Editorial NP: Chile sin Piñera

Editorial NP: Chile sin Piñera

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Casi simultáneamente, si es que el fenómeno se observara desde la perspectiva del tiempo histórico, y como si fueran unas señales provenientes de un insondable ser nacional en profundo proceso de maduración, dos expresidentes de la República han dejado sus puestos de visibilidad, soltando así la mano protectora con la que ambos, desde sus respectivas tribunas político ideológica, llevaron a un país que, en los últimos decenios, debió encarar y aprender en acelerado proceso, tanto de unas revitalizadas libertades, las responsabilidades correlativas, de causas y consecuencias, así como de gobierno, autonomía, principios, valores y democracia.

Se trata, desde luego, de dos alejamientos distintos, uno más definitivo que el otro, pero separación, al fin, de un tipo de cuidado que comprometió la vida de ambos estadistas con el servicio público hasta mucho después que hubieran complido con sus respectivos mandatos y habiendo conducido no solo la habitualidad de la administración del Estado nacional, sino complejos procesos de ajuste y/o reformas a la carta constitucional que nos rige, pero cuyos preceptos parecían requerir desde hacía años -según la perspectiva del poder político- tales cambios.

Como se recordará, el presidente Ricardo Lagos anunció hace unos días su alejamiento de la actividad pública para iniciar, según dijo, un nuevo período de su vida; en tanto que el inesperado fallecimiento del Presidente Sebastián Piñera en un accidente aéreo ocurrido en el sur del país, ha conmovido a la ciudadanía, mostrando condolencia y estupor en un extenso espectro de la política nacional. En ambos casos, una amplia mayoría ciudadana ha vuelto a poner sus expectativas en aquel tipo de liderazgo que ambos encarnaron y que, no obstante sus respectivas y duras oposiciones a sus mandatos, aquellos buscaron permanentemente la unidad de propósitos pragmática y democráticamente concebida, con el objetivo de impulsar un más rápido crecimiento y desarrollo para el país, así como un cada vez mayor equidad y mejor estándar de vida para sus ciudadanos.

Ambos presidentes debieron ajustar sus propios proyectos a una realidad emergente que imponía esa nueva ciudadanía, cada vez más consciente de sus derechos, gracias a las libertades y progreso que se fueron consolidando en los Gobiernos que encabezaron. Ambos también conscientes del debilitamiento de la democracia occidental, producto del incremento del antagonismo de sociedades cada vez más divergentes, a raíz del poderoso surgimiento de multiplicidad de intereses ciudadanos específicos, impulsaron activamente un cambio sustantivo en la calidad de la política apuntando a la superación de la idea de “enemigos” que campeó en el mundo político del siglo XX y continúa en los primeros años del XXI.

Más allá de sus naturales diferencias ideológicas, se puede observar en los dos presidentes cierto factor común en su esfuerzo consciente por superar en Chile los efectos de la prolongada idea de la “lucha de clases” estimulada por ciertos grupos de izquierda como factor de dinamización de la actividad partidista, para disponer mentes y corazones en función de una lucha nacional en contra de la pobreza y adversidades que, de tiempo en tiempo, asolan al país.

De allí también las nuevas convergencias que surgieron en sus respectivos Gobiernos entre sectores que antaño se ubicaron en polos opuestos, así como la revalorización por el trabajo experto, profesional, de calidad, que permitió interesantes mejoras en la administración del Estado y el arribo a la gestión publica de nuevas camadas de profesionales que iniciaron sus lides en la política y administración del Estado. tanto desde la derecha, como de la izquierda.

Son de aquellos nichos que probablemente emergerán los nuevos dirigentes que sigan conduciendo los destinos del país en lo sucesivo, aunque esta vez ya sin la mano tibia y protectora del líder en el cual se puede confiar sobre su toma de decisiones en un mundo caótico en el que ninguna determinación puede, a priori, asumirse como sin riesgo alguno. Solo la ceguera y la antipatía competitiva explica, pues, las implacables oposiciones que, en particular, debió sufrir el Presidente Piñera, no obstante los innumerables aciertos decisionales que aquel asumió como riesgos en sus dos mandatos, desde la compra anticipada de vacunas contra la pandemia de Covid, el rescate de los 33 mineros, hasta la exitosa administración de la reconstrucción del terremoto de febrero de 2010, en su primera administración.

Nada de esto, empero, hizo que el mandatario negara todo su apoyo y experiencia propia y de sus equipos al actual Presidente para encarar el enorme desafío que enfrenta con los incendios forestales en 12 regiones del país, aunque, especialmente, frente a la tragedia ocurrida en la Región de Valparaíso, con más de 130 muertes y sobre 15 mil viviendas quemadas que se agregan a la ambiciosa meta de 260 mil casas que el gobierno actual prometió edificar durante la administración.

Del Presidente Lagos se puede esperar aun su aporte, no obstante tu retiro político, porque, como el mismo dijo con ocasión de su anuncio, hará uso de su derecho a opinar siempre cuando tenga algo que decir. Del Presidente Piñera, empero, queda solo el eco de sus palabras y las enseñanzas que dejó en los muchos equipos con los que trabajó -y a los que exigió- durante sus campañas por alcanzar el Senado y la Presidencia de la República; en sus diversos grupos de apoyo a su gestión presidencial, tanto en su Gabinete, como en otras instituciones del Estado en las que su legado seguirá presente; en sus aliados políticos distribuidos en los tres partidos de Chile Vamos y sus admiradores en colectividades oficialistas e independientes tradicionales y emergentes.

El Presidente Piñera, dado su perfil más apuntado a la realización efectiva, que a los discursos poéticos que mutan lenguaje por realidad, creyó siempre en la posibilidad de que los diversos sectores de derecha pudieran actuar unidos, al menos en darle a la Presidencia de la República, una sólida base de representación popular que lo legitimara y permitiera una gobernanza más eficiente para hacer progresar y crecer a Chile a la mayor velocidad posible. No congeniaba con la dureza de convicciones liberales o conservadoras, socialcristianas o socialdemócratas, que impedían tareas conjuntas de progreso económico por cuestiones de “principios” o coherencia política.

Merced a su reconocido intelecto y pragmática voluntad, la acción reflexiva y juicio fundado era lo suyo y la negociación el método, una muestra de lo cual ofreció al mundo y a Chile con ocasión del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución que dirigió desde La Moneda y con el cual impidió una eventual definición represiva de los sucesos que se desencadenaron el 18-O y cuyos efectos habrían hecho aún más difícil la superación de las actuales crisis de seguridad, económica, previsional, salud y educación, todas áreas en las que los problemas se profundizaron con ocasión de la aplicación de políticas públicas que Piñera supo, a su turno, poner en perspectiva, jerarquizar y resolver, tal como la puesta en marcha de la PGU.

Hombre de un trabajo intenso que el mismo bautizó como de 24/7, el presidente tuvo una ocupación permanente por los destinos de Chile tanto en la primera magistratura como fuera de ella; cultivó relaciones con el resto del mundo libre, y puso la defensa permanente de la democracia y los derechos humanos en su patria y en otras del continente y el orbe como prioridad, entre las cuales su apoyo a las libertades y a quienes representan esa lucha en Venezuela, lo transformaron en enemigo de la dictadura caraqueña y de quienes en Chile la miran con deseos miméticos, talvez derechamente los “enemigos poderosos” que el mandatario denunció y que no había sabido aquilatar, merced a su cierta ingenuidad en los aspectos más obscuros del poder.

La imprevista partida del presidente Piñera llega, empero, en momentos en que su gestión vuelve a ser valorada en la medida que merced a un Gobierno que representa ideas tan distintas a las suyas, la ciudadanía ha podido percibir y experimentar que los resultados de una buena administración no son solo cuestión de inercia, sino que exigen ideas posibles, de un comando firme y un norte claro. El tiempo y la evaluación comparativa han posibilitado que la ciudadanía reconozca no solo el valor de las iniciativas que Piñera impulsó -en previsión, salud, educación y otros-, sino el esfuerzo que su materialización implicó y que, en el caso del actual Gobierno, se ve impedido de concretar dados cambios voluntaristas que una enorme mayoría ciudadana rechaza.

Piñera y Lagos son, pues, parte de esa pródiga política de los acuerdos que posibilitó el período de mayor desarrollo y crecimiento en la historia del país y en la que ninguna de la partes consigue el 100 por ciento de sus propuestas -el non plus ultra de lo revolucionario-, pero ninguna tampoco el cero, lo que suscita resquemores y arrastra a los pueblos a la violencia, una que Piñera supo encarar con el Acuerdo por la Paz, que la ultraizquierda y la derecha maximalista quisieron instrumentalizar para el 100% de sus propios objetivos políticos, pero que el sentido común ciudadano refutó, prefiriendo mantener la tan criticada constitución de 1980: una lección de democracia y moderación que superó las expectativas de lo más pesimistas y que es de esperar perviva en un Chile ya sin Piñera. (NP)