Da lo mismo si uno está de acuerdo o no con los motivos que esa gente tuvo para hacer una larga cola o para estar detrás de las barreras mientras pasaba el féretro. Lo importante es entender y valorar lo que esos chilenos querían: rendirle homenaje a Aylwin.
Ese ha sido desde hace sesenta años el gran activo de la Democracia Cristiana, el capital social y electoral que aflora cuando esas personas sienten tocada su fibra por algún acontecimiento que les evoca lo mejor de las tradiciones de su partido, de su historia falangista, freísta y concertada.
Casi diez años atrás, para el funeral del ex presidente Pinochet, sucedió algo similar, aunque mucho más sorprendente para los que solo miran la realidad a través de un vidrio opaco: decenas de miles de chilenos hicieron, hicimos, cola para rendir nuestro propio homenaje de gratitud al general. La conciencia de no ser comprendidos por otros compatriotas importa poco: de nuevo lo que interesa es el fenómeno consistente en personas que dedicaron su tiempo para manifestar una adhesión profunda.
En ambos casos hubo serenidad, palabras de reconocimiento, gratitud, exposición de méritos, aunque sin duda una situación se diferenció de la otra porque en la actual los detractores mantuvieron un silencioso respeto, mientras que en la de hace diez años el odio de los contradictores se volcó en celebraciones y agresiones.
Lo positivo de ambos funerales es que cuando de lo cívico se trata, hay chilenos de unas y otras convicciones que manifiestan su posición, comprometen su imagen personal, se dejan ver, adhieren.
Por eso mismo era esperable que al día siguiente del funeral los cabildos integrados al proceso de discusión cívica presentaran una masiva concurrencia. Y el resultado fue exactamente el contrario, un fracaso casi total: reuniones canceladas, encuentros sin quórum, observadores congelándose a la intemperie, una que otra reunión con comienzo y final caóticos.
¿Por qué los concertacionistas que acababan de llorar a Aylwin no le dieron continuidad a su fervor cívico en los cabildos? Porque la inmensa mayoría de los concertados ve una incompatibilidad absoluta entre la adaptación gradual a las circunstancias con que operaba Aylwin (le guste a uno o no el conjunto de decisiones que eso implicó en su vida política) y el torpe vértigo con que Bachelet intenta quemar días y meses de su mandato.
¿Por qué los derechistas, quienes tienen mucho que defender y promover a través de la mayoría de las normas de la actual Constitución, no se dieron cita masivamente para copar los cabildos y frenar así la moda destructora? Porque la inmensa mayoría de ellos se encuentran desarticulados, sin partidos de referencia y sin liderazgos confiables. ¿Qué van a ir a hacer a un cabildo si después la actual oposición, llegado el momento, entregará casi todo lo que hayan podido defender en esas instancias?
O sea, si en los cabildos ni los concertacionistas moderados (fundamentalmente los DC) ni los derechistas decididos (fundamentalmente los desencantados de la UDI) van a encontrar un espacio donde confrontar posiciones, eso explica que esas dos fuerzas, al menos, hayan brillado por su ausencia.
Lo que a primera vista resulta misterioso es que las izquierdas duras no hayan dado desde el inicio una señal de compromiso y control. Que nadie piense que les falta organización o convicción. Probablemente este lento comienzo, este paupérrimo puntapié inicial, se deba más bien a una estrategia bien meditada: mejor poco ruido y muchas nueces. (El Mercurio)


