Doble estándar, entonces. Doble estándar puro y duro, una práctica que contagió hace ya tiempo a una parte no menor de nuestros políticos y ciudadanos, tanto de uno como de otro lado del espectro político, y que, con justificada razón, molesta y desazona a aquellos que en este caso condenan a ambas dictaduras -la chilena y la cubana- y que denuncian por igual los atropellos a los derechos humanos de una y de otra.
Las dictaduras, cualquiera sea su signo y la ideología que impongan, se parecen mucho entre sí. En ellas, la democracia sale del escenario y lo que entra es un general vestido con uniforme regular o verde oliva -para el caso da lo mismo- que desenfunda su pistola, la pone sobre la mesa y declara terminada toda discusión. Por otra parte, el «contexto» suele ser la excusa preferida de las dictaduras, como si algo así como el contexto, sea este nacional o internacional, debiera tener siempre el efecto de suspender todo juicio moral acerca de los regímenes políticos. «Hay que entender el régimen de Pinochet en el contexto histórico del momento», han clamado durante años los partidarios del general, y algo exactamente igual se escucha decir en estos días a los que continúan apoyando a la dinastía nacional/comunista/familiar en que devino la celebrada revolución cubana de 1959. El contexto de la guerra fría y de la amenaza comunista interna y externa en el caso de Pinochet, y un igual contexto de guerra fría y embargo económico en el de Fidel. El contexto, siempre el contexto, pero que solo vale para entender y justificar la dictadura que se aprueba, mas no aquella que se rechaza. Entretanto, quienes no entran en ese doble juego del contexto observan desconsolados el hecho de que las dictaduras parezcan buenas si gobiernan en nombre de las ideas e intereses que uno suscribe y malas cuando lo hacen en nombre de ideas e intereses opuestos a los propios.
No se puede justificar la violación de los derechos personales y políticos de las personas en nombre de que ha mejorado la situación de los derechos sociales, ni menos se puede justificar el atropello de esas tres clases de derechos en nombre de la modernización económica de un país. Y en cuanto a la democracia, debe ser preferida así, solita, y no en alguna de las pintorescas versiones que dictadores de diversos signos han propuesto para ella: democracia popular, democracia protegida, democracia orgánica, democracia autoritaria, y así.
El doble estándar es doble moral: una leve para mí y otra draconiana para el resto. Una vara bajita para mí y bien alta para los demás. Una pajita en el ojo propio y una viga en el ajeno. El doble estándar es una moral hipócrita, e hipócrita es aquella persona que aplica a otros el estándar que rehúsa aplicarse a sí misma.


