Cuando en septiembre de 2022, 7.882.958 de ciudadanos (61,86 % del total de votos) rechazaron la febril propuesta de una nueva constitución presentada por una asamblea conformada en 2021 mayoritariamente por elementos de izquierda extrema, el clivaje político social que hasta ese entonces había dominado la escena chilena -la legitimidad de la constitución de 1980 como marco protector del modelo “neoliberal”- mostró un viraje profundo que obligó a los partidos que concurrieron al acuerdo constitucional producido tras el estallido de 2019 a intentar, sin consulta ciudadana alguna, un segundo esfuerzo para no mantener la carta fundamental que supuestamente había sido el origen de los desórdenes que provocaron el proceso y que a pesar de años de experimentos, sigue vigente.
En el segundo intento de superar la Constitución de Pinochet, la elección mostró de nuevo resultados sorprendentes. De la mano de una mayoría inversa de constituyentes, ahora de derecha dura, se presentó sin negociaciones, ni esfuerzos convergentes, y a pesar del esfuerzo de especialistas de todos los colores, un producto constitucional, que, no obstante las advertencias, también fue rechazado, aunque de modo menos abrupto, por 6.894.287 (55.76 % de los votos) y aprobado por 5.470.025 de personas (44.24 %), un guarismo, este último, por lo demás, muy parecido al de la votación de Pinochet en el plebiscito de 1988 (44,01%). Fue tras esos comicios, en 1989, que se votaron las primeras reformas constitucionales propuestas tras el triunfo del No, las que fueron aprobadas por el 91% y rechazadas por el 8%.
Durante el período democrático iniciado en 1990, la constitución ya reformada siguió siendo modificada en más de 63 oportunidades, cambiando un total de 250 artículos del texto original, desde 1980 en adelante y hasta el 2000, cuando bajo el gobierno del primer presidente socialista desde Salvador Allende, Ricardo Lagos Escobar, este último suscribió una carta que parecía haber conseguido la anhelada convergencia, aunque, por cierto, la izquierda más dura nunca la validara y sólo tras la revuelta del 18-O de 2019, esta consiguió imponer su idea de una sustitución radical de la constitución de Lagos, no obstante que, según investigaciones realizadas sobre las demandas sociales que emergieron en esa oportunidad, el cambio constitucional ocupaba el lugar 91 de las urgencias ciudadanas expresadas en el estallido.
Como se recordará, alcanzado el gobierno por una coalición de izquierda radical encabezada por el estudiante Gabriel Boric y conformada por el PC y el Frente Amplio -que superó en primera vuelta a la coalición de centro izquierda concertacionista- llegando en segundo lugar detrás de la alianza republicana conducida por José A. Kast, su administración procedió a promover la esperada sustitución como tarea programática, acción que, como vimos, culminó en un rotundo fracaso. El fiasco hizo declarar al propio novel mandatario que la concentración del 25 de octubre de 2019 –“la más grande de la historia de Chile”- lo confundió e hizo creer que era toda gente de izquierda que buscaba el fin del modelo neoliberal y el cambio final de la constitución de la dictadura. Chile debía ser, según su relato, “la tumba del neoliberalismo”.
El malogro del segundo intento que quedó esa vez en manos de la derecha más radical volvió a poner bruscamente a las dirigencias políticas con los pies bien en la tierra. Tampoco parecía que el rotundo rechazo a la constitución maximalista de izquierda fuera un abrazo de las ideas más duras de la derecha.
Chile, por lo demás, ha mostrado en innumerables oportunidades que posee una quilla de centro (hacia la derecha e izquierda con porcentajes de ciudadanía que han ido entre el 33% y hasta el 50%) ampliamente mayoritaria, no obstante los giros coyunturales que parte de la ciudadanía suele dar según las condiciones y necesidades presentes, pero que, como condición propia de la moderación que define al centro político, no logra materializar orgánicamente sus mayorías frente al peso comunicativo hiperbólico de los discursos polares ante una ciudadanía en momentos de crisis económicas, sociales o políticas. Es durante aquellos en los cuales la naturaleza humana -más que las razones políticas o ideológicas- va tras el líder protector que salve el impasse, para luego volver al cauce normal, tal como hemos visto en ambos procesos constituyentes.
En efecto, incluso en las presentes elecciones presidenciales en curso se observa una muy notoria mayoría de centro -hacia la derecha e izquierda- que, empero, no logra expresión electoral relevante dada su diseminación en el escenario político. Este fenómeno abre espacios a las posiciones más duras en ambos brazos de la política nacional, al tiempo que la crisis incentiva las reacciones emocionales más básicas ante la incertidumbre e inseguridad. Por de pronto, basta echar una mirada a las votaciones de primera vuelta. Veamos.
En la primera vuelta, José A. Kast consiguió un total de 3.086.963 de votos, mientras que la suma de sufragios de diputados atribuidas a Republicanos y el Partido Social Cristiano, que se entienden como votos más ideológicos que los presidenciales, la votación llegó a 1.767.498 en todo el país. Es decir, Kast consiguió atraer a 1.319.465 personas más que los partidos que sostienen su coalición.
Johannes Kaiser, por su parte, obtuvo en primera vuelta 1.804.773 votos (13,94 % del total) mientras que los votos totales de los candidatos a diputados de su Partido Nacional Libertario alcanzaron a los 672.250 votos (6,34 %). Es decir, también Kaiser, como fenómeno comunicacional, logró atraer 1.132.523 votos más que su colectividad.
Luego, Evelyn Matthei que obtuvo 1.613.797 votos, mientras los diputados del bloque Chile Grande y Unido (UDI, RN, Evopoli, Demócratas y Amarillos) consiguieron 2.232.196. En este caso, la ecuación operó en sentido contrario y los candidatos a diputados de las colectividades de dicha agrupación consiguieron 618.399 sufragios más que la aspirante a la Presidencia.
Al frente, en tanto, la centro izquierda democrática conformada por los partidos Socialista (al menos en parte); Por la Democracia, Liberales, Radicales y Demócrata Cristianos, lograron un total de 1.487.136 votos, cifra que se compara desfavorablemente con los sufragios de Jeannette Jara de 3.476.615. Es decir, la candidata comunista obtuvo 1.989.479 sufragios más que los que consiguió para la Cámara de Diputados la centroizquierda democrática. Pero también 2.145.341 más que los votos de candidatos a diputados de izquierda PC-FA que alcanzaron a 1.331.274, menos, como se ve, que la centroizquierda oficialista. Es decir, Jara recogió 658.205 votos más que sus partidos de coalición de origen, lo que hace presumir que aquellos corresponderían a un plus de votantes cercanos a la izquierda democrática PS-PPD-DC.
Así las cosas, aunque metodológicamente puede ser cuestionable, al menos para efectos hipotéticos se podría afirmar que mientras los partidos de centroizquierda sumaron 1.487.136 votos y las colectividades de centro derecha lograron 2.232.196, sumados, esa “quilla” de centroizquierda y centro derecha cultural que da estabilidad al buque alcanza nada menos que a los 3.719.332 sufragios. Los votos “ideológicos” a diputados de los partidos republicanos, social cristianos y nacional sumados llegaron a los 2.439.748, mientras que los votos de la izquierda PC-FA alcanzaron al 1.331.274. Es decir, el centro democrático de izquierda y derecha cuenta con una base de apoyo (3.719.332) muy superior en votos a cada uno de los polos de izquierda y derecha y un volumen similar a la suma de aquellos (3.771.022).
Este ejercicio hipotético muestra, pues, el poder de la moderación y el centro político en Chile aún sin considerar los 658.205 votos que Jara recogió en primera vuelta desde el electorado de izquierda democrática PS-PPD y DC. Y si a estas cifras se añadieran los resultados de Franco Parisi -definidos por su slogan “ni facho, ni comunacho”, es decir, de centro, según propia definición- quien alcanzó a 2.552.649 votos (el PDG obtuvo 1.270.364 votos), la mayoría moderada y de centro aparece claramente superior a los montos que pueden sumar los polos.
De allí que, a pesar de los resultados de primera vuelta en la competencia presidencial y la aparente polarización del discurso de la centroderecha “rendida al extremo sin condiciones” como han acusado algunos analistas, es evidente que un Gobierno de José A. Kast tendrá que negociar con sectores moderados de su sector y de centro izquierda para conseguir las votaciones parlamentarias necesarias para materializar, al menos en parte, su programa político, uno que el polo de izquierda extrema busca hacer aparecer como ultrarreaccionario y retardatario en base a fake news e interpretaciones mañosas difundidas durante la campaña.
Esta pesada realidad parlamentaria y los pasos ya dados por la derecha y centro derecha hacia la integración con actores de centro, hacen muy difícil, sino imposible, un retroceso político social bajo la eventual presidencia de Kast dada la enorme potencia -aunque dispersa- de ese centro moderado que es, ha sido y seguirá siendo -como lo mostró en los dos plebiscitos constituyentes-, la verdadera quilla que mantiene el armazón institucional del país. Una conducta sostenida a pesar de las insanias refundacionales o restauradoras que ciertos sectores han intentado instalar sin éxito contra la persistente voluntad mayoritaria del sentido común, la prudencia y sensatez de esa mayoría ciudadana de “clase media”.
Se trata de un amplio sector de chilenos cuyo malestar con el “neoliberalismo” chileno no es el que imaginada el mandatario, sino que la frustración del estancamiento económico y la falta de modernización de un Estado cuyas políticas públicas permitan recompensas más notorias a sus esfuerzos. Una lucha por el crecimiento personal y del país que, a pesar de las dificultades, les ha permitido no solo sobrevivir, sino superarse social y económicamente, no obstante haber sido regidos durante casi toda su vida por la Constitución de Pinochet y que, todo indica, seguirá siendo la gran avenida jurídica por la que caminaremos libres y unidos, con mayor esperanza y más prosperidad, con un Estado moderno, eficiente y eficaz, que aliente el emprendimiento y las inversiones, genere más empleo, cerque y limite el poder del crimen organizado y ponga orden definitivo en nuestras fronteras. (NP)



