Hace apenas algunos días se dio a conocer una nueva versión del índice de desarrollo humano de Naciones Unidas, que ubica a nuestro país como el primero de América Latina y el Caribe y como el n°44 de 189 países y territorios a nivel mundial, ubicándonos como uno de los países de desarrollo humano muy alto. En el contexto latinoamericano nos siguen Argentina, Bahamas y Uruguay. Esta es una posición que Chile ostenta desde hace bastantes años, de hecho, desde la recuperación de la democracia en 1990, el avance en este índice ha sido sostenido, gracias a un conjunto de políticas públicas que han mejorado de manera creciente las tasas de alfabetización, los años de escolaridad, la esperanza de vida al nacer y el ingreso per cápita, todos ellos indicadores que hacen parte del índice. No obstante, también nos plantea algunas alertas, por cuanto el índice señala que la brecha de género sigue siendo tarea pendiente en nuestro país.
En efecto, si se considera desde la perspectiva de género, Chile cae varios lugares en el ranking internacional, ubicándose en el número 72, siendo la principal causa la brecha que existe en el ingreso per cápita entre hombres y mujeres (47%). Este es un dato coincidente con el Gender Gap Report del Foro Económico Mundial, que señala que nuestro país los peores resultados en materia de brecha de género se dan en la participación económica y oportunidades. Dentro de esta dimensión, el peor resultado está asociado a igual pago por igual trabajo, donde Chile se posiciona en el n° 127 del ranking, mal resultado que está seguido por el ingreso por el trabajo, donde Chile se ubica en el n° 102 (de un total de 144 países).
No cabe duda que ha habido avances relevantes en cuestiones como la participación política, el acceso a la educación o la salud. No obstante, la igualdad de ingreso es una cuestión central por lo que conlleva, por cuanto tiene que ver con la autonomía de las mujeres, la realización de su proyecto de vida y con la posibilidad de construir relaciones de género igualitarias, evitando así todo tipo de abuso y violencia machista derivada de una condición de asimetría económica, cultural y social. De hecho, no es de extrañar que el estudio (Des)iguales de PNUD, publicado hace más de un año, constatara que una de las mayores formas de discriminación y desigualdad que las personas perciben en Chile se refiere a cuestiones de género y tampoco que producto de la percepción de esas múltiples formas de discriminación percibidas, haya surgido con fuerza la demanda feminista en Chile.
En tal cuadro, aunque la llamada “ola feminista” haya sufrido cierto repliegue en estos meses, ella está aún lejos de acallarse en la medida que las desigualdades de género persistan, se reproduzcan y sean percibidas como una forma de discriminación, lo que requiere una mirada prospectiva y clara desde los tomadores de decisiones.
Por lo pronto, el compromiso de la agenda de género de la actual administración y los avances que se pueden producir en la base cultural de nuestra sociedad a partir de una educación no sexista, será clave para ir avanzando de manera decidida en ir rompiendo esta desigualdad gravitante para el desarrollo humano. (La Tercera)
Gloria de la Fuente



