Ahora que los partidos de derecha tendrán una mayoría suficiente para redactar la Constitución que deseen, la ilusión de refundar al país se ha disipado, por el momento. En dos años, el país pasó de un frenesí fundacional, con la elección de una mayoría claramente izquierdista en la elección de convencionales constituyentes en mayo de 2021 y con la victoria de Gabriel Boric en las primarias de la extrema izquierda (en la noche de victoria, Boric declaró que, si “Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba), a entregarle una victoria avasalladora a la derecha -liderada por el Partido Republicano- para que redacte una nueva Constitución.
Irónicamente, en el plebiscito de salida de diciembre, los chilenos deberán escoger entre la constitución de Pinochet y la constitución de José Antonio Kast. Es cierto que esa comparación es una simplificación injusta e imprecisa. Ni la Constitución en vigencia ahora es de Pinochet -probablemente es más de Ricardo Lagos que de Pinochet- ni el nuevo texto que será propuesta al país será de José Antonio Kast -el Congreso ya acordó los márgenes del texto y los representantes de los partidos de derecha tendrían que ser especialmente torpes para repetir los insensatos errores que cometió la mayoría, que terminó en la redacción de un texto demasiado radical, en el primer proceso constituyente.
Aunque nada garantiza que Chile podrá cerrar exitosamente este capítulo de incertidumbre constitucional antes de que termine 2023, es evidente que el proceso ahora va mejor encaminado y que las decisiones que han tomado los chilenos en las urnas generan menos incertidumbre en los actores económicos e inversionistas extranjeros.
Si los altos niveles de desigualdad y abuso hacían de Chile un alcohólico en rehabilitación, y el proceso constituyente llevó al país a volver a emborracharse por un par de años, la decisión de los chilenos en septiembre de 2022 de entrar voluntariamente a una clínica de rehabilitación fue refrendada por la votación por una mayoría que buscará mejorar el país que tenemos en vez de refundarlo.
Pero no podemos olvidar que una buena parte de la élite política se compró la tesis predicaba desde la izquierda más radical de que el país necesitaba una refundación. Muchos líderes de la derecha -incluido el Presidente Piñera- y casi todos los que antes se habían comportado como líderes razonables de izquierda -terminaron por comprarse y defender la tesis de que Chile necesitaba redactar una nueva Constitución en vez de mejorar la que ya tenía. En fin, por un par de años, se impuso la tesis de que había que refundar en vez de mejorar y construir sobre lo que ya teníamos.
Ahora, las dos votaciones aplastantes a favor de las reformas y en contra de la refundación que se realizaron en septiembre de 2022 y mayo de 2023 alimentan las esperanzas de que Chile, este alcohólico en recuperación, pueda lograr retomar el buen rumbo.
Pero no podemos olvidar que el abuso y las desigualdades siguen siendo una amenaza. El país todavía no sale del bosque donde las amenazas de estancamiento económico, inestabilidad social y líderes populistas acechan por doquier.
Las lecciones que debe aprender el país, y que debieran quedar plasmadas en el nuevo texto constitucional, pasan por la necesidad de valorar las cosas buenas que se han hecho y aceptar todas aquellas que faltan por hacer. Pero también se requiere de líderes políticos que no tengan miedo de decirle a la gente la verdad y no sólo repetir lo que la gente quiere escuchar. Aunque duela, y aunque haga que la aprobación caiga, decir la verdad siempre será una mejor estrategia que repetir el clamor popular.
En estos últimos 4 años, muchos líderes políticos chilenos prefirieron repetir la voz de la calle en vez de decir la verdad. La victoria del Partido Republicano la noche del 7 de mayo constituye, por sobre todo, un premio para aquellos que supieron decir la verdad aunque ésta no fuera lo más popular. Mientras el gobierno de Sebastián Piñera se sumaba al engaño de la promesa de que el remedio para los problemas de Chile era un nuevo proceso constituyente y los partidos de la izquierda moderada se avergonzaban del país que habían construido, José Antonio Kast valiente y estoicamente defendió principios y valores. Aunque muchos de sus principios estén más a la derecha de lo que quiere la mayoría de las personas y sus valores sean más conservadores que los que son mayoría en el país, la gente premió su valentía y su honestidad.
Esa es una lección que debe aprender el resto de la derecha y de la clase política. Mientras el gobierno del Presidente Boric cambia de valores y prioridades como una veleta y el resto de la élite política prefiere seguir al pueblo en vez de intentar liderarlo, el Partido Republicano explicitó cuál era su norte y no trepidó en defender sus principios aunque estos no fueran lo más popular. La gente los premió entregándoles un apoyo que los pone inequívocamente en una posición de liderazgo.
Pero Kast y los republicanos deben entender que ni ellos tienen apoyo mayoritario ni una Constitución debe buscar amarrar a futuras generaciones a mayorías circunstanciales.
Por eso, si la mayoría derechista en el Consejo Constitucional logra entender que el camino correcto es seguir reformando la Constitución de Pinochet, modificada y mejorada por Aylwin, Lagos y todos los gobiernos de Chile entre 1990 y 2022, lograremos convertir lo que fueron nuestros momentos más tristes, violentos y destructivos en democracia en una lección que enseñe a ser un mejor país, más pragmático, más moderado, más razonable y con crecientes niveles de inclusión y rechazo más claro y firme a todas las formas de abuso. (El Líbero)
Patricio Navia