De Montt a Kast

De Montt a Kast

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Se cumplirán 170 años de la elección de Manuel Montt para su segundo período presidencial, cuando José Antonio Kast presida su primer Te Deum y su primera parada militar, en septiembre próximo.

Montt, hombre de una gran sobriedad, dotado de un enérgico sentido de la autoridad y del orden, y decidido partidario de la libertad como motor del progreso, había inaugurado su primer mandato, cinco años antes, en septiembre de 1851, con dos sencillas alocuciones. “Celebráis el imperio de la libertad y del orden público; no el de la libertad con mengua del orden, ni del orden con mengua de la libertad, sino la justa armonía de estos dos principios salvadores de la República”, les había dicho a su partidarios. Y, ampliando la mirada, agregó: “Celebráis el triunfo de las instituciones a cuya sombra ha de obrarse el mejoramiento moral y material del pueblo por medio de las artes industriales y de la instrucción pública”.

Orden público, libertad, instituciones, enseñanza, una vida mejor, industria. Todo eso Montt lo había visto amagado cinco años antes, en 1846, por lo que había advertido que “no es posible dejar que el mal se haga general y envuelva en su corriente a todo el Estado” y, en consecuencia, se preguntaba si debería esperarse que se consumara el mal, “o bien precaverse por los medios que la ley pone en manos del Gobierno”.

Su dilema, entre 1846, como ministro del Interior, y 1856, como Presidente de la República, fue siempre la armonización de esas dos dimensiones, a las que hoy denominamos con los conceptos de “emergencia” y “proyecto”. Esa tarea era de gran dificultad, por la virulencia con que algunos sectores lo atacaban. Por eso, Montt agregó durante la celebración de su triunfo, en 1851: “Mis fuerzas son insuficientes; necesito la cooperación de todos vosotros, de la ayuda de todos los ciudadanos, así amigos como enemigos de la nueva presidencia”. Efectivamente, don Manuel, a quien la historiografía ha calificado de modos tan incompatibles entre sí como “dictador” y “estadista”, tenía muy claro que las fracturas producidas por el motín de abril de 1851 y por la guerra civil consiguiente no se iban a curar con el solo ejercicio de sus atribuciones presidenciales, por cierto, muy amplias.

Han pasado 160 y 170 años desde que Montt se pronunciara en los términos citados. Las circunstancias son otras, pero la república está ahí, de nuevo, en la necesidad de articular emergencia y proyecto, orden y progreso.

Es la gran tarea que se ha dispuesto realizar José Antonio Kast, y para la que ha recibido un mandato amplio, el que obviamente va a contar con una oposición férrea de aquellos adversarios de la administración que comenzará en marzo (Montt, victorioso mediante las armas, no podía sino llamarlos “enemigos”).

La apelación al orden como uno de los ejes de su tarea ha estado muy presente en la campaña electoral; ahora podrá también el Presidente electo desplegar todo un relato sobre el progreso. Probablemente sea una narrativa muy bien apoyada en la confluencia de fuerzas políticas muy amplias, que quieran sumarse a la gran tarea de iniciar una nueva época en la historia de Chile, una etapa fundada en el trabajo bien hecho, en el interés por el otro, en la atención a los detalles —todos, temas centrales en el discurso del 14 de diciembre—, dimensiones republicanas al alcance de todos los bolsillos, disponibles para todas las voluntades.

Pero no debe olvidarse nunca que, apenas tres años después de iniciado su segundo período, el Presidente Montt enfrentó una segunda contienda civil, porque hubo quienes nunca abandonaron su afán revolucionario y, por el camino, otros se les sumaron en su afán de ruptura. En todo caso, fueron de nuevo derrotados. (El Mercurio)

Gonzalo Rojas