(Des)confianza para el (sub)desarrollo

(Des)confianza para el (sub)desarrollo

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Hay sociedades donde las decisiones fluyen, las inversiones ocurren y las reformas avanzan. Y otras donde el estancamiento prevalece. La diferencia, más que en el talento o los recursos, está en cuánto confiamos en los demás y en las instituciones que nos gobiernan.

Esa credibilidad colectiva permite reducir los costos de transacción, cooperar con desconocidos, sostener acuerdos en el tiempo y mejorar la eficacia del Estado. Su ausencia, en cambio, frena el desarrollo. Pero este capital intangible no surge por espontaneidad ni es una virtud moral: debe construirse mediante mecanismos colectivos. ¿Cómo hacerlo?

Primero, importa en quién depositamos la confianza. No toda forma de creer en otros es igual de valiosa. Las mafias, por ejemplo, se sostienen en una enorme lealtad interna. Pero esa es una fe cerrada, tribal, que fortalece al grupo y debilita a la comunidad más amplia. Chile —como buena parte de América Latina— muestra altos niveles de confianza en círculos familiares o de amistad, pero baja credibilidad generalizada e institucional. Y es esta última —la que permite cooperar bajo reglas comunes— la que impulsa el desarrollo.

Segundo, la confianza, más que una consecuencia del desarrollo, es una de sus causas. Los países que logran acuerdos duraderos, políticas estables y crecimiento sostenido ya exhibían altos niveles de cooperación y credibilidad mutua antes de prosperar. No esperaron a ser ricos para confiar; pudieron crecer porque creían en sus propias instituciones.

Tercero, este tejido de credibilidad permite que una sociedad se equivoque sin colapsar. En contextos institucionales sólidos, los errores de política pública no destruyen consensos. Se corrigen, se aprende y se avanza. En sociedades desconfiadas, cada tropiezo se transforma en crisis política, erosiona legitimidad y paraliza reformas.

Cuarto, la desconfianza tiene un costo productivo alto. Obliga a multiplicar controles, permisos y regulaciones diseñadas para anticipar la mala fe. El sistema actúa como si todos quisieran hacer trampa: la burocracia se ralentiza y la economía se frena. Sin embargo, cuando las instituciones son creíbles, las reglas pueden ser más simples y eficaces. Países que no entienden esto suelen subestimar una de sus principales palancas de desarrollo.

Quinto, este intangible también acelera el proceso político. Donde existe, las diferencias se procesan con menos sospecha y los acuerdos no se desarman con cada cambio de gobierno. Donde falta, cada reforma se discute desde cero y cada decisión se vuelve una batalla. La credibilidad institucional hace más eficiente a la democracia.

Pero fortalecer la buena confianza no significa caer en el buenismo ni pedir fe: se trata de construir credibilidad. La que sirve al desarrollo es formal: se basa en reglas claras, información abierta, justicia eficaz y consecuencias predecibles. No se exige, se gana. No reemplaza la fiscalización, la complementa. Y no depende de ciudadanos perfectos, sino de un sistema donde cumplir las reglas sea más rentable que romperlas.

Chile enfrenta un déficit generalizado de confianza. Así lo muestran el último Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD y la Encuesta Bicentenario 2025 de la Universidad Católica. Los casos recientes de vínculos entre abogados, funcionarios públicos y empresas privadas con tráfico de información y sobornos; o los masivos viajes al extranjero de empleados del gobierno mientras estaban con licencia médica, provocan una sensación generalizada de abuso y alimentan tanto a los activistas antimercado como a los anti-Estado.

Dos pasos concretos ayudarían a reconstruir confianza: aprobar la reforma política y electoral que reduce la fragmentación; y crear un Consejo Económico y Social con representación plural —Estado, empresas, trabajadores y academia— y mecanismos de consulta a la sociedad civil, como en Irlanda y Corea del Sur, que han institucionalizado la coordinación de reformas a largo plazo, evaluando y corrigiendo las decisiones públicas según sus resultados.

La confianza no es un complemento del desarrollo: es su punto de partida. Cuando falta, el país se detiene; cuando existe, el crecimiento se sostiene. (El Mercurio)

Raphael Bergoeing
Escuela de Negocios, UAI