Diluvio

Diluvio

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Estamos peleando por los pelos de una Constitución mientras lo que verdaderamente nos ocurre es que estamos bajo un diluvio universal. A diario recibimos las noticias de la violencia creciente y de todo tipo; del terrorismo que se extiende por diversas partes del país; de los conflictos en la educación, no de la sala de clases, asunto muy antiguo y siempre eludido, sino de la degradación del esquema administrativo y disciplinario que la rige; de las colas en los hospitales y consultorios, además de escasez de medios; de la detención de la economía, que lleva una década sin crecer y dos sin incrementos de productividad; de la presencia creciente de la corrupción en todos los niveles; del estatismo que, a través de la “permisología”, ha ido dificultando todo; de la lucha por intereses sectoriales, que se expresa en los múltiples paros que afectan a privados y Administración Pública, y otros y otros. Es un diluvio que se reitera y nos agobia día a día sin poder encontrar un techo que nos cobije.

Son los problemas candentes que se arrastran y agravan debido a un gobierno carente de rumbos, sin experiencia y sin capacidad de gestión. También, soslayados por el tema constitucional en que el mundo político nos ha entrampado. Peor aún: para enfrentar este tema, la franja y la publicidad que antecede al plebiscito no se refieren a la Constitución, sino que aprovechan la revoltura del momento para solo exacerbar la pelea política, sin manifestar atisbo de explicación sobre el texto que se ha propuesto.

Esta caótica realidad es el resultado de la ya larga prédica revolucionaria y del desprecio por nuestra historia, que ha llevado al aflojamiento de las normas y formas de convivencia tradicionales. La suma de todo se manifiesta en la incertidumbre generalizada en que nos encontramos. Entre tanto, el mundo sigue su marcha ofreciendo innumerables oportunidades para nuestro país. No es que el mundo golpee nuestra puerta y siga su camino porque nadie le abrió. No. Las oportunidades están, aunque no son eternas, pero hay que tener conocimientos y deseos de atraparlas y de beneficiarse de ellas.

Encerrados en el cepo de nuestro mundillo anómico, desechamos la posibilidad de aprovecharlas, optando por reducir nuestras aspiraciones al menguado tamaño a que nos llevan las ideologías que han predominando. El problema que de verdad nos afecta es que nos falta un grupo conductor que reconozca y valore nuestras fortalezas, supere el diluvio, levante al espíritu y mire con decisión al futuro. (El Mercurio)

Adolfo Ibáñez