Las declaraciones formuladas por Juan Sutil crean una confusión conceptual que daña —si no se las desmiente con claridad, cosa que aún no ocurre— a la candidatura de Evelyn Matthei. Sutil, en su calidad de miembro del comando, dijo que lo de Pinochet no fue propiamente una dictadura, puesto que, agregó, las dictaduras no son transitorias. Sus palabras exactas fueron las que siguen:
“Los mejores momentos de la historia de Chile, del punto de vista político, fue el término del gobierno militar dictatorial, ¿no es cierto? Para mí no fue una dictadura, porque las dictaduras se perpetúan en el poder, el gobierno fue dictatorial y terminó y eso fue una salida negociada, democrática”.
El problema conceptual deriva de la sutileza (nunca más adecuada esa calificación) consistente en llamar al de Pinochet “gobierno militar dictatorial” y distinguirlo de una dictadura, puesto que esta última, agregó Juan Sutil, se perpetúa en el poder, cosa que con el gobierno dictatorial no habría ocurrido. Transformar un sustantivo (dictadura) en un adjetivo (dictatorial) es, hay que reconocerlo, sutil. Así, por ejemplo, a veces se dice de una mujer que es “varonil”, queriendo decir que tiene uno de los rasgos que los prejuicios de género atribuyen solo a los hombres. O viceversa, se dice de un varón que es femenino o afeminado, atribuyéndole un rasgo que el prejuicio de género reserva a las mujeres. O se dice que tal persona tiene un comportamiento animal, para referirse a que es violento. Pero ni en el primer caso se dice que la mujer no sea tal o el sujeto no sea humano. Es lo que hizo Sutil: decir que Pinochet fue dictatorial no es decir que fue una dictadura, sino solo que tuvo uno de los rasgos de esta última.
Sutil, no hay ninguna duda.
El problema es que la distinción elude la cuestión fundamental que es la dimensión moral de la dictadura. ¿Violar los derechos humanos en forma sistemática, gobernar por decreto y suprimir la competencia política, es meramente dictatorial o corresponde a una dictadura en sentido propio?
Al eludir esa dimensión del asunto, algo que también le ocurrió a Evelyn Matthei, se deja en las sombras de la indefinición el aspecto fundamental de uno de los capítulos más relevantes de la historia reciente, la dimensión moral de la experiencia conducida por Pinochet y se evita condenarla sin ambages.
Para ayudar a la claridad conceptual del comando de Evelyn Matthei y por esa vía al debate público en estos temas, van, en lo que sigue, algunas precisiones.
En sus clases que eran, mal que pese, brillantes, Jaime Guzmán enseñaba una distinción más precisa que puede servir a Juan Sutil para salir del embrollo conceptual. Guzmán (al igual que la literatura de los setenta, v.gr. Juan Linz) distinguía entre totalitarismos y dictaduras. Los primeros, decía Jaime Guzmán, regimentaban la totalidad de la vida e intentaban perpetuarse; las segundas, como la de Pinochet, cuando eran de derecha establecían reglas liberales en materia económica y de propiedad, creando ámbitos de autonomía, y se ponían a sí mismas límites temporales. Agregaba Guzmán (y en eso no pareció equivocarse) que al establecer reglas abiertas en materia económica la democracia se haría socialmente inevitable.
De esa forma, lo que habría querido decir Sutil, si hubiera, claro está, asistido a las brillantes clases de Guzmán, es que la de Pinochet fue una dictadura que sentó las bases del mercado y se puso a sí misma límites temporales, lo que condujo en los hechos a una salida negociada.
Sin embargo, hay algo que se oculta en esas distinciones y que la derecha liberal, en vez de eludir, debiera sacar a la luz.
Como el precio que se pagó por la reforma económica que sentó las bases de la modernización fue la supresión de las libertades no económicas, las torturas y las desapariciones, queda planteado el dilema de si acaso el resultado que se obtuvo (la mayor prosperidad que no habría sido posible sin las reformas de la dictadura) justifica esos crímenes entonces cometidos. Si se dice que no, que no hay justificación alguna para los crímenes, entonces debieran condenar sin ambages a la dictadura. El problema de la derecha liberal, que hace dudar de que sea liberal, es que no se atreve a verbalizar esa condena y por eso recurre a sutilezas que la evitan. Mostrando la incomodidad que todo esto causa, el mismo Juan Sutil se apresuró a declarar en las redes que él valoraba la democracia. No cabe dudar ni un segundo de eso; pero el problema de la derecha liberal no es conceptual, no es una pregunta abstracta sino concreta: se trata de emitir un juicio moral y político acerca de la dictadura que nunca, hasta ahora, se ha emitido por su parte con claridad. ¿La condenan o no?
Responder explícitamente una pregunta como esa evitaría dificultades a la campaña de Evelyn Matthei y disiparía un problema para cuya resolución las sutilezas desgraciadamente no alcanzan. (El Mercurio)
Carlos Peña



