La descomposición se observa en todo el espectro político. ¿Cuáles son las razones?
Años atrás hice una investigación cuyo objetivo era analizar la democracia interna de cada colectividad. Sin importar su ubicación ideológica el resultado fue siempre el mismo: políticos enquistados en las cúpulas de poder que no daban espacio a la llegada de las nuevas generaciones. Ello no solo se tradujo en una tremenda desafección política por parte de la ciudadanía, sino en una captura de ciertas élites que terminó corrompiendo el sistema de partidos.
Actualmente, dicha corrupción se manifiesta en un caos de tal magnitud que en los espacios tradicionalmente habitados por demócratas y cristianos, campean ateos que adhieren a ideologías totalitarias o pactan con sus promotores. En las antípodas, donde antes se encontraba a los defensores de la institucionalidad, las reglas claras y un modelo de crecimiento enfocado en los más pobres, hoy hay populistas que capturan a su electorado manipulando la sensibilidad social.
El cuadro se completa con la confusión en que viven ciudadanos incapaces de distinguir entre la defensa de principios y el mesianismo, la justa crítica de la traición, la coherencia entre palabra y acto de la pureza y la vocación pública de la castidad. Peor aún, su confusión llega al punto de creer que la unidad en medio del caos es mejor que una renovación política fundada en los principios que parte importante de la derecha abandonó, siguiendo la ruta trazada por Pamela Jiles.
En este marco de total confusión se recomienda bajar el dedo acusatorio, puesto que, con toda seguridad, se estará errando el blanco. (El Mercurio Cartas)
Vanessa Kaiser
