La reciente inauguración del puerto de Chancay en Perú, financiado por China, y la visita del Presidente argentino Javier Milei a Donald Trump en Mar-a-Lago nos recuerdan lo que Chile no está haciendo: construir una hoja de ruta estratégica en política internacional. Mientras nuestros vecinos consolidan alianzas comerciales y diplomáticas que definirán el futuro de la región, Chile parece estar atrapado en una agenda ideológica que nos aísla y nos deja rezagados en un mundo que no espera.
Chancay es un golpe directo a la competitividad chilena. El mega puerto, presentado por Xi Jinping como un «nuevo corredor marítimo entre China y América Latina», es mucho más que infraestructura: es la consolidación de la Ruta de la Seda Marítima en nuestra región. Con ello, China asegura un acceso privilegiado a los recursos que necesita para su autosuficiencia tecnológica y refuerza su influencia en América Latina. Perú se posiciona como un actor clave en este mapa geopolítico, mientras que en Chile seguimos discutiendo si modernizamos nuestros puertos o simplemente nos resignamos a ser espectadores de cómo se redistribuyen los flujos comerciales globales.
Por otro lado, la visita de Milei a Estados Unidos para estrechar lazos con Trump y promover una «alianza de naciones libres» deja en evidencia nuestra ausencia en espacios de alto nivel. La política exterior chilena, recordando los comentarios y eventos del embajador chileno en EE.UU., al priorizar las afinidades ideológicas por sobre el interés nacional, o el no reunirse con países estratégicos como Italia, con el conflicto por Enel, nos podrían pasar una factura diplomática y económica significativa.
La raíz de este problema es clara: el sesgo ideológico ha sustituido la planificación seria y profesional. Nos hemos dado el lujo de desperdiciar oportunidades mientras nuestros vecinos avanzan. En un mundo en constante cambio, los países que no se adaptan y no juegan activamente en la arena internacional quedan rezagados. No podemos darnos el gustito ideológico de quedar fuera del mundo por conflictos personales o posiciones dogmáticas. Chile necesita una política exterior que priorice el interés nacional, que entienda que nuestras alianzas no son un capricho, sino una necesidad para garantizar el desarrollo y la seguridad de nuestra gente.
Chancay y Mar-a-Lago son recordatorios dolorosos de lo que sucede cuando otros países actúan mientras nosotros dudamos. Si no cambiamos el rumbo, el riesgo no será sólo quedar atrás, sino ser irrelevantes en un mundo que ya no nos necesita. Es hora de entender que las prioridades nacionales deben estar por encima de los intereses partidistas y de que, en política exterior, la profesionalidad y la visión estratégica no son opcionales. Son indispensables. (El Líbero)
Álvaro Bellolio



