Chile, productividad y apertura: dos caras de una misma moneda

Chile, productividad y apertura: dos caras de una misma moneda

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Chile logró algo excepcional en las últimas décadas: insertarse de manera profunda y estable en la economía global. Esa apertura permitió crear industrias, atraer inversión extranjera y crear una base exportadora que hoy representa cerca de un tercio del PIB. Sin embargo, el verdadero desafío ya no es constatar ese éxito, sino responder una pregunta más exigente: cómo lograr que la apertura vuelva a traducirse en un crecimiento más dinámico, mayor diversificación productiva y mejores oportunidades para las personas.

El debate relevante no es si Chile debe seguir abierto al mundo, pues eso está fuera de discusión, sino qué condiciones internas necesitamos para que esa apertura se traduzca en más productividad, empleo formal y desarrollo a lo largo de nuestro país. En ese punto, el diagnóstico ya está claro y es ampliamente compartido: el principal cuello de botella está dentro de nuestras fronteras.

En lo doméstico, existe un consenso transversal sobre las dificultades para ejecutar proyectos de inversión. Obtener una Resolución de Calificación Ambiental (RCA) hoy toma en promedio 1.192 días, el doble que en 2014. Además, según la Comisión Marfán, el aumento desde el 2000 de la carga tributaria corporativa, actualmente en 27%, ha significado un costo estimado de 8 puntos porcentuales del PIB. A este escenario se le suma el impacto de una agenda regulatoria laboral en empleo y crecimiento y un estancamiento prolongado de la productividad. La combinación de estos factores afecta directamente la inversión, la innovación y, en último término, nuestra capacidad exportadora.

Si estos desafíos internos no son abordados, será difícil avanzar en objetivos tales como duplicar nuestras exportaciones no mineras o internacionalizar nuevas industrias. La apertura comercial, por sí sola, no compensa un entorno interno que encarece, retrasa o desincentiva el instinto de creatividad que define a la micro, pequeña, mediana y gran empresa.

Por lo tanto, la apertura comercial, bien utilizada, es una palanca para transformar el engranaje productivo, no un fin en sí mismo. Permite escalar innovación, atraer inversión de largo plazo y conectar a compañías de tamaños diversos con cadenas de valor globales. Pero para que ese potencial se materialice, se requiere una agenda decidida de productividad: modernización del Estado, reglas claras, colaboración público-privada y un entorno que promueva, y no obstaculice, la inversión.

Si Chile aspira a retomar tasas de crecimiento cercanas al 4%, el camino no pasa por revisar su inserción internacional, sino por hacerla funcionar mejor desde adentro. Crecer más y crecer mejor no son objetivos contradictorios, son dos caras de una misma tarea pendiente: entender que la apertura no es una concesión ideológica, sino una necesidad económica y social, fundamental para el desarrollo. (La Tercera)

Rodrigo Yáñez

Secretario general de Sofofa