nacional de la DC tendrá un efecto reordenador del escenario político actual, el que, con seguridad, impactará en otras colectividades de centroizquierda no solo en materia de candidatura presidencial, sino en la más compleja conformación de una lista única parlamentaria. De hecho en la derecha, tras el acuerdo PC,FA,DC, la UDI insistió en su llamado a una lista parlamentaria única.

Entonces, de aquí al 18 de agosto son previsibles realineamientos, renuncias simbólicas y pactos de último minuto que pueden hacer posible un cambio desde el polarizado escenario actual al que arrastró la victoria de Jara en el oficialismo, hacia uno que reubique la pugna democrática más hacia el centro, proporcionando no solo posibilidades a candidaturas más moderadas, sino también una quilla más profunda y estable al sistema político chileno y con ello, un mayor desarrollo y crecimiento económico y social del país. (NP)