Editorial NP: Institucionalidad, polarización y democracia

Editorial NP: Institucionalidad, polarización y democracia

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Las Elecciones Presidenciales y Parlamentarias 2025 concluyeron con una jornada que es, en sí misma, un motivo de orgullo nacional. Chile ha ofrecido al mundo una cátedra de civismo: el proceso se desarrolló en un marco de absoluto orden y tranquilidad, demostrando que la institucionalidad democrática funciona con robustez.

El Servicio Electoral (Servel) cumplió su promesa, entregando un escrutinio rápido y transparente que permitió conocer, en pocas horas, el mapa político del país. La ciudadanía, a su vez, demostró su compromiso acudiendo a las urnas con una ejemplar civilidad y superando los 13 millones de votos.

Sin embargo, detrás de esta impecable forma, el fondo de la elección revela un panorama complejo: la irrupción de una polarización extrema que define la segunda vuelta.

El resultado consolidado del Servel muestra un quiebre notorio. La candidata oficialista, militante del Partido Comunista, Jeannette Jara, y el líder de la derecha dura, José Antonio Kast, son los dos contendores que se enfrentarán el 14 de diciembre. Más allá de sus resultados individuales, la suma de las fuerzas de la centro derecha y extrema derecha (Kast, Matthei, Kaiser) y el desempeño del oficialismo (Jara) arrasaron con los espacios de centro, tanto en la esfera política como en la composición del Congreso.

La nueva conformación del Senado y la Cámara de Diputados evidencia este fenómeno: la derecha se alza con una mayoría en ambas Cámaras. Este poder legislativo de la actual oposición no solo garantiza una fiscalización férrea, sino que establece un poder de veto de facto contra cualquier reforma estructural que buscara impulsar el actual gobierno o el próximo, si la segunda vuelta de 14 de diciembre se presentara favorable a la candidata oficialista.

La disminución de las fuerzas de centro-izquierda y centro-derecha (encarnadas en la derrota de Evelyn Matthei, la desaparición del bloque DC y las cifras del PPD/PS) deja en evidencia que el electorado chileno ha optado por ubicarse en los extremos, castigando las propuestas de consenso.

La elección a dos polos deja una segunda vuelta extremadamente tensa, pues casi el 50% de los votantes de la primera vuelta optó por candidatos distintos a Jara y Kast. El peligro de la polarización no es solo interno; esta elección a dos polos también genera efectos internacionales, mostrando a Chile, tradicionalmente un faro de estabilidad, inmerso en una disputa ideológica radical.

El escenario para el balotaje se torna así con las siguientes características. El candidato opositor, José Antonio Kast inicia con una ventaja matemática en el Congreso y cuenta con la promesa de respaldo «irrestricto» de Johannes Kaiser. Su desafío es sumar la votación de parte de la que apoyó a Evelyn Matthei y convencer a los votantes de centro y a los desencantados de Franco Parisi y Harold Mayne-Nicholls. La derecha dura tiene la oportunidad de alcanzar la primera magistratura, pero requiere un giro estratégico que modere su discurso y capte al centro.

Jeannette Jara, por su parte, también tiene idéntica oportunidad. Su tarea es aglutinar los votos de la izquierda, el centro-izquierda y, fundamentalmente, la importante votación obtenida por Franco Parisi en el norte, además de persuadir a los votantes de centro izquierda de Matthei que no se sientan cómodos con el republicanismo. El factor voto útil anti-Kast podría movilizarla, pero la carga de la continuidad del gobierno de Boric es un peso ineludible. No obstante, el peligro de un deja vu de las elecciones del 2021 no ha desparecido, sino profundizado, luego del giro de Jara hacia posturas más de centro y su anuncio de congelamiento -al estilo de Piñera y Aylwin- de su militancia en un temido Partido Comunista.

En síntesis, a pesar de la buena votación lograda por el bloque opositor y su mayoría en el Congreso, la segunda vuelta no está definida a favor de la derecha. El balotaje se jugará en el centro y en la capacidad de los dos extremos para dialogar (o al menos apelar) a los votantes que, en primera instancia, rechazaron a ambos.

El desafío de los próximos 30 días no es solo ganar una elección, sino demostrar que, incluso en la más profunda polarización, Chile puede elegir un gobierno que respete el mandato de la institucionalidad que tan orgullosamente se defendió este domingo.

A estas alturas del siglo, la ciudadanía ya ha aprendido que, en las democracias liberales y abiertas, hasta los sectores más jacobinos, elevados a la responsabilidad del mando, se ven enfrentados a la necesidad de negociar con sus adversarios o competidores para avanzar hacia los objetivos que guían la acción de cada grupo político, hecho que permite predecir que, no obstante mayorías y minorías circunstanciales, los equilibrios sistémicos del poder impiden que ninguno de aquellos pueda conseguir el cien por ciento de sus objetivos y que el progreso y desarrollo económico, social y político es materia de pacientes y permanentes transacciones y acuerdos si es que lo que se quiere es convivir y compartir en paz y unidad nacional. (NP)