Hace seis años el país vivió una revolución cuya violencia solo se detuvo con las medidas de la pandemia, aunque el desmantelamiento del modelo neoliberal siguió su curso por vía institucional. La promesa del Presidente Boric de transformar a Chile en la tumba del neoliberalismo cristalizó en dos procesos constituyentes que unieron a la casta política con la finalidad de refundar el país. Aunque no puedo detenerme en los detalles, ambos proyectos eran de corte socialista, pues transformaban a Chile en un Estado social y democrático de derecho con derechos sociales jurídicamente garantizados.
Rechazado el camino constitucional, el desmantelamiento del modelo ha seguido adelante generando una crisis institucional de proporciones. Este año se elige un nuevo gobierno que, en medio de las ruinas de nuestras instituciones, deberá enfrentarse no solo a la corrupción generalizada, sino, también, a los más de cien mil empleados públicos contratados por la actual administración que, en el marco de la revolución en curso, pueden constituir un verdadero ejército de lucha contra un gobierno de derecha. Pero eso no es todo. Entre los problemas de mayor gravedad podemos mencionar las consecuencias del pacto de seguridad firmado por el gobierno de Boric con la narcodictadura venezolana que no sabemos en qué medida ha comprometido la seguridad y a los organismos de inteligencia del país. En el plano económico, el próximo gobierno enfrentará un déficit fiscal de más de 42%, la fuga de capitales nacionales, la falta de inversión extranjera y la destrucción del sistema de pensiones. Otra de las amenazas más complejas es la captura de la educación pública por parte del Partido Comunista que prepara a cientos de miles de estudiantes para la próxima asonada revolucionaria.
Desde una perspectiva internacional la existencia de políticos globalistas serviles a la Agenda 2030 pone en jaque nuestra soberanía. No podemos olvidar la permanente amenaza de los organismos internacionales a los gobiernos que buscan controlar y combatir las revoluciones o golpes de Estado llamados, eufemísticamente, “estallidos”. Por supuesto, sabemos, el crimen organizado es la punta de lanza de la narcopolítica. De ahí que una parte de quienes detentan el poder, hayan hecho todo lo posible por facilitarles el camino. No podemos olvidar que, al fin y al cabo, su negocio alcanza los US$16.000 millones, equivalente a un 5% del PIB. Curioso que no sepamos el destino de dichos fondos. Sería esperable que el Servicio de Impuestos Internos se abocara a dicha tarea.
Chile es hoy el paraíso del crimen, del narcotráfico y del tráfico de armas. En la práctica estamos ante un Estado fallido y no nos hemos dado cuenta, probablemente, porque el sector político que promueve la violencia y se beneficia de ella nos está gobernando. La pregunta es qué va a pasar cuando sus caudillos vuelvan a la calle y retomen las actividades sediciosas, golpistas y revolucionarias. Nadie quiere ser pájaro de mal agüero, pero como las FF.AA. y de Orden han sido neutralizadas, es probable que perdamos el Chile que conocemos. Esto es lo que pocos quieren ver. Nuestro problema más grave no es la inmigración ilegal y todos los males que comporta, sino la crisis institucional cuya profundidad no hemos diagnosticado de manera responsable. Pero no demoraremos mucho en darnos cuenta. Dado que la izquierda ha propuesto como candidata a Carolina Tohá podemos suponer que el juego político más conveniente para la consumación final de la revolución bolivariana globalista iniciada el 18-O sea el triunfo de un candidato de derecha al que pueda propinársele un nuevo golpe de Estado. Y esta vez sí sería exitoso puesto que, siempre fieles a la visión de largo plazo, la izquierda antidemocrática ha trabajado arduamente para desmoralizar a las FF.AA. y a Carabineros. Tras su persecución judicial y total abandono por parte de las fuerzas políticas es difícil imaginarlos salvando a otro gobierno de la derecha.
En el contexto descrito nace el Partido Nacional Libertario superando en militancia a todos los partidos de la derecha. Su líder, Johannes Kaiser, cuenta solo con el apoyo del ciudadano común y se ha transformado en un candidato altamente competitivo para las próximas elecciones presidenciales. Es probable que la segunda vuelta sea entre él y Evelyn Matthei. El hecho innegable es que sin importar quien gane, una vez en el sillón presidencial, deberá cumplir con la promesa de la democracia, cual es que podemos vivir en un país cuyas instituciones funcionan en favor de la gente decente y en contra de los criminales. La tarea número uno entonces, será transformar a Chile en el infierno para el crimen organizado, la corrupción, el etnoterrorismo, las fuerzas antidemocráticas y los intereses neocolonialistas de los organismos internacionales. De no hacerlo, el infierno será para las personas de bien y Chile se parecerá cada vez más a México, Venezuela o Ecuador. (El Líbero)
Vanessa Kaiser



