El índice de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) mide el progreso de las naciones en el mundo. Es uno de los principales reportes de esa entidad, actualizado año tras año desde 1990. Agrupa a los países en cinco grupos: desde los de “muy alto desarrollo humano” hasta los de bajo desarrollo. En ese ranking, el más elaborado de su tipo en el mundo, hace un tiempo largo que Chile es clasificado en el primer grupo y se mantiene ya por décadas a la cabeza de las naciones latinoamericanas, con distancia de la mayoría de nuestros vecinos.
Una de las escasas referencias a este reporte en el medio local la hizo el Presidente Boric en junio pasado, en su última cuenta pública a la nación, afirmando en esa ocasión, correctamente, que el puntaje de Chile en materia de desarrollo humano había alcanzado su máximo histórico, situándose “como líder de América Latina en esta materia”.
Cabe notar, sin embargo, que mientras hace diez años el país superaba a naciones europeas como Portugal y Hungría, en los últimos reportes del PNUD ha sido aventajado por el país lusitano. El descenso que ha experimentado nuestro país en ese ranking -aunque todavía mantiene su liderazgo en la región- coincide con la década de peor desempeño de la economía chilena desde 1990.
La pregunta que cabe hacerse es la siguiente: ¿Cómo fue que una generación de jóvenes chilenos que incursionaron en la política en la década pasada, la mayoría de ellos educados en nuestras mejores universidades -y no pocos en extranjeras de renombre mundial- y, por lo tanto, presumiblemente informados de la realidad del país, creyeron a pie firme que una nación que ostentaba ese nivel de desarrollo tenía que ser refundada? ¿Cómo pudieron convencerse de que el reconocido progreso de Chile, reportado no sólo por el PNUD sino que por otras agencias internacionales que auscultan el desarrollo en el mundo, no fue otra cosa que abuso y desigualdad, y que por ello semejante estado de cosas -el resultado de la modernización capitalista sostenida por cinco gobiernos consecutivos desde 1990- debía corregirse de raíz?
Pues bien, esa generación de jóvenes, la más educada de nuestra historia, ignoró el conocimiento y la evidencia ampliamente disponible entre nosotros, y que no daba base alguna para sus desvaríos refundacionales. Esa élite de jóvenes de la nueva izquierda erró dramáticamente en su lectura del país. La idea que se había forjado de Chile, haciendo caso omiso a la evidencia, no coincidía con el país real, que ya comenzaba a sentir la inseguridad y el estancamiento económico y, de pronto, la falta de horizonte de progreso.
Cuando se comete un error histórico de esa índole se comprende la desmedrada situación política en la que se encuentran quienes abogaron por la refundación de la nación, expresada con grandilocuencia en la propuesta de Convención Constitucional, que el electorado rechazó sin ambages en 2022. La mayoría de los líderes políticos que se jugaron por cancelar la modernización capitalista en toda la línea, y en consecuencia por la interrupción del desarrollo que el país venía experimentando desde hace décadas -en lugar de corregir sus falencias y defectos-, han perdido el capital político que acumularon aceleradamente.
Su descapitalización también ha ocurrido aceleradamente, justo cuando se avizora un nuevo ciclo político que se caracterizará por el reencendido de los motores de la modernización capitalista que esa generación de la nueva izquierda intentó apagar de una buena vez. (El Líbero)
Claudio Hohmann



