COES: Baja participación permitirá dominancia de partidos tradicionales

COES: Baja participación permitirá dominancia de partidos tradicionales

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Pablo De Tezanos-Pinto es psicólogo social y como investigador del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) y académico PUC, publicó recientemente una encuesta que evaluaba cómo el descontento social en las instituciones permeaba las decisiones cívicas e incluso la falta de ellas en la ciudadanía.

El estudio reportó muy bajos niveles de participación y un desapego general  con las élites y el sistema político que contrastaba con la importancia que los encuestados entregaban sobre los temas políticos. A la vez, la investigación logró perfilar cuatro tipos de ciudadanos votantes: desilusionados retraídos, desilusionados rebeldes, conformistas retraídos y conformistas integrados. Es ante ese ecosistema que nombres y gestiones conocidas de presidenciables empiezan a hacer ruido.

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Sebastián Piñera
y Ricardo Lagos se presentan como cartas eventualmente seguras para las elecciones presidenciales del 2017 lo que ha desatado las suspicacias con fuego cruzado. El contexto del que habla el profesor es sorprendentemente nihilista. En él, solo un 13% declara confiar en el Gobierno; un 12% en los tribunales; un 8,6% en el Congreso y un 2,7% en los partidos políticos.

Una cifra roja que supera levemente el aprecio de otros países de la región sobre sus instituciones. «El descontento con la política y los políticos es algo que ha sido reportado en múltiples encuestas de opinión, pero el objetivo de esta medición fue justamente profundizar en los procesos asociados a este descontento, que no se basa únicamente en apreciaciones de políticos particulares, sino que es un descontento generalizado con el funcionamiento actual de nuestra democracia», advierte sobre una metodología que suma al sentido común, la historia y la contingencia.

De Tezanos -Pinto destaca el nulo nivel de participación local pero aclara que eso no se debe a que las personas no estén interesadas en los temas políticos. «Esto es porque no confían en que su participación vaya a tener algún impacto en las decisiones que se tomen finalmente, incluso cuando estamos hablando al nivel más local de los municipios. La mayoría de los chilenos no confía en las instituciones políticas y no se sienten representados por las autoridades, que son percibidas como favoreciéndose a sí mismos y a ciertos grupos de poder», señala el Doctorado en Psicología Social de la Universidad de Sussex, Reino Unido.

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¿Cómo puede ser entonces que Lagos vs Piñera sea un escenario posible para la próxima elección presidencial?, se pregunta. «Hay que considerar varias cosas. Primero que nada, son justamente los bajos niveles de participación los que permiten que los partidos y coaliciones políticas tradicionales sigan siendo dominantes, en un contexto donde la adscripción a estos partidos es tremendamente minoritaria, y nuestro sistema parece no favorecer la aparición de nuevas figuras. Pero esto también tiene que ver con aspectos culturales, y los altos niveles de autoritarismo que reportan la mayoría de los chilenos: la imagen de un líder fuerte que ordene la situación y resuelva los problemas», explica.

El psicólogo agrega que cuando un candidato ya ha sido presidente antes, aunque haya estado asociado a múltiples problemas y otras evaluaciones en contra, puede ser igualmente bien aceptado como una figura de autoridad y con la influencia necesaria ante la promesa de cambio. «Pero esta misma situación puede permitir también, como ha ocurrido en otros países de América Latina, la aparición de figuras populistas que se presentan como externos al sistema político tradicional», advierte.

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-¿En ese sentido, cómo se explica a nivel país la reaparición de gobernantes de gestión conocida como alternativas de un cambio?

-No se explica. Considerando los niveles de desilusión y descontento con el sistema político actual, la clase política debiera estar preocupada de generar cambios sustanciales en sus proyectos y su funcionamiento general, enfocados en lograr una mayor conexión con la ciudadanía. En los últimos años algo de eso ha habido, pero han sido proyectos concretos de reformas impulsadas principalmente por presión de movimientos sociales y que tampoco han logrado satisfacer a estos movimientos o a la ciudadanía en general. O la misma creación de la Nueva Mayoría, que no ha logrado ser percibida como una coalición que solucione la desilusión que había con la Concertación.

El cambio también tiene que ser más global y enfocado en una mayor transparencia y efectividad de los sistemas de participación ciudadana, y ciertamente es más creíble si hay también algo de recambio en los representantes políticos. El sistema político debiera no solamente ser capaz de hacer reformas, sino también de convencer a la mayoría de los chilenos que las reformas responden adecuadamente a sus necesidades. Estamos lejos de esa situación.

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-¿Cuál diría usted que es el hito que marca esta debacle en el imaginario de la población que dejó de creer en los líderes probos de hace dos décadas?

-No sé si corresponde identificar un hito. Es más bien un proceso que se ha ido desarrollando desde el fin de la dictadura y que está relacionado con las políticas de desarrollo económico y el aumento de la desigualdad. Los movimientos sociales y marchas de los últimos años han estado enfocadas principalmente en estas materias, sin duda uno de los temas principales que afecta la sociedad chilena.Además de una desconfianza en los políticos, hay una desconfianza en las elites en general, en las grandes empresas y en el sector financiero. Más allá de los slogan que han tenido algunas campañas, la idea de fomentar una sociedad más justa y disminuir estas desigualdades no ha sido una prioridad para ninguna de las coaliciones políticas, y los chilenos perciben esta inconsistencia en los mensajes.

-A nivel regional también se nota este descrédito en la clase política. ¿Qué tienen en común países como Brasil, Argentina y Chile?
-Yo creo que sí tienen bastante relación. Los países del Cono Sur en general tienen esta aparente dicotomía entre desarrollo económico y disminución de la desigualdad, y los políticos en estos países han actuado de forma bastante similar al respecto. Los casos de corrupción no ayudan para nada a que los ciudadanos crean que los políticos efectivamente tienen el bien común como principal interés. (La Nación)

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